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La Tierra no es tan especial

Los planetas habitables alrededor de enanas rojas estarían mejor protegidos que la Tierra frente a la amenaza de los rayos cósmicos galácticos.

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Heliosfera con el viento interestelar(a), el frente de ondas del viento solar (b) y la helipausa (c). Ilustración: NASA.

Tenemos un solo ejemplo de vida: el que hay sobre el planeta Tierra. Nos es muy difícil saber qué factores astronómicos han contribuido y cuales no a la vida sobre este planeta. Sabemos que la distancia a nuestra estrella es importante. La Tierra no está ni demasiado lejos del Sol, con lo que estaría congelada como Marte sin agua líquida; ni demasiado cerca con lo que se convertiría en el horno que es Venus. Se puede decir, por tanto, que nuestro planeta está en la «zona habitable», que es la región en la que puede haber agua líquida que permita la vida.
Si la Tierra fuera más pequeña no tendría tectónica ni gravedad suficiente como para retener una atmósfera.
Nuestra estrella tampoco es muy masiva, si lo hubiese sido entonces al cabo de unos pocos millones de años habría explotado como una supernova aniquilando los planetas en formación que estuvieran orbitando a su alrededor. Si su masa fuera muy pequeña sería una enana roja, la zona habitable sería muy estrecha, y estaríamos sujetos a las fuertes tormentas solares que las enanas rojas jóvenes tienen. Y así se podrían enumerar otros factores.
En resumidas cuentas, parece que la Tierra es un lugar especial, un sitio acogedor para la vida (terrestre). Sin embargo, un estudio reciente pone en cuestión esta afirmación. Al parecer el Sol expone a la Tierra a peligrosos rayos cósmicos interesterales de vez en cuando, algo que otras estrellas no hacen.
El Sol emite partículas cargadas (protones y electrones) a alta velocidad que constituyen el viento solar. Esta radiación es desviada por el campo magnético terrestre y parte de ella crea las auroras boreales y australes al incidir en las capas altas de la atmósfera. Un viaje a Marte sería peligroso porque durante los meses de travesía los astronautas estarían sometidos a esta radiación y la muy superior que se produce durante las tormentas solares en los picos de actividad solar.
Sin embargo, este viento solar crea la heliosfera, una burbuja que se extiende más allá de Plutón y que forma una especie de envoltorio que nos protege del viento galáctico.
Entre las misiones encomendadas a las misiones Voyager estaba precisamente la de encontrar la heliopausa, o frontera a partir de la cual el viento dominante es el galáctico.
Este viento galáctico podría dañar la capa de ozono terrestre con serias consecuencias para la vida. Además el polvo galáctico, al no ser empujado por el viento solar podría acercarse lo suficiente como para disminuir la energía que recibimos del Sol, induciéndose así una glaciación.
En condiciones normales la heliosfera nos protege de estos males, pero si el sistema solar atraviesa una nube interestelar densa de polvo y gas, algo que sucede cuando cruza el plano galáctico, la heliosfera puede encogerse lo suficiente como para dejar a la Tierra desprotegida al quedar laheliosfera más hacia dentro que la órbita terrestre. Se han propuesto, además, diversos escenarios en los que la influencia de los rayos cósmicos galácticos podrían afectar a la vida en la Tierra.
David Smith y John Scalo, de University of Arizona y University of Texas respectivamente, calculan en un artículo publicado en Astrobiology cuánto se encoge la heliopausa para distintos tipos de estrellas, concretamente las que son tan pesadas como el Sol y más ligeras que él. Según sus cálculos los planetas orbitando en la zona habitable de las enanas rojas nunca son expuestos a este tipo de eventos porque orbitan muy cerca de su estrella. De este modo, los planetas que orbiten este tipo de estrellas están mejor protegidos que la Tierra. Según esto la Tierra no sería, por tanto, un lugar tan hospitalario como creemos. Si estos investigadores tiene razón debemos de haber sufrido eventos de este tipo en el pasado (seguro que a alguien se le ocurre relacionarlo con las extinciones masivas).
De todas las maneras hay algo que se nos escapa desde el punto de vista científico, entre otras cosas porque no disponemos nada más que de una historia biológica: la de la Tierra. Este planeta ha sufrido desastres descomunales desde siempre. Al poco de formarse una gigantesca colisión formó la Luna esterilizando completamente lo que hubiera sobre la superficie terrestre. Después ha habido glaciaciones globales que cubrieron el planeta completamente de hielo, extinciones masivas causadas por el vulcanismo, por impactos de meteoritos o por cambios climáticos. En algunas de estas extinciones desparecieron más del 90% de las especies que había en ese momento, colocando la vida al borde del abismo. En cada una de esas extinciones otras especies sobrevivieron y de ellas evolucionaron nuevas formas de vida, repoblándose el planeta con una nueva fauna y flora. Incluso sin extinciones masivas, la contingencia, lo que puede pasar o no, hace que unas especies se sucedan a otras de manera impredecible. Como dijo aquél, en una primera aproximación toda especie está ya extinta.
Nosotros, usted amigo lector y yo, estamos aquí porque hay toda una cadena biológica desde la primera bacteria hasta nosotros que no ha sido interrumpida en ningún momento. Si no fuese así no estaríamos aquí para filosofar sobre esto y darnos cuenta del inmenso milagro que representa. Somos fruto de la contingencia. Y lo que es peor, no sabemos cómo sería la vida en la Tierra sin esos desastres.
Quizás la vida necesita de desastres para que así evolucionen formas de vida compleja, quizás necesita de esas «sacudidas». Un planeta sin desastres quizás esté poblado por bacterias por los siglos de los siglos. O todo lo contrario, quizás sin desastres la vida tranquilamente produjese por evolución formas de vida más y más complejas, y tal vez ahora fuéramos unos dinosaurios listísimos si la extinción del Cretácico no hubiera sucedido.
No tenemos manera de saber cuál de las dos opciones es la correcta, pues sólo disponemos de un ejemplo. La única manera de saberlo científicamente sería crear varios sistemas solares y someterlos a diversos desastres, con un grupo de control sin alterar, y comparar estadísticamente los resultados al cabo de unos cuantos cientos de millones de años. Como todavía no tenemos capacidades divinas habrá que esperar la respuesta. Así que no sabemos si este nuevo efecto que se propone es malo o bueno para la vida en general, aunque para unas especies en particular seguro que no es bueno.
La justicia cósmica nunca existió, así que no se preocupe por esta amenaza, que además avisaría con mucho tiempo, y váyase de vacaciones si así lo tenía pensado. No le tenga miedo a la gripe y visite un país lejano y exótico. O navegue libremente en un pequeño velero a lo largo de una bonita costa mientras piensa en los piratas y comerciantes que una vez surcaron ese mar; y sueñe con que un día los humanos surcarán, mientras ignoran los vientos galácticos, el negro océano espacial para arribar a otros planetas impulsados por una tecnología desconocida y poderosa que todavía desconocemos, aunque sea mentira.

Fuentes y referencias:
Artículo original (copia). [1]
Artículo sobre el tema. [2]