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Planetas calcinados

Infieren la existencia de dos planetas calcinados que una vez llegaron a estar dentro de su estrella, cuando ésta paso por la fase de gigante roja.

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Un niño no sabe acerca de la muerte, cree que la vida es para siempre o simplemente no se plantea esas cosas. Pero muy pronto descubre que los insectos no viven si se los aplasta y, a través de los adultos, descubren que la vida puede cesar. Para no traumatizarlos en exceso se les dice que la abuelita tan querida está en el cielo, junto a esa mascota tan querida. También creen en los reyes magos o en Papá Noel. Más tarde se dan cuenta de que la magia no existe y que los seres imaginarios no son más que eso: seres imaginados.
La actual civilización está en su niñez. Hace sólo 5000 años que nació, una fracción de tiempo ínfima en la escala de tiempo evolutiva, geológica o cosmológica. Creemos que pase lo que pase seguiremos adelante, aunque cada uno de nosotros no lo haga. La Historia seguirá su rumbo, sea el que sea éste.
No importa que nos comportemos como verdaderos irresponsables con este planeta y consumamos sus recursos a un ritmo muy superior al que se pueden reponer. Creemos, en nuestra soberbia, que ya lo arreglaremos de alguna manera en el futuro. Tampoco creemos que podamos ser víctimas de un meteorito gigante, una erupción volcánica masiva u otro tipo de cataclismo.
Pero en los últimos cuatro siglos hemos sido capaces de desarrollar la ciencia y hemos tratado de deshacernos del pensamiento mágico, de los mitos y de la superstición. Todavía estamos en ello.
La Astrofísica nos dice que el Sol brillará durante unos pocos miles de millones de años y luego, una vez agotado su combustible nuclear, se convertirá en una gigante roja. En ese estadio seguro que engullirá a Mercurio y Venus y puede que quizás también a la Tierra. Carl Sagan hablaba del último día perfecto en la Tierra, pero esto no es del todo cierto.
Según el Sol siga su curso evolutivo irá haciéndose cada vez más cálido, quizás sólo un poco, pero tal vez suficiente como para que en algún momento la órbita de la Tierra se quede fuera de la zona habitable y nuestro maravilloso mundo azul se achicharre como Venus.
Además, la cantidad de dióxido de carbono libre en la atmósfera irá disminuyendo, una vez no sea repuesto más por los volcanes, y las plantas no podrán hacer más la fotosíntesis. Con la tectónica moribunda no habrá campo magnético que nos proteja de los rayos cósmicos, ni tampoco del viento solar, que podrá ya barrer nuestra atmósfera. Sin tectónica no habrá ciclos biológicos de los elementos ni el agua podrá producirse o reciclarse.
Así que lo más probable es que cuando el Sol se transforme en gigante roja y engulla a la Tierra ya no habrá vida compleja por aquí. Puede que quede algún microbio.
La pregunta que siempre se ha planteado es la suerte que corren los planetas cuyas órbitas terminan en el interior de la gigante roja y si de algún modo sobreviven a esa fase.
Ahora unos astrónomos han contestado a esa pregunta, pues han descubierto dos planetas que todavía orbitan los restos de una estrella que una vez pasó por la fase de gigante roja. Sus órbitas son muy cercanas a la estrella, así que necesariamente tuvieron que estar en su interior en esa fase.
Un planeta como la Tierra dentro de una gigante roja puede seguir orbitando durante un tiempo, ya que el gas que compone esas capas atmosféricas está bastante enrarecido, pero es lo suficientemente caliente como para hacer que al final desaparezca. Pero planetas más masivos como los de tipo joviano pueden sobrevivir a ese infierno.
Los planetas KOI 55.01 y KOI 55.02 orbitan su estrella muy cerca, probablemente porque sufrieron una migración desde órbitas más exteriores hasta sus posiciones actuales durante esa fase de gigante roja. Sus tamaños son sólo de 0,76 y 0,87 diámetros terrestres, así que además son unos de los planetas más pequeños nunca detectados.
La presencia de estos planetas ha sido inferida gracias al estudio de las pulsaciones de su estrella, que se expande y contrae rítmicamente. El descubrimiento tomó por sorpresa a los astrónomos que estaban en realidad haciendo un estudio de astrosismología. Esta técnica permite estudiar las pulsaciones del núcleo estelar, digamos que se puede estudiar así el interior de algunos tipos de estrellas.
Los planetas inducen una modulación extra sobre esas pulsaciones de 5,76 y 8,23 horas, lo que indicaría unas órbitas muy cercanas a la superficie de la estrella, mucho más cerca de lo que orbita Mercurio al Sol. Las variaciones de brillo son pequeñas, del orden de la diezmilésima de un uno por cierto, así que la única manera de verlo es con un telescopio espacial, en este caso el telescopio Kepler.
La temperatura superficial de la estrella KOI 55 es mucho más alta que la del Sol y está en torno a los 28.000 Kelvins. Esto hace que los planetas estén absolutamente calcinados, sobre todo en la cara que enfrentan permanentemente a su estrella.
Estos planetas quizás fueron mucho más grandes y orbitaban mucho más lejos de su estrella antes de que ésta pasara por la fase de gigante roja. Una vez fueron engullidos por la gigante roja fueron perdiendo sus atmósfera y gran parte de su masa (sólida y líquida) según entraban en fricción con las capas externas de la gigante roja, perdiendo también energía orbital. Este mecanismo les obligó a que lo que quedaba ellos, básicamente sus núcleos sólidos, se acercase más y más al centro de la estrella hasta alcanzar la configuración de la actualidad.

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Fuentes y referencias:
Nota de prensa. [2]
Artículo original. [3]
Ilustración: S. Charpinet