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La ciencia como visión del mundo

Despedida del año por parte del director de NeoFronteras a través de una visión científica del mundo.

Foto

Parece que fue ayer cuando, hace justo un año, hablaba de las órbitas que trazaba este planeta. Pero, como ya decía entonces, el tiempo se nos escapa como arena entre los dedos, aunque no sepamos ni lo que realmente es el tiempo.
Es difícil encontrar una foto que simbolice todo el progreso realizado en el ámbito científico a lo largo del año que ya termina. Sobre todo si se tiene que hacer referencia a alguna de las muchas noticias que no han sido cubiertas este sitio web. Es también complicado, o casi imposible, no repetir los pensamientos expresados tal día como hoy cuando la Tierra estaba en esta misma posición orbital. Así que suprimamos esa foto o noticia simbólica y pongamos una foto sencilla y divaguemos, con permiso de los lectores, un rato.
El caso es que NeoFronteras ha seguido un año más en la red desde entonces y esto ya es todo un logro. Esto me da pie a reflexionar sobre las razones para divulgar la ciencia.
La ventaja de tener una formación científica es que se puede explicar el mundo que a uno le rodea. Un pequeño detalle de un objeto natural y se disparan un montón de pensamientos enlazados y entrelazados unos a otros. Decía Feynman que un científico ve una belleza en una flor que está más allá de la belleza que habitualmente ven los demás, además de apreciar ésta última como cualquier mortal. Podemos ver las relaciones con los polinizadores, la evolución que permitió su aparición o incluso explicar sus colores si conocemos qué es la luz.
John Keats se equivocaba al acusar a Newton de haber destruido la poesía del aro iris. Detrás de la Física del arco iris hay todo un mundo de belleza y reducir la poesía de algo a la ignorancia sobre ese algo es un opción demasiado triste. Maxwell, Plank o Einstein nos explicaron la luz y dieron sentido al arco iris o a los colores de una pompa de jabón. Porque el ser humano tiene un cerebro que está ansioso por dar sentido al mundo, por dotar de significado al entorno, por encontrar patrones en todo lo que ve, oye, huele o siente.
Esta visión científica del mundo podrían incluso empezar desde que estamos en nuestra casa o en el lugar de trabajo. Podemos, por ejemplo, mirar una bombilla y saber por qué funciona, qué es la electricidad o por qué un frigorífico no funciona si los desenchufamos. Puede que, según vamos a nuestro trabajo, nos asalte el pensamiento de que es fácil darse cuenta de que la termodinámica de nuestro frigorífico es la misma que la que controla el motor de explosión interna de nuestro automóvil, aunque no seamos habitualmente conscientes de ello.
Si lo deseamos podemos analizar fácilmente (basta un trozo de CD) la luz del tubo fluorescente que alumbra nuestro puesto de trabajo y deducir la presencia de vapor de mercurio en su interior. A veces la Física Atómica (no confundir con la nuclear) es más cotidiana de lo que creemos.
Pero si sólo recordar nuestro trabajo ya nos produce sarpullidos podemos, en su lugar, dar un paseo por la Naturaleza y recapacitar bajo el prisma de la ciencia sobre lo que nos envuelve. Nos rodearan, por ejemplo, un montón de seres que han evolucionado durante cientos de millones de años desde sus más primitivos ancestros.
Si sabemos un poco de Paleontología y Biología sabremos lo difícil que ha sido llegar desde la primera célula hasta este momento. No podemos ni imaginar todos esos hechos contingentes que hicieron ramificarse al árbol de la vida. Es el mismo árbol que también sufrió unas podas salvajes que casi llegaron a ser talas. Si estamos ahora aquí es gracias a todos esos hechos contingentes y a que ha habido una línea ininterrumpida que nos une, a usted amigo lector o a mí, con esa primera célula.
Pero la vida, el único ejemplo de vida que conocemos, y que probablemente conoceremos jamás, se recuperó cada vez que se dio una de esas extinciones masivas, porque la vida quiere seguir siendo, no quiere cesar y se adaptará a las nuevas condiciones, aunque le lleve decenas de millones de años, muchas especies desaparezcan por el camino y todos los individuos sean sustituidos por otros en una innumerable sucesión de generaciones. Independientemente de que haya vida o no en otros lugares, lo que sí es seguro es que la vida de nuestro planeta es única e irrepetible por siempre y para siempre.
En nuestro paseo podemos deleitarnos con la belleza del vuelo de las aves y saber exactamente por qué pueden volar y lo complicadas que son las ecuaciones de Navier- Stokes que describen el flujo del aire, sea laminar o turbulento, alrededor del ala de estos seres, de las mariposas o del avión más grande que el ser humano pueda construir. También describirán el flujo grácil del agua en ese arroyuelo que nos corta el camino. Esa agua líquida que parece tan complicada de conseguir en otros lugares del Cosmos y que tan cotidiana nos parece aquí.
Quizás sea un día soleado y podamos contemplar un inmenso y luminoso cielo azul cuyo color podremos explicar gracias al scattering Rayleigh, efecto que también explicará esa maravillosa y rojiza puesta de sol que, siendo la última en ser contemplada, siempre juzgamos que es la mejor.
Puede que una de esas aves de antes, tal vez un águila imperial en peligro de extinción, desaparezca volando detrás de alguna montaña y esto nos recuerde las fuerzas tectónicas que la levantaron y que han modelado y modelan este planeta. Las mismas fuerzas que hacen que los continentes emigren de un lado a otro cambiando la fisonomía de la Tierra en el transcurso de tiempo. Un tiempo que se nos antoja muy largo y extenso a esa escala, tan largo y extenso que no había forma de explicar las formaciones geológicas según la Física del siglo XIX. Lord Kelvin sostenía que la Tierra o el Sol sólo tenían unos pocos millones de años, insuficientes, a todas luces, para explicar la geología de este mundo o la evolución de las especies que lo habitan según geólogos o naturalistas como Darwin. A la Física le quedaban por entonces un par de revoluciones por sufrir antes de poder explicar, por ejemplo, las reacciones de fusión nuclear del interior del Sol. Somos increíblemente afortunados de saber lo que sabemos ahora, por no sufrir la ignorancia que padecieron los humanos del pasado. Es verdad que no lo sabemos todo, y sabemos que ignoramos muchas cosas que nadie sabe, pero es estupendo que sepamos todo lo que sabemos.
Aunque quizás esas montañas nos indique, con sus glaciares en retirada, lo frágil que es nuestro mundo y la inmensa y absoluta responsabilidad depositada sobre nuestra generación. Además, una inmensa tristeza nos puede invadir al recordar lo que estamos haciendo con este maravilloso planeta, con nuestro único posible lugar del Cosmos en donde poder vivir, pensar y amar. De cómo estamos destruyendo los ecosistemas más ricos y bellos de este mundo e incluso cambiando irreversiblemente el clima global por un puñado de dólares.
Si nos retrasamos en nuestro paseo, sobre todo en estos cortos días del invierno boreal, podremos ver las primeras estrellas, que nos evocarán a nuestra galaxia, una más en un inmenso Universo que, como ya explicó Hubble, está en permanente expansión. Universo del que ahora sabemos que desconocemos la naturaleza de gran parte de su composición o incluso su geografía; porque, al igual que en el pasado teníamos mapas con regiones en blanco, ahora también estamos levantando mapas de este Universo del cual formamos parte, del único sobre el que podremos hacer ciencia.
Podemos ahora mirar a la región del cielo que está observando el telescopio Kepler y ya saber que ahí hay miles de otros mundos por allí. Es un pensamiento que nos tiene que sobrecoger, un pensamiento nuevo, porque ya no lo sospechamos, ya lo sabemos.
Todo está interconectado, todo está relacionado con todo. Las nubes de nuestro planeta precipitan, entre otras causas, gracias a bacterias cuyas proteínas de membrana celular tienen la misma disposición que los cristales de hielo. La geología y biología de nuestro mundo están relacionadas con la astrofísica del Sol y del Cosmos. Los átomos de nuestros cuerpos, de los que algunos quizás pertenecieron una vez a un dinosaurio del Triásico, sólo nos son prestados por un tiempo, pues participan en ciclos en los que son reciclados una y otra vez desde la noche de los tiempos. Átomos cuyas nubes electrónicas les dotan de unas propiedades químicas que son dictadas, en última instancia, por la Mecánica Cuántica del que forma parte un principio de incertidumbre de Heisenberg, principio que impone límites a lo que podemos conocer.
Muchos de estos descubrimientos fueron realizados por hombres que en su mayor parte ya no están entre nosotros. Parte de ellos alcanzaron la inmortalidad que sólo los demás les podemos dar al recordar sus hazañas, y dimos sus nombres a leyes, efectos, ecuaciones y sondas espaciales.
Aunque algunos hubieran preferido el anonimato a cambio de una fracción de lo que nosotros sabemos, muchos otros hubieran probablemente preferido alcanzar la inmortalidad no muriéndose. Porque habrá cosas que la ciencia nunca explique, sobre todo las que entran en conflicto con nuestros deseos insatisfechos de trascendencia. Ninguno de nosotros queremos cesar de existir, ni tampoco queremos sufrir. Hay cosas que nuestra humildad debe permitirnos admitir y ello nos hará un poco más sabios.
Pero gracias a esos seres, gracias a esos humanos entre tanto mono desquiciado que habita esta loca piedra llamada Tierra, y a pesar las partes oscuras que tuvieron, hemos podido saber a lo largo de los últimos cuatro siglos de verdadera ciencia la naturaleza de casi todo lo que nos rodea. Es un inmenso regalo, el mejor regalo: el don del conocimiento. Estamos luchando por salir de las cavernas, del pensamiento mágico, de la superstición, del miedo a los dioses y de todo lo que, en el fondo, nos hace ser insolidarios con los demás.
Estamos ya irguiéndonos sobre este suelo de ignorancia que nos vio nacer, levantándonos sin miedo para mirar a las estrellas de tú a tú. Porque ya sabemos que ellas no rigen ningún oscuro designio, sino que son parte de un Universo que empieza a comprenderse a sí mismo a través de nosotros. No somos un espectador externo que observa, somos el propio Universo.
Detrás de muchos de los descubrimientos científicos del pasado, o del presente que tratamos de cubrir en NeoFronteras, hay una belleza increíble. Esos descubrimientos nos sorprenden con lo extraordinario y nos dejan pasmados de fascinación. Nos proporcionan sensaciones que nos llenan de asombro y que nos aportan un placer que sólo el conocimiento nos pueda dar. Nos dan, lo diré, simplemente felicidad.
Algo así, algo tan maravilloso, tiene que ser necesariamente compartido. Porque sólo a través de los demás, cuando compartimos con entusiasmo estos saberes y sentimientos, es cuando los logros tienen sentido. La ventaja del conocimiento es que cuando lo compartes, no lo pierdes, sino que te enriqueces. Es la razón por la cual este humilde sitio web fue creado. Detrás de cada artículo aquí expuesto, quizás oculto o quizás no tanto, hay un “mira esto, ¿no es maravilloso?”. Espero que la mayoría de los lectores lo sepan ver.
Este artículo está programado para salir cinco minutos antes de que en el Tiempo Central Europeo las campanadas de fin de año nos indiquen que ya estamos en 2012. Probablemente los lectores habituales estarán ocupados con la celebración, llenos de esperanzas y buenos deseos para el año que está por venir y lean estas líneas un tiempo después. Para todos ellos mis mejores deseos. Sólo recordarles que 2012 será tan bueno o tan malo como nosotros queramos que sea, porque sólo cada uno de nosotros, por acción u omisión, tiene la capacidad de cambiar un poco el curso de los acontecimientos. Coordinados incluso podemos cambiar el destino de la humanidad. El futuro no está escrito en ningún lugar, ésta en nuestras manos, siempre lo estuvo.
Seguro que el nuevo año nos deparará sorpresas, conocimiento y una pizca más de sabiduría. El viaje no ha hecho más que comenzar y todos somos sus viajeros. La aventura continua.

¡Feliz año nuevo!