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Polémica neurogénesis

Un nuevo estudio niega que haya neurogénesis en el bulbo olfativo humano. El resultado va en contra de lo que se mantenía en estudio previos.

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A veces es casi más interesente el modo en el que se obtienen los resultados en ciencia que el propio resultado. El resultado que vamos a ver conecta cosas tan aparentemente opuestas como los ensayos nucleares de hace décadas con la creación de neuronas nuevas en humanos adultos.
Los resultados sobre neurología nos parecen interesantes porque en el fondo hablan de la esencia del ser humano, de nuestros recuerdos, sentimientos y manera de ser. Puede que podamos retrotraer cierta circuitería neurológica a hace 450 millones de años, pero a algunas personas les parece algo lejano. Sin embargo, si hablamos del cerebro humano la cosa cambia.
Desde hace mucho tiempo se debate si nuestro sistema nervioso continúan produciendo neuronas a lo largo de toda nuestra vida o no. Sabemos, eso sí, que se forman nuevas conexiones neuronales, de otro modo no aprenderíamos, no amaríamos o no crearíamos. Hasta hace no tanto se asumía que no se creaban nuevas neuronas. Esto es algo, que si nos fijamos bien, es una pena. Sería estupendo ser cada día más inteligentes y saber cada vez más. Cuando el destino por fin nos alcanzara estaríamos en plenitud de nuestras facultades mentales.
Pero no es así. Si hay neurogénesis ésta debe ser poco intensa o circunscribirse a pequeñas áreas. En los años noventa se descubrió que tanto en primates como humanos adultos había cierto nivel neurogénesis. Uno de lo sitios donde supuestamente se descubrió que había neurogénesis fue el bulbo olfativo. Éste se sitúa entre nuestra nariz y el cerebro y nos toda del sentido del olfato.
Ahora se ha podido demostrar que en el bulbo olfativo en humanos, aunque hay neurogénesis, las nuevas neuronas generadas no sobreviven. Quizás esto se deba a que hay algún mecanismo biológico intrínseco que provoca eso o a que los humanos modernos no estimulamos lo suficiente este infravalorado sentido y las neuronas se pierden por falta de uso.
En los estudios previos se pudo demostrar la neurogénesis en el bulbo olfativo. Pero demostrar este tipo de cosas no sencillo, las neuronas no tienen un cartel que diga “mira soy nueva”. No obstante se basaron en algo parecido. Se fijaron en la medida de ciertas proteínas producidas por las neuronas inmaduras. Esto demostraba que se creaban nuevas neuronas, pero no se sabía si sobrevivían lo suficiente como para crear nuevas conexiones con las neuronas ya existentes.
En esto que llega el equipo de Jonas Frisén, en el Instituto Karolinska en Estocolmo, y se ponen a estudiar el asunto. La hipótesis era que si se crean nuevas neuronas en el bulbo olfativo, éstas deben aparecer en personas adultas de distintas edades independientemente de la región del mundo en la que vivan. Sorprendentemente no fue esto lo que encontraron.
La técnica utilizada para investigar este asunto fue desarrollada por Kirsty Spalding en 2005 y permite deducir la edad de las neuronas. En los años cincuenta y sesenta se realizaron pruebas nucleares en la atmósfera terrestre y esto inyectó una cantidad de carbono 14 superior a la normal. Desde entonces la cantidad de este isótopo ha estado disminuyendo con el tiempo, pero esto permite una datación. Cada neurona que se ha generado desde entonces contiene cierta cantidad de este isótopo que es mayor conforme más edad tiene.
Estos investigadores midieron el nivel de carbono 14 en las neuronas del bulbo olfativo de 15 personas a las que se les había practicado una autopsia y que habían nacido tanto antes como después del periodo de pruebas nucleares.
Encontraron que las neuronas del bulbo olfativo de cada persona tenían todas la misma edad, es decir, la edad de los individuos en cuestión. Esto demostraría que no se crean neuronas funcionales en esa región anatómica en personas adultas. Pero, ¿cómo explicar entonces las proteínas de neurogénesis encontradas antes?
Una posibilidad es que la habilidad de crear nuevas neuronas provenga de nuestros ancestros animales para los cuales el sentido del olfato era muy importante, pero que hemos perdido la posibilidad de que sean finalmente funcionales porque para nosotros este sentido no es ya tan vital. Sería, por tanto, una reliquia evolutiva.
La segunda posibilidad es que la gente que vive en el mundo moderno (como los habitantes de Estocolmo) no está expuesta a suficientes estímulos olfativos y la falta de estímulo hace que las neuronas olfativas no sobrevivan.
Así que Jeffrey Macklis, de la Universidad de Harvard, pensó que podía investigar este asunto y aclarar la situación. Este investigador y sus colaboradores utilizaron ratones para investigar este asunto. Encontraron que las neuronas nuevas del bulbo olfativo de estos animales juegan un importante papel a la hora de aprender nuevos olores, pero mueren si no son activadas por nuevos y no familiares olores. Obviamente los ratones no son humanos.
Las personas dependen menos que los roedores del sentido del olfato y, comparativamente, tenemos menos de este tipo de neuronas. Según este investigador, aunque creemos nuevas neuronas olfativas puede que no sobrevivan porque no estamos expuestos al mismo número de olores que los animales.
En el mundo moderno nos duchamos todos los días, usamos desodorantes, ambientadores, etc. Incluso cuando salimos de casa nos aseguramos de no exponernos a olores que no conocemos.
Macklis sostiene que el estudio de Frisén no elimina totalmente la posibilidad de neurogénesis en adultos. Algunas de las muestras procedían que personas que había abusado de drogas o tenían problemas psiquiátricos (aunque otras procedían de accidentes de tráfico), factores que reducen la posibilidad de neurogénesis. Según él puede que haya neurogénesis en personas sanas que estén expuestas a olores, como los perfumistas, enólogos, viajeros de lugares exóticos, etc.
Fred Gage, del Instituto Salk, también sostiene que la muestra estudiada por Frisén es más bien escasa y quizás no sea la mejor.
Es decir, al final de todos estos estudios seguimos sin saber si hay neurogénesis en el bulbo olfativo de humanos adultos. Quizás sea necesario que alguien realice una investigación más amplia sobre otros grupos humanos, incluyendo aquellos que todavía viven como cazadores y recolectores en alguna jungla lejana.
Puede que los demás, por si acaso, decidamos exponernos a nuevos olores, incluso a algunos que no sean del todo agradables. Hacemos nuestra vida diaria ignorando una gran parte del mundo sensorial que se nos ofrece. Sólo tenemos que usar nuestra nariz de vez en cuando para descubrir un universo de olor casi totalmente nuevo. Puede que no lleguemos al caso del doctor aficionado a las anfetaminas que cuenta Oliver Sacks en uno de sus libros, pero seguro que hace nuestro entorno un poco más interesante y evocador.
El sentido del olfato es el más misterioso de todos, a la vez que el más antiguo. Una gran parte de los genes que determinan los receptores de los olores que tenemos en nuestro genoma no son funcionales. Los hemos perdido a lo largo de la evolución ahora que ya no nos son tan importantes para nuestra supervivencia. Pero cada unos de nosotros portamos nuestra particular combinación de receptores funcionales. Esto hace que cada uno de nosotros tenga una manera de percibir olfativamente el mundo que es ligeramente distinta a la de los demás.
Puede que un día nos atrevamos a crear seres humanos genéticamente modificados que incluyan todos los receptores de olor conocidos. Entonces nos podrán contar cómo es su extraña “visión” del mundo.

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Fuentes y referencias:
Noticia en Science.
Artículo original I. [2]
Artículo original II. [3]
Foto cabecera: avlxyz en Flickr.