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Más anomalías en la universalidad del código genético

Un estudio encuentra que en una fracción apreciable de microorganismos se usan códigos genéticos que se apartan levemente de la universalidad que se había asumido hasta el momento al código genético.

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El código genético es universal e independiente del individuo o especie considerada. Para cualquier especie de ser vivo este código se encarga de traducir la información genética a proteínas de manera específica. El genoma sería el conjunto de genes en particular de una especie o de un ser vivo en concreto.
Un gen es un “frase” con significado genético que determina una proteína. Sus “palabras” están formadas por grupos de tres “letras” (tres bases del ADN o condón) y a cada uno de estos tripletes le corresponde un aminoácido en concreto una vez se traduce. Una secuencia de aminoácidos forma una proteína. El código genético se encarga de decir qué aminoácido corresponde a cada uno de estos tripletes.
La información genética está almacenada en el ADN en forma de las bases nitrogenadas A, C, G y T (adenina, citosina, guanina y timina). Esta información es leída por moléculas de ARN (éste utiliza el uracilo ‘U’ en lugar de timina ‘T’ además de las otras tres bases) que viaja hasta los ribosomas con esos datos para que allí se construyan las proteínas. Es en los ribosomas donde se produce la traducción. Así por ejemplo, el codón AAG será traducido por el aminoácido lisina (Lys) o el codón AGA por arginina (Arg). Como hay más combinaciones de tres bases escogidas de entre cuatro posibles (en total 64 codones) que aminoácidos usados en los sistemas biológicos (22 en total), hay combinaciones diferentes que producen el mismo aminoácido, pero dada una combinación en concreto le corresponde uno y solo un aminoácido. Además, hay codones de paro o detención que determinan en comienzo y final de los genes y que dictan cuándo se empieza a formar la cadena de aminoácidos y cuándo termina.
Todo este sistema se asumía como universal para todas las especies terrestres. Aunque, en general, es así, se han ido descubriendo excepciones. Así por ejemplo, hace unos pocos años vimos en NeoFronteras un resultado de Vadim Gladyshev y sus colaboradores (University of Nebraska) según el cual un microorganismo (el protozoo Euplotes crassus) puede codificar algunas veces la secuencia UGA por selenocisteina (Sec), en lugar de por cisteina (Cys) como ocurre en el resto de los organismos conocidos.
Obviamente no se han analizado todos los organismos terrestres a nivel genético con el detalle suficiente, por eso no es extraño que aparezcan más casos de violación del código genético, casos que generalmente se hallan por casualidad. Los ejemplos, sin embargo, se van acumulando, por lo que estas violaciones no son tan raras como se pensaba.
Ahora un grupo de investigadores liderados por Edward Rubin (Joint Genome Institute en Walnut Creek) ha ido buscando estas violaciones a propósito en el ADN y ARN de microbios encontrados en 1700 localizaciones a lo largo de todo el mundo, incluidas 17 del cuerpo humano. Según los resultados obtenidos hay una proporción significativa de organismos que tienen excepciones a la universalidad del código genético.
El estudio forma parte del proyecto que pretende estudiar la “materia oscura” microbiana consistente en una multitud de especies de microorganismos que no se sabe cómo cultivarlos en laboratorio y, por tanto, son muy difíciles de analizar. Aproximadamente el 99% de las especies microbianas caen dentro de esta categoría. Sin embargo, muchas de estas especies son cruciales en determinados ambientes, favorecen el crecimiento de las plantas, contribuyen a los ciclos de los bioelementos e incluso intervienen en el clima.
Para poder estudiar estos seres se tiene que recurrir a herramientas de metagenómica con las que se usa sólo una célula y no hay cultivo.
Entre otras cosas estos investigadores han encontrado que el triplete usado habitualmente como señal de paro o detención no funciona como tal en ciertos microorganismos y en su lugar este triplete codifica un aminoácido.
Un caso interesante fue el de una bacteria con genes extraordinariamente cortos, de sólo unas 200 pares de bases, cuando lo normal son 800-900 bases. La razón era el suponer que el triplete de paro era el mismo que en el resto de los seres, cuando se interpretó correctamente lo que pasaba, que usaba una señal de final de gen distinta, entonces los genes tenían la longitud habitual.
Para este estudio se realizó un análisis masivo de 5,6 billones de bases, lo que equivale a 2000 genomas humanos. En muchos casos, en concreto en 31,415 muestras, encontraron este tipo de anomalía. La reasignación de la señal de parada llegaba a darse en el 10 por cierto de los casos analizados en algunos ambientes. Además de en bacterias también se daba en algunos virus bacteriófagos.
Lo virus bacteriófagos o fagos infectan bacterias y monopolizan su maquinaria genética para fabricar más fagos hasta que la bacteria explota y libera los nuevos fagos al medio. Lo increíble de este caso es que los fagos pueden infectar bacterias con una variante de paro o detención distinta. Al parecer al fago no le afecta cómo es el código genético de la bacteria a la que infecta y se las apaña para evitar el problema usando ciertos trucos moleculares.
Este tipo de estudios pueden ser útiles en el reciente y emergente campo de la biología sintética en la que se podrían generar microorganismos con distintos códigos genéticos del “universal”, incluso con códigos genéticos expandidos con más de cuatro bases distintas. Microorganismos así diseñados y manipulados genéticamente no podrían, por tanto, intercambiar genes con los naturales, por lo que serían más seguros. Sin embargo, el ejemplo de los fagos antes mencionado nos sugiere que hay que tener mucho cuidado, pues ciertos virus infectan pese a tener un código ligeramente distinto al de su víctima.
En todo caso, el estudio pone de manifiesto que el código genético es más maleable de lo que pensábamos.

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Fuentes y referencias:
Artículo original. [2]
No universalidad del código genético [3]
Ilustración: Wayne Keefe, Berkeley Lab Creative Services.