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Proponen la hipótesis siluriana

Estudian cómo se podría saber si hubo en la Tierra civilizaciones tecnológicas anteriores a la nuestra.

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A veces hay científicos que se aburren y terminan escribiendo artículos relativamente serios sobre temas que, a primera vista, son un tanto estrambóticos.

Como ya todos sabemos, los geólogos han decidido definir una nueva era geológica: el Antropoceno. En los estratos ya han quedado huellas del paso del ser humano por este mundo, desde plásticos a residuos industriales. La consecuencia inmediata de la actividad humana a nivel global se dejará ver en esos estratos como un cambio climático-ecológico que produjo una extinción masiva. Si hay alguien en el futuro para verlo, claro.

Si, por algún casual, el ser humano desapareciera ahora por completo, la Tierra se recuperaría y en unos siglos no quedarían muchos signos externos de nuestro paso por este mundo, salvo las pirámides de Egipto. Hoy en día sólo un 1% de la superficie terrestre ha sido urbanizada y sus rastros desaparecerían en unas decenas de millones de años, pues la erosión y los fenómenos geológicos irían borrando esa memoria de las ciudades actuales. Nuestras huellas evidentes de nuestro paso por la Tierra irían desapareciendo al cabo de relativamente poco tiempo desde el punto de vista geológico hasta no quedar casi nada de nosotros. Incluso puede que los 7000 millones de cuerpos humanos actuales no dejaran muchos fósiles. Al fin y al cabo, según los paleontólogos, se produjo un fósil de dinosaurio cada 10.000 años. No es de esperar que para humanos sea muy diferente.

Así que los signos obvios de nuestra existencia irían desapareciendo poco a poco y al final sólo quedaría un estrato, más bien delgado, de nuestro paso por este mundo. Si encima esperamos bastantes millones de años, las escasas huellas desaparecerán casi por completo y ni los satélites artificiales se habrán mantenido en sus órbitas. Por tanto, las pruebas de nuestra existencia pasada serían al final sutiles.

Hay eventos en el pasado geológico en los que la temperatura de la Tierra se elevó muy por encima de la media. El ejemplo típico es el Máximo Térmico Paleoceno-Eoceno, que se dio hace unos 50 millones de años y que duró unos 200.000 años. Durante este máximo la temperatura media global subió entre 5 y 8 grados. Pudiera ser que una especie tecnológicamente avanzada del pasado hubiera alterado el clima como nosotros lo estamos haciendo ahora. Gavin Schmidt (Goddard Institute for Space Studies) se plantea si podemos distinguir los casos de eventos térmicos naturales de otros que fueran producto de la tecnología de una raza pasada y ya extinta.

Esta hipótesis suena una tanto magufa, pero se puede plantear seriamente, no tanto para ver si hubo o no esas razas pasadas, sino para saber si podríamos distinguir una civilización avanzada que pudo haber en otros planetas. A esta idea la ha denominado el propio Schmidt como hipótesis siluriana, término que no proviene de periodo Silúrico, sino de un episodio de Dr. Who de 1970.

Schmidt llega a la conclusión de que las huellas químicas y otros tipos de pruebas que pudiéramos encontrar de la existencia de esas civilizaciones industriales del pasado remoto, en el caso de que la hipótesis siluariana fuera cierta, serían difíciles de distinguir del caso natural y se necesitaría un estudio muy detallado.

Schmidt ha estado estudiando el Máximo Térmico Paleoceno-Eoceno gran parte de su vida científica. Se replanteó este asunto de un posible origen no natural del evento el año pasado, cuando fue visitado por Adam Frank (University of Rochester).

A Frank le interesaba la idea del cambio climático desde una perspectiva astrobiológica, como marcador tecnológico en exoplanetas. Es decir, si los alienígenas en otros mundos han desarrollado una tecnología industrial similar a la nuestra, entonces se han dedicado a consumir combustibles fósiles y han cambiado el clima de su planeta de tal modo quizás lo podamos apreciar.

No deja de ser este un punto de vista un tanto antropocéntrico, pues nuestra civilización industrial se basa en el consumo de carbón y petróleo, pero el periodo Carbonífero quizás sólo se dio en la Tierra por algún fenómeno azaroso, como el que a los hongos les costara evolucionar hasta conseguir las enzimas capaces de degradar la madera y esta se fue acumulando. En otros planetas las secuencias de eventos son necesariamente otras debido a la inevitable contingencia y a la irreproducibilidad de la evolución. O tal vez esos alienígenas son verdaderamente inteligentes y no se cargan su única casa en el Cosmos.

Entonces, Schmidt le planteó a Frank la pregunta de si somos la única especie que haya hecho algo así en la Tierra. A lo que Frank preguntó si podríamos afirmar si ha habido o no ese tipo de civilización industrial antes de nosotros.

Aunque la propuesta parezca que es pseudocientífica, no lo es tanto cuando pensamos que, al fin y al cabo, para hacer afirmaciones basadas en el método científico tenemos que aportar pruebas al respecto. Además, la ausencia de pruebas no es una prueba de ausencia. Así que es legítimo planteárselo y, a la vez, divertido pensar en ello.

La vida terrestre se remonta ha hace 3800 millones de años, pero la vida compleja apareció hace poco más de 500 millones de años y gran parte de esa historia se dio bajo el agua. No obstante, unos cientos de millones de años dan para mucho y hay margen temporal suficiente como para que hubiera aparecido una civilización avanzada en la Tierra millones de años antes de la nuestra y que casi no haya dejado huellas visibles claras después de tanto tiempo. En todo caso, de ser así, ¿la podríamos detectar?

Así que estos dos investigadores se pusieron a pensar sobre el asunto y a estudiar casos como el Máximo Térmico Paleoceno-Eoceno y en las posibles huellas que podrían todavía quedar en los estratos de rocas sedimentarias si ese máximo hubiese sido causado por una civilización industrial del pasado.

Según estos investigadores, al cabo de unos millones de años quedarían muy pocos restos obvios de nuestra civilización, así que habría que buscar en los estratos huellas más sutiles, como un desequilibrio en las relaciones isotópicas. Lo mismo pasaría para otras civilizaciones del pasado remoto.

Se fijaron en que una civilización industrial tiene una factor que la define: su sed de energía. Pensaron que precisamente esta característica podría dar pistas a la hora de tratar de deducir la existencia de esas civilizaciones pasadas. De este modo, esas civilizaciones explotarían las fuentes de energía fósiles como lo hacemos hoy en día y dejarían trazadores químicos que denotarían un uso masivo industrial de la energía y deshechos asociados a esta actividad.

Además, pensaron en la longevidad de una civilización industrial. La actual era industrial no llega a los 300 años, un lapso de tiempo minúsculo en el registro fósil y geológico. Frank se planteó incluso la posibilidad de que surgieran civilizaciones industriales por 300 años de manera reiterada de tal modo que ahora pasarían casi desapercibidas en ese registro geológico.

En este caso quedarían en los estratos los mismos trazadores que estamos dejando nosotros en la actualidad y que indicarían la existencia de esa actividad industrial, como el uso de combustibles fósiles y el cambio climático asociado, perturbación en el ciclo del nitrógeno por el uso de fertilizantes, aumento de la erosión debido a la agricultura, compuestos sintéticos artificiales o transuránicos procedentes de accidentes nucleares o guerra nuclear que normalmente no estarían de forma natural. Estos indicadores serían detectables en los estratos.

Así por ejemplo, la proporción isotópica de carbono se incorporaría a las conchas marinas. El análisis de los restos de deltas de ríos podrían aportar pistas sobre el uso de fertilizantes en la agricultura o la existencia de industria pesada. Entre los compuestos químicos persistentes, estarían los CFC, esteroides, los PCB, plásticos, etc. El hallazgo simultaneo de varios de estos indicadores podría servir para obtener pruebas fuertes al respecto.

Obviamente no se han encontrado aún estas pruebas. Pero la realidad es que tampoco se han buscado, entre otras cosas porque nadie en la comunidad científica se había planteado algo así hasta ahora, entre otras cosas porque suena descabellado.

En el pasado, al no poderse ver la superficie de Venus se planteó que sus nubes debían ser de agua y que ese planeta seria un pantano cenagoso y cálido habitado por dinosaurios. Ahora nos suena ridículo, pero tuvimos que enviar sondas allí para comprobar que, en realidad, Venus era un infierno horrible. Tal vez el plantearse la existencia de unos dinosaurios industriales en la Tierra del pasado suene igual de ridículo una vez se investigue un poco.

Puede que también hubiera en el pasado remoto una civilización de seres «humanista» que fueran poetas y filósofos que no llegaran a tener tecnología industrial y que, en este caso, no habrían dejado huella alguna. ¿Sería interesante? ¿Cuánto duraría una civilización así?

Pero podemos plantearnos muchas más preguntas: ¿por qué no consumió todo el petróleo una hipotética civilización industrial del pasado?, ¿es inevitable la aparición de la tecnología como fruto de la inteligencia?, ¿las civilizaciones son sentenciadas inevitablemente por sus propias tecnologías?

«Si una civilización es capaz de encontrar maneras sostenibles de producir energía sin dañar su planeta, entonces dejará detrás menos pruebas de que estuvo allí», dice Frank. «Quieres tener una civilización a gran escala que haga cosas maravillosas pero que no empuje su planeta hacia los dominios que son peligrosos para ella misma, para la civilización. Necesitamos pensar en maneras de producir y usar la energía que no nos ponga en riesgo», añade.

Tenemos que considerar que este tipo de estudios son ejercicios que ayudan a los científicos a meditar sobre la Naturaleza o sus objetos de estudio. Son modelos, experimentos mentales. A los demás nos sirven para reflexionar sobre nuestro papel en este mundo, sobre la depredación que ejercemos en él, sobre nuestra longevidad como civilización o sobre unas escalas de tiempo que nos superan. Al fin y al cabo, quizás seamos sólo una chispa fulgurante en una soledad cósmica cuasieterna, como cada una de nuestras vidas.

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Fuentes y referencias:
Artículo original . [2]
Otro artículo sobre el asunto. [3]
Ilustración: Michael Osadciw, University of Rochester.