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La geoingeniería de aerosol no funciona

Introducir aerosol de dióxido de azufre en la estratosfera para compensar el calentamiento global no funcionaría.

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El ser humano sigue queriendo tener su mismo estilo de vida sin que nada se lo impida, ni siquiera el cambio climático. Y nuestro estilo de vida no sólo significa contaminar, reproducirnos como conejos y destruir toda la biodiversidad, sino que, además, significa seguir emitiendo dióxido de carbono procedente de la combustión de combustibles fósiles.

Ese gas de efecto invernadero está destruyendo el clima que hasta ahora conocemos a un ritmo muy superior al que las especies pueden adaptarse.

Desde hace ya bastante años se está advirtiendo del problema, pero hay demasiados intereses creados al respecto. Pero no sólo habría que dejar de emitir gases de efecto invernadero, sino que habría que incluso retirar parte de este gas de la atmósfera que ya hemos emitido.

A la vez, se han propuesto soluciones de geoingeniería para remediar el problema. Una sería la construcción de sombrillas espaciales que reduzcan la iluminación del Sol, por lo que se reduciría la temperatura global. Otra sería la inyección de un aerosol de dióxido de azufre en la estratosfera, que reflejaría parte de la luz solar y, por tanto, también reduciría la temperatura global. Esta última idea se basa en lo que ya sucede de forma natural cuando un gran volcán entra en erupción e inyecta ese azufre en la atmósfera. Esto ha pasado en tiempos históricos y, en su día, desencadenó épocas más frías de lo normal, la mayoría de las veces con consecuencias negativas para la agricultura. Así, por ejemplo, cuando el Vesubio entró en erupción la temperatura del planeta bajó temporalmente.

Estos aerosoles se tendrían que lanzar con aviones, globos o dirigibles y habría que reponerlo según ese dióxido de azufre cayese a las capas inferiores.
Que el ser humano se arrogue la capacidad de controlar el clima terrestre ya es de por sí una barbaridad. Algo que ha estado autorregulándose durante millones de años, dejaría de estar regulado de forma natural. Además, se presupone que conocemos todo del clima y de la atmósfera para poder asegurar que algo así no tendría daños colaterales. La pregunta es si esta solución funcionaría en la realidad.

Unos científicos del MIT han estudio esta solución de geoingeniería y han llegado a la conclusión de que sería peor el remedio que la enfermedad. Al parecer, este sistema de control de la temperatura cambiaría las zonas extratropicales que hay a latitudes altas y medias donde se forman las tormentas a lo largo de todo el año y cambiaría la corriente en chorro a lo largo de océanos y tierra firme.

Estas zonas extratropicales son las que dan lugar a los ciclones extratropicales y no a las tormentas tropicales como pueden ser los ciclones y huracanes. La fuerza de estas zonas determina, por ejemplo, la severidad y frecuencia de las tormentas en el noroeste de los EEUU.

El equipo de investigadores consideró un escenario idealizado en el que la radiación solar es reflejada de manera suficiente como para evitar las consecuencias térmicas del cambio climático si la concentración de dióxido de carbono fue el cuádruple del natural.

En la mayoría de modelos climático empleados pudieron comprobar que, bajo este escenario, la respuesta de las zonas extratropicales mencionadas, tanto del hemisferio Norte como Sur, se debilitaban significativamente. Dependiendo de las condiciones, el debilitamiento sería de entre 5% y un 17%.

Eso significa que las tormentas invernales son menor poderosas y se producen situaciones de estancamiento, particularmente durante el verano, con menos viento que se lleva la contaminación atmosférica. Estos cambios en el régimen de vientos podrían, además, afectar a la circulación de las aguas de los océanos y, por consiguiente, a la estabilidad de las capas polares de hielo.

Según Charles Gertler (MIT) cerca de la mitad de la población mundial vive en las regiones extratropicales en donde el tiempo atmosférico está dominado por este fenómeno. «Nuestro resultado muestra que la geoingeniería solar no invertiría el cambio climático. En su lugar, tiene el potencial en sí mismo de introducir nuevos cambios en el clima».

En el pasado ya se había modelado esta idea de geoingeniería, pero, aunque contrarrestaba el calentamiento producido por el dióxido de carbono, ese enfriamiento no evitaba otros efectos de los gases de efecto invernadero, como la reducción de las precipitaciones o la acidificación de los océanos.

Además, hay señales de que este tipo de idea de reducción de la irradiación solar a su vez mengua la diferencia de temperaturas entre el ecuador terrestre y los polos, debilitando con ello el gradiente meridional de temperaturas, enfría el ecuador y los polos se siguen calentando. Este nuevo resultado no hace sino agregar más argumentos en contra de este tipo de ideas.

Estos resultados sugieren que este tipo de geoingeniería de reducción de la irradiación solar no haría mucho por evitar los efectos del calentamiento global

«Este trabajo resalta que la geoingeniería solar no invierte el cambio climático, sino que sustituye un estado climático sin precedentes por otro. Reflejar la luz del Sol no es el perfecto contrapeso al efecto invernadero», añade Gertler

«Hay múltiples razones para evitar hacer esto y, en su lugar, habría que reducir las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero», dice Paul O’Gorman.

Esto es como si en una casa se tiraran desperdicios al suelo que pusieran en riesgo la salubridad de ese hogar y, en lugar de limpiar y reducir lo que se tira el suelo, echáramos grandes cantidades de lejía al mismo para evitar la proliferación de microorganismos.

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Fuentes y referencias:
Artículo original. [2]
Imagen: Massachusetts Institute of Technology.