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Sobre el origen de la inteligencia

Un entorno con algunos obstáculos, pero no muchos, selecciona evolutivamente la inteligencia.

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La evolución no tiene objetivo, meta o direccionalidad. Las especies que evolucionan ni siquiera lo hacen hacia una mayor complejidad. Así, los parásitos suelen ser cada vez más simples.

Sin embargo, tenemos cierta idea intuitiva de que la vida se va haciendo cada vez más compleja en su conjunto. Esto se debe a que las especies evolucionan sobre un árbol filogenético, pero nosotros sólo nos fijamos en una de las trayectorias posibles en ese árbol. Vemos la «ameba» y vamos trazando una linea evolutiva que termina en los seres humanos. Esta concepción es falsa. Es verdad que muchas de esas líneas evolutivas terminan en animales relativamente inteligentes, pero no necesariamente.

Los antepasados de los animales de tierra firme, esos que vivían en el mar, y muchos de los que todavía viven en el mar, no están entre los más inteligentes. Es verdad que los cetáceos son inteligentes, pero estos hicieron el camino inverso de tierra al mar.

Unos investigadores de Northwestern University se han preguntado por qué los animales acuáticos de los que partieron los animales de tierra firme no son tan inteligentes como estos últimos pese al haber contado con el mismo tiempo para evolucionar. Al fin y al cabo, los animales o nosotros mismos comemos peces, pero los peces no parece que cacen mucho en tierra firme. Han conseguido dar con una hipótesis que podría explicarlo.

En el agua se vive en un mundo 3D con grandes grados de libertad y pocos sitios en donde esconderse. Allí, los depredadores desarrollaron sistema de fuerza bruta para capturar a las presas basados en hábitos y no en estrategias. Esto es lo que ha sido favorecido allí por la evolución.

Pero en el mundo 2D ampliado de tierra firme hay menos grados de libertad y muchos sitios en donde esconderse o estrategias a usar, tanto para depredar como para evitar la depredación. También hay muchos obstáculos y barreras que limitan la libertad de movimiento en tierra firme y la visibilidad. Esto obligó a los animales terrestres a desarrollar estrategias de inteligencia en lugar de (o además de) la fuerza bruta. Básicamente, el entorno obligaba a elaborar estrategias en lugar de basarse en los hábitos.

Estos investigadores elaboraron una serie de modelos para poner a prueba su idea y llegaron a un interesante resultado. Las barreras tienen que superar un umbral de abundancia relativa para ser efectivas a la hora de provocar esta evolución de inteligencia, pero tampoco pueden ser demasiado numerosas a los ojos del depredador o las presas.

La idea recuerda, hasta cierto punto, a la zona de habitabilidad alrededor de una estrella. Es en ese intervalo en el que la inteligencia puede tener ventajas frente a la fuerza bruta. Una pradera o una selva frondosa (o el mar abierto y un arrecife de coral) no serían buenos buenos lugares para el desarrollo de la inteligencia, por no tener o tener muchos obstáculos respectivamente. Simplemente, la inteligencia no tendría ventaja y no sería seleccionada por evolución.

«Todos los animales, en tierra o en el mar, han tenido el mismo tiempo para evolucionar, así que ¿por qué los animales terrestres son más inteligentes?», se pregunta Malcolm MacIver. «Nuestro trabajo muestra que no es solamente sobre lo qué hay en la cabeza, sino, además, qué hay en el ambiente», añade.

Los delfines y ballenas no caen dentro de la categoría de inteligencia marina porque, desde el punto de vista de tiempo evolutivo, hace poco que sus antepasados vivían en tierra firme.

En trabajos previos, MacIver mostró que los animales comenzaron a conquistar tierra firme hace 385 millones de años y adquirieron la habilidad de ver a una distancia cientos de veces mayor a la posible que hay o había en el agua. Así que hipotetizó que, en el contexto de depredador-presa, esta habilidad de ver más lejos y de procesar lo que se veía requería de un cerebro más complejo que el necesario para cazar en el casi vacío océano.

Sin embargo, cuando puso a prueba esta hipótesis con un modelo computacional, vio que esta capacidad de ver lejos por sí sola no era suficiente. Pero esta capacidad combinada con la existencia de áreas abiertas con parches de vegetación sí parecía ser suficiente.

En las simulaciones que estos investigadores han realizado una serie de presas pueden ser cazadas por un depredador y este tiene que elaborar una estrategia de decisión para poder cazarlos de entre dos: o bien una estrategia de hábitos memorizados inflexibles o bien una estrategia en la que entra en juego una planificación que elabora posibles escenarios futuros y elige uno de ellos. Los ecosistemas simulados podían no tener barreras visuales, como ocurre en el mar, o contar con ellas.

La supervivencia de presas era baja en ambientes limpios de obstáculos para ambas estrategias. Ocurría lo mismo para ambientes con alta densidad de obstáculos, como pueda ser una barrera de coral o una selva tropical. En ambos casos no hay beneficio si se elige la estrategia de planificación, en el primer caso porque las posibilidades son muy grandes y en el segundo porque no hay manera de elaborar una estrategia si no se ve nada.

Pero, cuando sólo había algunos obstáculos, como los arbustos y árboles de una sabana, la estrategia de planificación recibía una gran beneficio. Como esta estrategia aumentan las posibilidades de supervivencia y, por tanto, de reproducción. Es entonces seleccionada en el proceso evolutivo y, por consiguiente, se tiende a aumentar la circuitería cerebral que es necesaria para dar soporte a esta estrategia de planificación.

En una sabana que intercale tramos «transparentes» con opacos hay sitios en los que esconderse, por lo que, según dice MacIver, tierra firme sería un tablero de ajedrez en el que elaborar estrategias.

Esta idea explicaría nuestra propia inteligencia. Cuando nuestros antepasados se separaron del ancestro común con los chimpancés cuadruplicaron el tamaño cerebral y esto coincidió con la exploración de escenarios de tipo sabana. Claramente, entonces la estrategia planificadora fue seleccionada en aquel al proporcionar una mayor supervivencia.

La hipótesis podría tener cierto peso a la hora de negar la existencia de civilizaciones inteligentes en exoplanetas acuáticos. Aunque las posibilidades de que surja la vida en planetas de ese tipo sea también muy baja. En el caso en el que surgiera no daría lugar a la inteligencia, según todo esto.

Las predicciones de los modelos computacionales de estos investigadores se pondrán a prueba con experimentos de laboratorio realizados con pequeños animales en un ambiente reconfigurables a voluntad, según ellos mismos afirman.

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Fuentes y referencias:
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