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NeoFronteras

Cielo naranja de noche, mala señal

viernes 29 junio 2007 - Tipo: Colaboración

Por Juan Antonio Alducin

Aquí, hace algunos años, el cielo nocturno era de un negro profundo, y repleto de luces de los astros. Noches llenas de riqueza, donde poder mirar al infinito y descubrir cómo es la Vía Láctea, o vislumbrar otras galaxias. Hasta la curiosidad del niño podía seguir el curso de un planeta por las constelaciones. Eran noches con toda su grandeza y oscuridad. Ver la silueta de un monte recortada contra un cielo nocturno brillante, anaranjado, era entonces algo anormal que llamaba poderosamente la atención, y hacía mirar allí a todos. Asombrados, llenos de inquietud: porque eso sólo podía significar que un incendio forestal estaba devorando la otra ladera.
Hoy, con la contaminación lumínica propagada por doquier, nos hemos cargado la oscuridad del cielo nocturno y hemos perdido de vista las estrellas. Así velado, el cielo ya no estimula la curiosidad de nuestra generación. Los jóvenes no perciben ni rastro de la inmensa Vía Láctea, ni siquiera el destello de una estrella fugaz. Y los niños tienen vedado el ver cómo un planeta va recorriendo las constelaciones. Nuestros ojos no ven nada de eso en noches deslumbradas. Ahora es habitual ver cielos baldíos, con resplandor blancuzco o naranja tras las siluetas de los montes, y nadie mira eso con asombro ni inquietud. No son signos de incendios forestales ciertamente; pero ese resplandor continuo corresponde también a otro incendio tan grave o más: el de los combustibles (carbón, gas natural y petróleo) que arden sin parar en las centrales térmicas para generar la electricidad consumida. ¿En qué? En derroche de alumbrado causante de esa luz inútilmente vertida a la atmósfera. Este fuego es tan grave o más que los esporádicos incendios forestales de antaño, porque es permanente, noche tras noche; implica malgastar recursos energéticos, aumentar sin sentido las emisiones de CO2, desestabilizador del clima; y además pervierte nuestras noches, privándonos de la oscuridad deseable y vedándonos la visión del cielo. Pero lo seguimos mirando como una rutina, sin asombro ni inquietud.
Nos preguntamos dónde está la causa de todo esto. Figura como primer responsable el exceso del alumbrado público de calles y vías de comunicación. Al que se ha sumado la iluminación exterior de otros muchos espacios: centros comerciales, hoteles, empresas, explanadas de polígonos industriales, carteles publicitarios, monumentos, puentes, iglesias…
Los diseñadores del alumbrado público conocen desde hace tiempo la importancia de los sistemas de iluminación eficientes, que eviten la pérdida de luz hacia la atmósfera. De hecho, en muchos lugares se implantan luminarias correctas, es decir, que focalizan la luz exclusivamente sobre el pavimento. Sin embargo, sería necesario adoptar los niveles de iluminación indicados por la Comisión Internacional del Alumbrado, que no son mínimos como creen algunos urbanistas, sino valores a los que ajustarse en cada caso. El incumplimiento de esto está conduciendo a muchas situaciones de sobreiluminación, donde no se logra la eficiencia energética que se debiera, y donde se sigue produciendo derroche y contaminación.
De especial gravedad es el alumbrado de exteriores privado, sector que incurre en demasiados excesos. Por todas nuestras poblaciones vemos fachadas de empresas generosamente iluminadas, proyectores potentes dirigidos hacia lo alto, paneles de publicidad alumbrados como decorados teatrales, incluso focos de gran intensidad inundando de luz la fachada de humildes ermitas, o de casas particulares donde es totalmente prescindible. En pocos años esta clase de alumbrado ornamental se ha extendido hasta la saciedad, ha caído en sobreiluminaciones en la mayor parte de los casos -olvidándose que con lámparas de mucha menor potencia se conseguiría un efecto mejor- y, para colmo, se mantiene encendido durante toda la noche, también en las largas horas intempestivas en que nadie lo ve.
Mientras se siga admitiendo alegremente esta táctica, mientras se siga confundiendo seguridad con exceso de alumbrado, y mientras no se le dé la importancia que tiene al derroche de recursos energéticos en que vivimos embarcados, la contaminación lumínica mantendrá velado el cielo. Y, como si sagazmente reconociera que nuestra vanidad de consumidores no merece otra cosa, nos privará de la esencia y el misterio de las noches.

Juan Antonio Alduncin Garrido es miembro de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y de Cel Fosc (Asociación contra la Contaminación Lumínica).

Este artículo fue publicado en el diario El País el 20 de junio pasado y se reproduce aquí con permiso expreso de su autor.

29-06-2007  »  NeoFronteras

Comentarios: 5

  1. Karina Daniela González
    28 agosto 2007 @ 3:44 pm

    Realmente el artículo hace que me cuestione cuánto nos falta de cultura ecológica y hasta cuando podremos seguir en la misma dirección sin hacer nada, cuando en realidad ya deberíamos haber cambiado algo.
    Creo que nuestro camino como sistema de gobierno imperante en Argentina-democracia representativa- podríamos usar el mecanismo de iniciativa popular que nos otorga la Constitución Nacional y que el hecho de ahorro de energía- cualquiera sea su forma- sea una cuestión de Estado.

  2. Helena Lluis
    2 septiembre 2007 @ 1:59 am

    Estoy totalmente de acuerdo contigo, Juan Antonio, y me agradó mucho saber que haya quienes se preocupen por esta exceso de luminosidad, que es más bien derroche de estulticia. Además, hay tanta luz inútil en las calles que aun con gruesas cortinas y persianas no logramos la oscuridad necesaria para en verdad dormir… no sé a cuántos les suceda, pero el sueño reparador requiere dos elementos imprescindibles: oscuridad y silencio; ninguno de los cuales se consiguen hoy en día, por recóndito que sea el lugar que se busque.
    Otra cuestión en torno a esta epidemia mundial de usar la la luz para «intimidar» enemigos supuestos o reales, aparece de manera patente en los faros de los vehículos. Los autos de ahora, aún con las luces «bajas» o de cuidad, tienen unos faros cegadores, y es una pesadilla manejar de noche con ese constante deslumbramiento, amén del riesgo que representa.

  3. Luis Ramirez
    8 septiembre 2007 @ 8:28 am

    Hola Juan Antonio realmente tu artículo esta muy interesante lo leí completito que me recordó algo en el pasado cuando tenia 6 años. Recuerdo que le pregunte a mi hermano que era esa mancha blanca en el cielo con puntos luminosos y cruzaba el cielo el me dijo es la Vía Láctea. Contándome una bonita historia prehispánica de la Vía Láctea que me quede anonadado, bueno en fin muchas veces la seguí viendo hasta que la ciudad creció con mayor iluminación fue desapareciendo lentamente del cielo.

  4. lluís
    9 septiembre 2007 @ 7:06 pm

    «Así velado, el cielo ya no estimula la curiosidad de nuestra generación». Esa es una verdad como una galaxia de grande. No soy poeta, por tanto me faltan las palabras para poder expresar la enorme emoción que experimenté cuando, hace ya bastantes años, pude contemplar extasiado un cielo repleto de estrellas, estrellas fugaces y otros cuerpos celestes, incluso algún satélite que otro, todo ello a ojo desnudo y en una zona completamente despoblada y sin ningún tipo de luz. Pasé horas contemplando ese cielo y haciéndome las preguntas típicas que algunos nos hacemos cuando observamos un cielo tan majestuoso e incluso escalofriante. La imagen de ese cielo nunca he podido olvidarla. Si alguien fuera capaz de devolvernos la oscuridad nocturna quizá serían muchos más los que mirarían hacia el cielo sin rutina, más bien con asombro e inquietud. Inquietud por intentar comprender que es todo «aquello de allá arriba»

  5. 67·
    7 noviembre 2007 @ 5:17 pm

    Excelente texto, me da gusto que empezemos, el verdadero cambio empieza en este preciso instante, gran avanze el hecho de darnos cuenta de las repercusiones de nuestros actos, gracias y para adelante.