Universidad y Salsa Boloñesa
martes 7 julio 2009 - Tipo: Colaboración
Por Antonio Jovellanos Schwartz
Recientemente aparecieron en los medios de comunicación españoles noticias sobre las movilizaciones contra los planes de Bolonia. Movilizaciones que con la llegada del verano se han apaciguado, pero que sin duda volverán. No estaría de más hacer un análisis de la situación y una propuesta de soluciones en la medida en que esto sea posible. Se intentará hacer desapasionadamente, pero desde la perspectiva de alguien que está dentro del sistema.
Las reformas educativas son algo que siempre levantan ampollas, así que la aplicación de esta última no iba a ser menos. La construcción del Espacio Europeo de Educación Superior, también denominada Proceso de Bolonia, comenzó en 1999 con la firma de la Declaración de Bolonia, en la que participaron varios países europeos. Su objetivo no podía ser más loable: “la convergencia de los sistemas universitarios europeos en un marco reconocible por todos que facilite la movilidad de estudiantes y titulados”. Se trataba de homologar los títulos y facilitar así la movilidad entre los titulados universitarios europeos de tal modo que, por ejemplo, alguien formado en el Reino Unido pudiera ejercer en Dinamarca.
Pero en España no se trataba solamente de esto. En la misma página del ministerio de la que se ha extraído la anterior frase entrecomillada se puede leer: “Al mismo tiempo, busca una modernización de la enseñanza superior europea incentivando la autonomía y la calidad a través de sistemas de rendición de cuentas y de evaluación”. Es justo esto último lo que está originando todos los problemas. Utilizando la excusa de una convergencia hacia el resto de los sistemas europeos bajo un sistema más moderno de educación se ha pretendido hacer una reforma de todo el sistema educativo universitario español, incluyendo planes de estudios, metodología educativa, sistema de evaluación, financiación, etc. No es la primera vez que se utiliza la excusa europea para hacer algo en contra de los intereses del pueblo. Es ciertamente milagroso que a estas alturas no odiemos Europa.
El problema es que la propuesta presenta un tufillo a LOGSE que todo el mundo que quiera puede oler. La LOGSE fue la anterior reforma que se aplicó a los sistemas de enseñanza que están por debajo del universitario en este país y que, como todo el mundo sabe, ha tenido funestos resultados.
La situación actual es que los estudiantes llegan a la universidad sin saber leer y escribir correctamente y con unos conocimientos muy bajos en las demás áreas de conocimiento, sobre todo en Matemáticas, Física o Inglés.
Como el sistema universitario español fue dimensionado en el pasado para una demografía más populosa y por condicionantes políticos (toda ciudad que se precie quiere tener «universidad» y todo universitario parece querer caerse de la cama y llegar al aula), la cantidad de plazas ofertadas por parte de las universidades es ahora superior al número de posibles estudiantes. El resultado es que casi todo aquel que termine sus estudios en el instituto puede optar, si lo desea, a estudiar en la universidad, algo que estaría muy bien si estuvieran realmente preparados.
Una solución a este nivel sería una reforma de la enseñanza media que solucionase el problema. Pero parece que no hay una voluntad política de hacerla, entre otras cosas porque los institutos se han convertido en poco más o menos que guarderías para jóvenes, obligados como están a permanecer en un centro de enseñanza hasta los 16 años y evitar así que estén en la calle, ya que no pueden trabajar hasta que llegan a esa edad.
Por tanto, la primera premisa que deberíamos de tener en cuenta a la hora de reformar los estudios universitarios es que el estudiante llega con una formación muy mala a la universidad. Lamentablemente este hecho, comprobable experimentalmente, se ha ignorado hasta ahora.
El sistema universitario español tradicional era y es manifiestamente mejorable. Pero lo que no podemos hacer, lo que no debemos, es empeorarlo, aunque sea de una manera muy moderna y supuestamente europea (o norteamericana).
Puestos a acometer la reforma educativa lo que en realidad han surgido son, sobre todo, intereses, algunos de ellos poco legítimos y otros incluso mezquinos. Unos defienden unos intereses (los suyos) y otros defienden los suyos propios, pero da la impresión de que nadie defiende la formación del titulado o el derecho de un país a disponer de personas con un nivel cultural suficiente como para dirigirlo, en sus múltiples aspectos, cuando inevitablemente le llegue el turno a la siguiente generación.
Aprovechando el río revuelto hay varios sectores pugnando por hacerse con el control de los nuevos planes de estudios. Tenemos a los dirigentes políticos, a los dirigentes universitarios, a los profesores, a los alumnos, a los psicopedagogos y por último a la sociedad. Todos y cada unos de estos sectores tienen sobre todo intereses en esta materia y, por desgracia, pocas razones y argumentos. Pasemos a relatarlos.
Los políticos son conscientes de lo cara que es una educación universitaria. Los planes de Bolonia proporcionan una oportunidad sin igual para abaratarla. Las antiguas licenciaturas de cinco años pasan a ser grados de cuatro años, con lo que se ahorran un año de financiación en la educación superior por alumno en un sistema que está muy subvencionado. Además, se intenta facilitar la obtención de un título de tal modo que alumnos que antes necesitarían muchos años para obtenerlo lo hagan ahora pronto y salgan al mundo exterior, aunque no estén listos para el mercado laboral. Se añade además un máster de pago que complemente la formación del alumno si así lo desea y se deja a la universidades fijar el precio del mismo dentro de una horquilla. Ni que decir tiene que todas las universidades fijaron el precio máximo.
Además, algunos de estos políticos están muy contaminados de ideología barata. Habría que aclararles que ni todo el mundo es bueno, ni todo el mundo es trabajador y honesto, ni todo el mundo está capacitado, ni todo el mundo tiene el derecho a un título si no se lo merece. El ser humano tiene una naturaleza determinada con la que nace, aunque este determinismo pueda ser modificado después. Pero sin un sistema de méritos, sin incentivos y correctivos, ningún sistema social, incluido el sistema educativo, puede funcionar bien. Si no estudias no tienes derecho a que el estado te regale un título. Te pueden dar múltiples oportunidades, te pueden facilitar el aprendizaje, te lo pueden subvencionar, pero si no se llega al nivel no se debe de obtener el título.
Para aquellos que venimos de clase humilde y hemos tenido una educación universitaria a bajo precio nos entristece que cierta progresía engañe a su electorado con una educación mediocre que además les sale más cara. Da la impresión que la sociedad quiere ser engañada, sobre todo cuando se sacan a colación dogmas pseudoprogresistas.
Pero los políticos saben perfectamente lo que están haciendo y son conscientes de ello, y con el cinismo e hipocresía que les caracteriza, siguen adelante con la reforma porque entre otras cosas su nivel económico les permite mandar a sus propios hijos a caras universidades extranjeras. Ejemplos los hay.
Para perpetrar esta reforma del sistema universitario los políticos se valen de la complicidad de distintos sectores. Los primeros son precisamente los dirigentes universitarios, siempre ávidos de poder, fama y dinero.
Como la financiación de la universidad depende en parte del número de alumnos matriculados, estos señores tienen la tentación de “facilitar” la obtención de títulos a los alumnos para así atraer a más estudiantes, viendo con malos ojos el fracaso escolar, sea éste injusto o no. Se ha llegado incluso a la publicidad, y es frecuente ver, en ciertas fechas, a las universidades públicas competir entre sí y anunciarse en los medios de comunicación para atraer más clientes, perdón, alumnado. La falta de prestigio real de algunas universidades se intenta compensar con presupuestos millonarios en imagen, publicidad y promoción. Las administraciones permiten alegremente este gasto absurdo de dinero público sin inmutarse.
Las luchas interdepartamentales tampoco ayudan mucho. Puestos a decidir qué asignaturas se ponen y cuales se quitan de los nuevos planes, los departamentos con mayor capacidad de presión (y con menos escrúpulos) intentan imponer las suyas a costa de las de los demás y a costa de las asignaturas básicas, que además son las más difíciles de superar por los estudiantes, facilitándose así la obtención del título. Hablamos aquí de más dinero para el departamento y más plazas para “alguno de los nuestros” (la similitud fonética con la película de Scorssese no es casual). Obviamente ni todas las universidades, ni todas las facultades ni todos los departamentos son iguales. Incluso está habiendo cierta honestidad en algunos sitios.
De este modo se ha llegado a titulaciones en ingeniería en las que en sus nuevos planes de estudios hay un par de asignaturas cuatrimestrales de Matemáticas y otra de Física como toda formación básica que necesita un futuro ingeniero. Además hay que restar el tiempo de los numerosos controles y prácticas que la nueva metodología parece obligar. La ANECA, el organismo que se encarga de dar luz verde a estos nuevos planes, los suele aprobar sin pestañear.
Pero no importa, según ciertos personajes con cargos en universidades, lo anterior era excesivo pues “en España estamos acostumbrados a que un alumno de matemáticas sepa mucho […] Es muy español eso de que hay que saber mucho.”
No ha habido ni hay un método independiente y honesto que juzgue la formación de los titulados de las distintas universidades de este país. La confección de una lista o ranking sobre este tema es algo que por alguna misteriosa razón no se hace bien. Es un tabú ideológico. Los pocos sistemas de calificación de universidades que hay miden, con gran polémica entre ellos, otras cosas, como el número de ordenadores disponibles por alumno y otros parámetros, que aunque indicativos de los recursos existentes en el centro, no miden la formación de los titulados que la universidad de turno eyecta al mundo exterior.
Eso sí, si se baja el nivel se obtendrán mayor número de titulados, pero menos profesionales preparados.
El profesorado también tiene sus intereses. Lo profesores no quieren con el nuevo sistema, por ejemplo, tener más carga docente de la que ya tienen. Algunos de ellos tienen poca vocación docente y el tiempo que dedican a sus alumnos es sustraído a su labor investigadora. Su manera de prosperar es conseguir resultados científicos publicables, y éstos requieren de mucho tiempo y esfuerzo.
La jornada de un profesor universitario medio es mucho mayor que las ocho horas del resto de los mortales, sobre todo en las ramas de ciencias, y su sueldo es muy bajo.
No es tampoco extraño ver como los puestos más bajos, ocupados frecuentemente por doctores, tienen asignado un suelo nada digno (muy por debajo de un sueldo de profesor de instituto) y mucha carga docente. El que llega nuevo se traga más carga docente que los demás y se lleva las asignaturas y horarios que todos los demás no han querido.
Trabajar de cara al público es siempre difícil, pero ser profesor y enfrentarse frecuentemente al juicio de unos alumnos desmotivados y sin ninguna vocación puede ser muy erosivo. Los nuevos planes le exigen más, pero no se le recompensa. La tentación de perseguir el sueño de conseguir un puesto en el CSIC, dedicarte a tu ciencia y abandonar la docencia de una vez es muy alta.
El otro reproche hacia este colectivo es el pecado de omisión que está cometiendo. Hay pocos que dicen esta boca es mía y que alcen su voz frente a los nuevos planes. Sin inmutarse lo más mínimo algunos incluso participan activamente en la maquinaria departamental de adquisición de recursos a través de los nuevos planes a costa de lo que sea. De la manera más hipócrita posible persiguen el cargo que les provea de mejor sueldo y que de paso enlustre sus deslucidas carreras profesionales o compense sus nulos logros científicos.
Otros simplemente no se significan porque el que se mueve no sale en la foto, “su plaza” puede peligrar o le puede ser difícil conseguir “su cátedra”. Y hay otros cuya situación es tan precaria y débil que no les es posible luchar contra un sistema que es simple y llanamente feudal.
La parte más funesta en toda esta historia es la de los psicopedagogos. Estos seres se han ido infiltrando con gran habilidad en los partidos políticos, en los sindicatos y en los órganos de poder de las instituciones educativas, incluyendo ministerios y universidades, como si fueran un cáncer. El problema es que ya han llegado a abducir a las autoridades ministeriales consiguiendo inocular sus “teorías” alejadas de la realidad.
Cargados con una terminología vacua, mucha ideología barata basada en premisas sobre la naturaleza humana totalmente falsas y nula experiencia docente, estos señores se han dedicado a propagar un discurso trufado de mentiras para su estricto y particular beneficio. Eso sí, hay que reconocerles el mérito de haber tenido la habilidad de ganarse las habichuelas a base de degradar el entorno en un sistema económico con nulas salidas profesionales para titulados como ellos.
Estos individuos, investidos de un supuesto aura científista, ya se cargaron con la LOGSE la enseñanza básica y media. Ahora pretenden, en su último asalto, asentar sus traseros en la universidad aunque sea a costa de destruirla.
Recordemos que en general estos “expertos”, que están diciendo a los profesores cómo deben de «aprender a enseñar», jamás han pisado un aula real como docentes en toda su vida.
La filosofía que están introduciendo pretende, entre otras cosas, potenciar las llamadas «competencias» (o sea, las habilidades y destrezas) y los enfoques pedagógicos frente al conocimiento. Dan más importancia, por ejemplo, a que el alumno sepa hablar en público a que tenga algo que decir.
La introducción de este tipo habilidades en el sistema universitario demuestra el fracaso absoluto que han tenido en este asunto en la enseñanza media y por el cual son culpables. El estudiante ya debería saber expresarse al llegar a la universidad y a saber y escribir con corrección. Por poner un ejemplo, y pese a los innumerables defectos del sistema educativo norteamericano, el alumno que llega allí a la universidad ya sabe expresarse en público perfectamente y además le gusta.
Trabajar en equipo puede ser interesante, pero también el método perfecto para que unos se aprovechen del trabajo de los demás. El ser humano no es trabajador por naturaleza y decir lo contrario es falso. Cualquier teoría psicopedagógica que lo asuma es simplemente errónea. Alguna de estas “competencias” pueden ser útiles, pero no pueden constituir la base del sistema.
Un sistema educativo tampoco tiene por que ser “igualitario”, siempre ha habido y habrá distinción entre las calificaciones de aquellos que han trabajado más y los que no lo han hecho. Tampoco tiene que ser lúdico, entre otras cosas porque el estudiante debe de prepararse para el mundo laboral, donde los chistes y las pérdidas empresariales no suelen mezclar muy bien. Los sistemas multimedia y las nuevas tecnologías de la información en la enseñanza, aunque útiles, tampoco pueden sustituir el trabajo del estudiante. Simplemente se está perdiendo la perspectiva.
Pero el cáncer psicopedagógico ya ha llegado a la metástasis, como prueba la creación del Máster de Formación del Profesorado. Ya están contentos, ya tienen más recursos, sus puestos de trabajo, ingresos económicos y además una vía para propagar sus caducas ideas.
Hagamos ahora un ejercicio mental. Gracias a una hipotética máquina del tiempo nos transportamos a un inmediato futuro en el que titulados aliñados con salsa boloñesa campan a sus anchas por la sociedad. ¿Se imagina un abogado vivaracho y locuaz, pero que no sepa de leyes, defendiéndolo a usted en un juicio? Quizás tuviera éxito con un jurado obtenido de una sociedad en la más profunda indigencia intelectual, pero no ante un juez. ¿Y un cirujano que le explique muy bien en qué consiste su tumor y dónde está localizado y por qué no sabe operarlo? Puede que incluso le opere y usted muera en el quirófano, la ignorancia es a veces muy atrevida. También podría admirar la presentación 3D infográfica que el arquitecto de su futuro hogar le muestre, pero se le olvidará justo cuando la casa de sus sueños se le caiga encima. Lo mismo se puede decir del sistema informático que le conecta con su cuenta bancaria, o respecto a la seguridad mecánica del coche que conduce.
Vivimos en un mundo cómodo y agradable porque los frutos del método científicos nos proporcionan muchas comodidades: electricidad, medicina, transporte, comunicaciones, etc. El método científico es experimental. Si, por ejemplo, se prueba un fármaco sobre unas ratas y no funciona porque éstas enferman y mueren se arroja el fármaco a la basura sin contemplaciones. El experimento LOGSE ha demostrado que las “teorías” psicopedagógicas que se han implantado son falsas y por tanto hay que arrojarlas a la basura junto a los que las propusieron. Quizás incluso habría que plantearse la eliminación de la propia titulación de Pedagogía (ya de paso se podría hacer lo mismo con la de periodismo y transformarla en un master).
La nueva generación de estudiantes llega muy mal preparada a la universidad, llega sin ganas y sobre todo sin vocación. Algunos están en la universidad porque se supone que hay que ir, porque les obligan sus padres o porque se supone que así tienen más posibilidades de empleo, pero podrían estar en cualquier punto del espacio-tiempo. No sólo carecen de conocimientos, sino que tampoco su actitud es buena. Nunca han sufrido una crisis económica, han vivido a regalo con todos los caprichos que sus padres les han comprado y nunca han trabajado o se han sacrificado para obtener nada. No es culpa suya, son víctimas, nadie les ha enseñado.
Tampoco son todos así, pero basta que haya unos cuantos de ellos por clase para que el clima que se obtenga no se corresponda con el que debe de tener un buen ambiente de estudio.
Acostumbrados como están a obtener las cosas sin esfuerzo algunos creen que tienen derecho a aprobar sin estudiar. Nadie les ha dicho que en esta vida nadie regala nada y que siempre hay que luchar por lo que uno quiere. Tampoco nadie les ha dicho que compiten contra todos los demás, contra sus compañeros, contra el resto de la sociedad. No es malo, así es el mundo: competitivo.
Lo que hay que exigir es que esa lucha sea justa, que el sistema social sea una meritocracia y no un sistema de contactos, influencias, castas y dinastías. Un sistema universitario público que saque a la calle a titulados mal formados es injusto, porque los coloca en inferioridad de condiciones frente a todos aquellos que teniendo poder e influencias además han podido pagarse una educación privada cara y quizás mejor. Esto no es progreso, es tomar el pelo a los votantes.
Metodologías de enseñanza hay muchas, ninguna es perfecta. Evaluaciones puede haber las que se quiera, oportunidades se pueden ofrecer todas las que el alumno desee. Pero éste debe de sobrepasar un nivel mínimo de conocimientos, actitudes y aptitudes.
Hay pocos estudiantes que se manifiesten por una mejor formación, pero tienen razón en una cosa: si el título de grado se degrada (ellos no son tontos y lo saben), el de máster contará y mucho. Hacerles pagar un precio elevado por él es injusto frente al sistema anterior y coloca a los estudiantes de las clases bajas en inferioridad de condiciones frente a los que pueden costearlo.
Decir que los estudiantes han sido manipulados por los profesores o por los “antisistema” es asumir que el sistema educativo crea débiles mentales incapaces de pensar por ellos mismos y que por tanto el sistema educativo es un fracaso. Cualquier individuo con poder en el sistema educativo que diga eso admite su propio fracaso, sea o no sea verdad, y de paso insulta a aquellos para los que dice trabajar: los estudiantes.
Bastaría garantizar la inexistencia de una discriminación económica para desactivar las movilizaciones estudiantiles. Y una garantía no es equivalente a una promesa de “becas” o de créditos “blandos”. Pero a los políticos esto no les gusta porque la reforma, en el fondo, está pensada para abaratar el coste universitario como ya mencionamos antes.
Con el nuevo sistema se trata al alumnado como niños en un colegio, con una supervisión constante y bajo un sistema maratoniano, encorsetado y estricto que no deja mucho tiempo para la asimilación de contenidos. Tampoco se da al alumno la libertad para decidir la organización de su tiempo en la manera que desee. Se olvida, en suma, que deben de ser considerados mayores edad, maduros intelectualmente, responsables y con capacidad de tomar sus propias decisiones. Así de adultos se les considera cuando van a votar o a prisión por cometer un delito. Aunque realmente no sean tan adultos hay que tratarlos como tales, porque tarde o temprano el mundo exterior y el mercado laboral así lo harán. Si no aprenden esto en la universidad, ¿dónde diablos lo van a hacer? ¿Queremos crear una generación de débiles mentales que además no sepan nada? ¿Queremos sumir a la sociedad en la indigencia intelectual cuando además ya lo está en la miseria moral?
La solución a este problema en realidad es muy sencilla. Asumiendo que los alumnos llegan mal preparados del instituto se puede crear un grado de cuatro años que cubra los contenidos que cubrían los tres primeros años de las licenciaturas y las carencias con las que llegan. Con esto se consigue tener un grado más relajado en el cual el estudiante pueda asimilar sin problemas los conocimientos necesarios, compensar sus carencias e incluso poder complementarlos con asignaturas “transversales”. Y, sobre todo, se da la capacidad al alumno de poder aprender más en el futuro si lo necesita. Se daría además libertad al alumno para ajustarse al método o métodos, permitiendo que aquellos que ya trabajen puedan estudiar.
Con todo esto se evitaría el fracaso escolar y se mejoraría la formación. Los alumnos con dificultades o desanimados pueden obtener su título en este punto, que además sería convalidable con los europeos.
Posteriormente se crearía un ciclo de posgrado de dos años como mínimo con los contenidos que antes se cubrían en los dos últimos años de las antiguas licenciaturas. Esto permitiría disponer de los titulados muy bien formados que serán siempre imprescindibles.
Ambos ciclos deberían de estar subvencionados de la misma manera por el Estado para no discriminar respecto a los ingresos familiares o individuales.
Intentar meter con calzador a todas las titulaciones en las mismas metodologías es un grave error porque son campos del conocimiento distintos, con estructuras intelectuales y salidas profesionales muy desiguales. No se puede, por ejemplo, sustituir créditos universitarios por prácticas en empresas en todos los casos. Estás prácticas pueden estar muy bien en las ingenierías, pero carecerían de toda lógica en Filosofía, entre otras cosas porque no hay empresas de Filosofía. Se podría, no obstante, añadir un periodo posterior para esto mismo o para el proyecto fin de carrera si la titulación así lo requiere.
También hay que tener un seguimiento de la formación de los titulados en las distintas titulaciones impartidas por cada universidad y elaborar listas de prestigio. Todo el mundo en EEUU sabe que no es lo mismo ir a Harvard que al Comunity College del barrio.
Pero hay que tener cuidado con la importación de sistemas educativos procedentes de otros países. Allí funcionan en un contexto cultural y social determinado que, en general, es distinto del que hay aquí. El sistema debe de adecuarse a las sociedad española, pero con miras precisamente a intentar reformar poco a poco esta sociedad para así encaminarla hacia su progreso intelectual.
Si finalmente se consigue eliminar los egoísmos de los actores implicados seguro que un sistema así funcionaría.
Hay algo que tanto la sociedad como las corrientes utilitaristas a veces olvidan. Se pueden adecuar ciertas carreras al mercado, pero no todas. Fuera del mundo académico nunca va a haber una cuantiosa oferta de empleo para paleontólogos, cosmólogos, antropólogos o filólogos de arameo. Los alumnos que se arriesguen a cursar ciertas carreras deben de asumir que sus salidas profesionales pueden ser más bien escasas o nulas.
Pero no por eso hay que eliminar o modificar estas carreras para adecuarlas al mercado laboral. La sociedad y el conocimiento humano siempre necesitarán de estos expertos. No sabemos cómo será el futuro y siempre habrá que tener profesionales bien preparados en todo por si acaso. Ya se plantea que haya, por ejemplo, físicos teóricos trabajando en Wall Street.
Es la universidad, a través de sus profesionales a los que forma, la que debe de dirigir la sociedad y no al revés.
Los empresarios españoles (por otra parte no muy cultos en general) también deberían de considerar que un señor que ha estudiado Filosofía es una persona que ha superado una serie de pruebas en una carrera difícil y que le puede convenir contratarlo, simplemente porque es inteligente, porque discurre y porque sabe expresarse con propiedad.
En los países prósperos se admira al que tiene formación y sabe pensar. No hacerlo significa un enorme desperdicio de talento que no nos podemos permitir.
En definitiva hay algo que se olvida cuando se hablan de estos temas. La universidad es la máxima expresión de la intelectualidad y cultura de una nación. Menoscavarla significa la destrucción de los cimientos que sostienen un país que se dice civilizado. En algún momento hay que pasar el testigo del conocimiento a la siguiente generación y sólo se tiene una oportunidad para hacerlo.
Nota:
Rompiendo la regla de universalidad de esta web se publica una colaboración llegada por correo electrónico que trata de analizar un problema local que aqueja en este momento a España: la reforma del sistema educativo universitario. Se publica en la medida en que esta reforma puede afectar a la futura formación en ciencias en este país.
07-07-2009 » NeoFronteras
25 julio 2009 @ 7:32 pm
Si bien se rompe la línea editorial especializada de esta web, es innegable que el tema tratado es transversal a las ciencias ¿o cómo vamos a tener ciencias sin científicos suficientemente formados? Este tema es pedagógico y aunque el autor acierta adecuadamente a sus críticas, su paradigma intelectual es el generador del problema que aborda: La competitvidad, que es el paradigma de la promoción del egoismo atávico. De hecho toda la civilización actual lo es, por tanto el problema es sistémico y no simplemente puntual. Puntualmente, la fuente del problema abordado se trató en otra web, en http://www.crisisenergetica.org/article.php?story=20090417004814814 Sugiero leerlo. En mi país, que es denominado «del tercer mundo» los problemas que se comentan son los mismos, solo que amplificados exponencialmente, con los casos de robos y corruptela generalizados (posibles en un marco de una nula cultura institucional) Este tema lo abordé en un breve diplomado sobre ciencia, tecnología y educación, del cual generé unos artículos nimios pero esenciales en la temática, que se pueden leer en http://altermediaparaguay.blogia.com/temas/educacion-paraguaya.php Obviamente, la baratijada ideológica no es la solución, pero sí un abordaje sistémico-complejo que implique un profundo cambio de paradigma y civilización, algo que tiene sus componentes ideológicos, pero que no se limita a los mismos.
31 agosto 2009 @ 12:45 pm
Yo me siento afortunado por no ser estudiante boloñes, y me apiado a sobre manera de los que los son (el curso anterior de mi ya les a tocado). Aún si hay algo que me entristece aún mas que ver como de los 50 minutos de clase pasan lista durante 10 minutos para ver si estan todos los clientes, es que no se puede hacer absolutamente nada, no se oye hablar de la democracia, ni de lo que vale el voto… creo que en una dictadura, se habrian tomado mas en cuenta nuestras quejas…
Políticos y empresarios, vaya par de timadores, …¿cual eran los del animo de lucro? los políticos no? .
15 septiembre 2009 @ 2:35 am
Actualizo uno de los enlaces, el referente a mis trabajos sobre educación, que se pueden leer en http://altermediaparaguay.blogia.com/temas/articulos-propios-sobre-educacion-ciencia-y-tecnologia.php