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Dinosaurios, meteoritos y tomates

Si disfrutamos de tomates rojos y jugosos quizás se deba al meteorito que mató a los dinosaurios.

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Según una de las teorías más aceptada, un meteorito impactó sobre la Tierra en lo que hoy es Yucatán hace unos 65 millones de años. El impacto eyectó polvo a la atmósfera que se mezcló con las cenizas de los incendios provocados por el impacto. Esto debilitó la luz que llegaba del Sol a la superficie terrestre, sumiendo al planeta en una especie de “invierno nuclear” por las similares consecuencias que tendrían con un intercambio de armas nucleares.
Las consecuencias de esto fueron devastadoras para muchas especies, sobre todo para los animales grandes como los dinosaurios, que ocupaban posiciones superiores en la pirámide trófica. Los mamíferos y aves, sin embargo, aprovecharon las condiciones posteriores de nichos ecológicos vacíos de grandes animales para crecer y diversificarse.
Las plantas, que se reproducen por semillas (o esporas), pudieron esperar mejores tiempos, pero algunas lucharon bajo esas duras condiciones de supervivencia.
Pues bien, una análisis genético revela que la planta de tomate fue una de esas que lucharon en el pasado y que si disfrutamos de tomates sabrosos en la actualidad (bueno, hasta la llegada del mercado moderno y sus tomates insípidos) es gracias a ese evento.
Un consorcio internacional ha analizado el genoma del tomate y ha llegado a interesantes conclusiones. El genoma del antepasado de esta planta se expandió justo en la época del impacto del meteorito, lo que denotaría una respuesta a condiciones de estrés, como las condiciones de baja iluminación que se produjeron entonces. La expansión del genoma sería un modo de incrementar las posibilidades de supervivencia en esas condiciones.
Cuando la situación volvió a la normalidad, el antepasado del tomate se deshizo de gran parte de los genes sobrantes, pero mantuvo mucha de la base genética que permite la formación y desarrollo del fruto. El tomate adquirió su color rojo y ciertos genes que generaban toxinas desaparecieron, haciéndose muy diferente de plantas emparentadas como la de la patata, que no produce frutos comestibles (los tubérculos sí son comestibles).

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Recordemos que las plantas no pueden huir cuando las ataca un herbívoro, así que muchas de ellas han desarrollado mecanismos alternativos para defenderse, como el desarrollo de espinas o toxinas. Los seres humanos nos hemos aprovechado de los mutantes que carecían de los genes que producían esas toxinas y los hemos consumido y cultivado. Su cultivo ha tornado esa desventaja para la planta en una ventaja en último término al delegar en los humanos para su reproducción. Un ejemplo típico es el almendro, cuya variedad silvestre produce almendras venenosas.
El tomate se tornó rojo, grande y comestible para así ser consumido por animales y que sus semillas se vieran dispersadas por ellos una vez pasadas por su tracto digestivo, una estrategia que han usado otras plantas.
El consorcio ya ha conseguido secuenciar casi los 35.000 genes del genoma de esta planta. Los investigadores pudieron echar un vistazo al pasado remoto de esta planta y compararla con otras plantas de la misma familia. Comprobaron que las diferencias genéticas entre distintas plantas de tomates son muy pequeñas. Así por ejemplo, una variedad actual de tomate cultivada en Holanda, y probablemente introducida por los españoles en época, sólo difiere en un 0,6% de los genes de su antepasado del siglo XV.
El consorcio lleva trabajando en este programa durante bastantes años. Los primeros análisis completos se publicaron en Nature hace unos días, pero la información genética estará accesible para investigadores y cultivadores durante dos años. También hay mucha información publicada en el sitio web del consorcio. Quizás esta información sirva para crear variedades resistentes a la sal o se creen tomates más sabrosos, pero para ello se necesitará realizar una investigación adicional por parte de los interesados. La información que lo permitiría ahora es pública y financiada por fondos públicos. Esperemos que todo esto no lleve a tomates patentados aún más insípidos, ahora que incluso en España se denuncian a agricultores por cultivar variedades “protegidas” de plantas.
Los tomates de hoy en día no son tan buenos como los que comimos algunos en la niñez porque se cortan aún muy verdes debido a las necesidades del transporte de larga distancia y porque en las últimas décadas se han seleccionado parámetros como la forma, aspecto, color o resistencia en lugar de sus cualidades organolépticas, algo más subjetivo y difícil de controlar. Hay una investigación en marcha en los EEUU para restaurar el sabor de los antiguos tomates. Se sabe que hay muchos genes que son responsables del sabor de los tomates, por lo que la tarea no es sencilla.
Así que, amigo lector, ya tiene algo interesante que pensar la próxima vez que se haga una ensalada con tomates. Piense en los dinosaurios que desaparecieron por culpa del meteorito y en cómo los tomates se hicieron llamativamente rojos, dulces y sabrosos por la misma causa.

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Fuentes y referencias:
Nota de prensa de la Universidad de Wageningen.
Artículo original (en abierto). [2]
International Tomato Genome Sequencing Project . [3]
Figuras: Nature.