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Extinguimos especies mil veces más rápido de lo normal

El ser humano fuerza una tasa de extinción 1000 veces superior a la normal, más de lo que se creía hasta ahora.

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El sapo dorado fue visto por última vez en 1989. Fuente: Wikipedia.

El final natural de toda especie terrestre es la extinción. Unas se extinguen al poco de aparecer y otras están entre nosotros desde la noche de los tiempos. Todo depende también de lo que consideremos especie. El caso es que hay un ritmo constante de extinción y un ritmo constante de especiación según el cual aparecen nuevas especies.
Si no hay cambios bruscos en el entorno, este proceso de desaparición de especies es lento y esas especies que se extinguen pueden ser sustituidas por otras. En ningún caso el ritmo de extinción es superior al de especiación por razones obvias salvo por causas extraordinarias y puntuales. Los estudios genéticos nos dicen que, en promedio, aparece una nueva especie de vertebrado cada 10 millones de años.
La situación cambia cuando se produce una extinción masiva y muchas especies se extinguen directamente o debido al efecto dominó. Los ecosistemas tardan muchos millones de años en recuperarse después de uno de esos eventos. El último en darse fue hace 65 millones de años y se llevó por delante a todos los dinosaurios.
Ahora estamos inmersos en otro proceso de extinción masiva, esta vez inducido por la actividad humana. Lo difícil es cuantificar el ritmo de esta extinción. Un nuevo análisis arroja malas noticias al respecto. El ritmo de extinción actual es 1000 veces superior al natural, lo que constituye la cota superior de las estimaciones anteriores. La razón de este nuevo resultado es que anteriormente se había subestimado la extinción actual y se había sobreestimado la natural de hace entre 10 y 20 millones de años.
El estudio ha sido realizado por Stuart Pimm (Duke University) y sus colaboradores. Es una actualización del trabajo que hizo este mismo investigador en 1995 y que situaba el ritmo de extinción entre 100 y 1000 veces superior al natural.
Uno de los problemas era que hace 20 años no se contaba con todos los datos necesarios para realizar una buena estimación. Ahora se cuenta con amplios datos sobre grupos de animales y sobre su distribución geográfica. La idea es comparar estos datos de extinción con lo que se daba hace millones de años, cuando el ser humano no intervenía en los ecosistemas.
La nueva estimación no está determinada por una aceleración reciente en la extinción en estos 20 años, salvo en el caso de los anfibios debido a una plaga reciente de hongos que está diezmando las poblaciones de estos animales.
Los ecosistemas funcionan metafóricamente como un avión moderno. Se puede quitar un tornillo (una especie) del avión (ecosistema) y el avión sigue funcionando (el ecosistema sigue funcionando). Se pueden ir eliminando piezas y componentes y seguirá volando más o menos sin problemas, pero, llegados a un punto, el avión no puede volar y se estrella (el ecosistema colapsa). Todavía no hay herramientas científicas fiables que permiten evaluar la salud de los ecosistemas y que predigan cuánto falta para su colapso total. Pero todos los indicadores señalan que las actuales políticas de explotación y destrucción del medio, llevadas a cabo por los humanos, no favorecen en nada la conservación de los ecosistemas, sobre todo la de los más ricos en especies.
Un ritmo de extinción 1000 veces al natural no puede mantenerse durante mucho tiempo sin que ocurra un desastre absoluto y los científicos aseguran que tarde o temprano pagaremos el precio por ello.
Los científicos implicados y del ramo están realizando mapas de biodiversidad que ayuden a establecer políticas de conservación.

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Fuentes y referencias:
Artículo original. [2]