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Sobre el origen de las religiones moralizantes

La aparición de la opulencia sería la causante del surgimiento de las religiones moralizantes.

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Aunque ya sabemos el mal que las religiones pueden llegar a ejercer sobre las sociedades humanas (y algunos aspectos positicos) merece la pena estudiar el fenómeno social de las religiones para saber cómo surgieron.
Reconozcámoslo, al principio las religiones hasta eran divertidas. Había un dios para cada fenómeno natural o cada necesidad humana y tenían toda una parafernalia mitológica. Sabemos por los registros históricos que durante miles de años las religiones se centradas en lo inmediato y se basaban en rituales, en tabúes que evitaban el infortunio y en recompensas a corto plazo. Si se quería, por ejemplo, que lloviera para tener así una buena cosecha, se hacía un sacrificio al dios correspondiente y ya está. Esas religiones no tenían una gran carga moral.
Pero la situación cambió entre el año 500 y 300 antes de Cristo, cuando aparecieron las religiones moralizantes a lo largo de Eurasia desde China a Grecia. Esto fue un cambio radical en el que apareció el Estoicismo, el Jainismo o el Budismo, así como sus sucesores directos más tarde: el Cristianismo y el Islam. Todas estas religiones comparten muchos más conceptos de los que sus adeptos quieren reconocer. Estas doctrinas enfatizan el valor de la trascendencia personal, la noción de que la existencia humana tiene un propósito distinto a la del éxito material y descansan sobre una existencia moral que controle los deseos materiales individuales a través de la moderación en el sexo y la comida, promueven el ascetismos, el desapego material, la compasión y la ayuda a los más necesitados.
De todos modos, ese ajuste temporal en la franja de 500-300 A.C. es bastante más difuso, pues ideas sobre religiones moralizantes aparecieron antes en algunas regiones del mundo.
Estas religiones y sus variaciones son las que operan hoy en día, mientras que las demás son minoritarias. Pero, ¿por qué sucedió esto? Un nuevo estudio, realizado por Richard Sosis (University of Connecticut) y sus colaboradores, apunta a que la opulencia fue el motor de este cambio.
Las religiones moralizantes se centran precisamente en eso, en la moral. Se basan en la autodisciplina o el ascetismo, se centran en la lucha contra el egoísmo y a favor de compasión. Y, principalmente, en una recompensa futura en el mundo del más allá.
Esta recompensa futura es la clave de la tesis de Baumard. Antes del surgimiento de las religiones moralizantes sólo se daba la recompensa a corto plazo, principalmente porque económicamente no podía darse otro comportamiento. Los psicólogos han demostrado que cuando la gente tiene acceso a pocos recursos, priorizar el aquí y el ahora es la mejor estrategia. Ahorrar para el futuro no es el mejor uso que se puede dar a los escasos recursos en ese caso.
Pero una vez que la riqueza aparece en escena sí cabe la planificación, el ahorro y la recompensa a largo plazo. Pensar acerca del futuro empezó a tener más sentido. Esto permitió derivar la idea hacia la recompensa futura en el más allá por parte de las religiones moralizantes a costa del día a día. La gente ya tenía los recursos necesarios como para mantenerse sin problemas y fue relativamente fácil dar el paso psicológico desde la planificación material a la planificación moral. Por tanto, sería la opulencia la que habría cambiado la psicología de la gente y, por lo tanto, su comportamiento religioso.
Los valores como la autodisplina y el sacrificio a corto plazo son precisamente los que promueven las religiones moralizantes y son justo los que se pueden permitir económicamente cuando se alcanza cierta riqueza. Una vez que la gente de cierta sociedad ha realizado el desplazamiento mental hacia el planificación a largo plazo las religiones moralizantes aparecieron para reflejar esos nuevos valores y prometer una vida mejor después de la muerte si se invertía con buenas acciones en el día a día.
Estos investigadores recopilaron datos históricos y arqueológicos de Eurasia para poner justificar esta idea a lo largo de diferentes sociedades: ricas, pobres, ricas, primitivas, políticamente complejas, etc.
Resultó que el mejor indicador para la aparición de una religión moralizante era una captura de energía del medio, tanto en forma de comida como en combustibles y recursos, por encima 20.000 kilocalorías diarias. Por debajo de ese límite las religiones moralizantes casi nunca aparecían. Básicamente se necesita tener más para así desear tener menos.
Con ese nivel de 20.000 kilocal/día tenían un techo sobre sus cabezas, una vida segura y suficiente comida en sus platos. Pero esto fue relativamente nuevo en ese momento. En las sociedades tribales o en imperios antiguos el hambre o la enfermedad eran muy frecuentes y la vivienda era muy rudimentaria. Justo alrededor del los años 500-300 A.C. el gran aumento de la población y de la urbanización cambió todo eso y parte de la gente empezó a vivir mejor.
Otra forma de interpretar el fenómeno, según otros estudiosos, sería que las religiones moralizantes propiciaron la creación de sistemas más justos que permitieran una mejor distribución de la riqueza a través de una disminución de la violencia y una promoción de la cooperación y el éxito cultural.
Así por ejemplo, se ha propuesto que las sociedades grandes son posibles y funcionan mejor porque poseen una religión moralizante que las sustenta. Pero Baumard pone como contraejemplos al antiguo Egipto, al Imperio Romano o a los imperios Azteca, Inca o Maya.

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Fuentes y referencias:
Artículo original [2]
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