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Ratas altruistas

En un experimento se demuestra que las ratas ayudan a sus congéneres bajo estrés de forma altruista y empática.

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En este mismo sitio web hemos visto que los animales pueden exhibir muestras de lo que llamamos sentido de la justicia o incluso empatía.
Uno no pensaría que este tipo de sentimientos tan “humanos” puedan ser expresados por las ratas, pues nuestros prejuicios dotan a estos animales de muy mala reputación. De este modo, decimos que las ratas son las primeras en abandonar el barco o nos reímos del titular de The Irish Times en el que deslizó la errata de llamar al antiguo presidente de Bankia Rodrigo Rata.
Puede ser que estemos equivocados y que las ratas sean mejores que algunas personas y que, aunque abandonen un barco que se hunde, no abandonen de ahogarse a sus congéneres incluso a costa de no comer chocolate, al menos en el ambiente controlado del laboratorio.
Todo empezó con un estudio publicado en 2011 [1] por parte de Peggy Mason (University of Chicago) en el que se afirmaba que las ratas tenían empatía por sus congéneres.
En ese estudio se tenía atrapada una rata en un tubo (algo que le producía bastante estrés) y sólo podía ser liberada gracias a la ayuda de un congénere, que no estaba bajo esa restricción, si accionaba un mecanismo. El experimento demostraba que, efectivamente, la rata libre liberaba a la rata cautiva en el tubo.
Los escépticos señalaron en su día que, en realidad, no se trataba de empatía. Como a las ratas les gusta la compañía, en realidad lo que sucedía era que la rata liberadora no sentía el estrés de la otra y no trataba de evitar su sufrimiento, sino que sólo buscaba su compañía.
Para tratar de dilucidar este punto, el grupo de Kwansei Gakuin (Universidad de Japón) diseño un experimento distinto. En el nuevo dispositivo se situaba a una rata en uno de los compartimentos de un sistema de dos. En ese recinto había agua y la rata se veía obligada a nadar, algo estresante para el animal. En el otro recinto, que estaba seco, había otra rata que podía ver lo que ocurría.
Aunque no había riesgo de ahogamiento, la única manera de evitar estar nadando todo el tiempo era que la segunda rata empujara una puerta para que la rata en el agua pudiera ir a sitio seco.
Después de unos días las ratas aprendieron cómo accionar el mecanismo y, efectivamente, ayudaron a las ratas que estaban en el agua. Pero, y esto es lo interesante, no ayudaron a las ratas en el mismo compartimiento cuando no había agua. Por tanto, las ganas de tener compañía no era lo que les hacía ayudar al otro, pues las ayudaban sólo cuando estaban en situación de estrés.
Además, las ratas que ya habían pasado por la experiencia de estar a remojo en esas condiciones, ayudaban más rápidamente a sus congéneres cuando las tornas cambiaban. Los investigadores dicen que esto significa que no solamente reconocían mejor la situación estresante en el otro si ya habían pasado por ella, sino que estaban más motivadas porque recordaban lo que era estar en esa situación.
No contentos con el resultado, los investigadores pusieron la capacidad de empatía de las ratas al límite ofreciendo chocolate a cambio de no ayudar a la compañera. La rata en el recinto seco podía elegir entre abrir la puerta a la compañera en remojo o abrir la puerta a un trozo de chocolate.
Las ratas que ayudaron a sus compañeras a cambio de renunciar al chocolate pasaron del 50% al 80% con el tiempo. Esto sugeriría que para las ratas el impulso de ayudar a un congénere es superior al más básico de alimentarse con una golosina.
Este resultado nos induce a pensar que la empatía no apareció en humanos de la nada o por condicionamientos culturales, sino que sería algo más innato que ha sido favorecido lentamente por la evolución.

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Fuentes y referencias:
Artículo original [3]
Foto: Sato, N. y colaboradores, Animal Cognition (2015).