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Clima y los grandes y viejos árboles

Los árboles viejos y grandes son fundamentales para la supervivencia de los ecosistemas, pero están en peligro.

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Comparativa en tamaño de varias especies de grandes árboles con un autobús de dos pisos. Fuente: Trends in Ecology and Evoluction.

En el tratado de Paris sobre el calentamiento global se llegó a una colección de buenas intenciones, pero sin obligaciones, sanciones ni nada que realmente impida que las temperaturas suban por encima de los 2 grados centígrados de media por encima de la temperatura de la época preindustrial.

El umbral marcado en los acuerdos es un tanto confuso pues se sitúa en esos dos grados como máximo, pero con la intención de no superar los 1,5 grados. La razón es que ese medio grado puede ser la diferencia entre lo malo y la catástrofe, sobre todo para ciertas regiones del globo.

Este año la gran barrera de coral ha sufrido uno de sus peores veranos. El coral se ha blanqueado en más de un 90%, lo que pone en peligro su existencia. La única estructura construida por seres vivos que se ve desde el espacio, la mayor fuente de biodiversidad marina, podría desaparecer dentro de poco.

Para conseguir esos objetivos de limitar la subida de temperatura, además de cortar nuestras emisiones de forma radical, deberíamos hacer otras cosas. Una de ellas sería conservar los únicos sumideros naturales de dióxido de carbono en los que este gas pude ser fijado sin peligro: los bosques y selvas. Pero, además, tienen otros beneficios para la vida que contienen.

Según un estudio [1] [1] de investigadores de Oregon State University el denso dosel de los bosques primarios proporciona un colchón térmico a los animales y plantas que viven en los bosques en un mundo cada vez más caliente.

La temperatura en primavera y verano en el interior de los bosques compuestos por viejos árboles es hasta 2,5 grados inferior al interior de bosques jóvenes.

Estos árboles proporciona un microclima favorable para anfibios, aves e incluso para grandes mamíferos que viven en estos bosques. En especial son ideales para que ciertas especies sensibles al calor puedan sobrevivir a un mundo cada vez más cálido debido al calentamiento global.

La tala y posterior repoblación de estos bosques puede suponer un desastre para estas especies. También lo puede ser para el clima en general, pues la madera talada devuelve al medio el dióxido de carbono almacenado y un árbol joven tarda muchos años en absorber el carbono que un árbol viejo contenía.

Quizás esto nos haga conservar los bosques más antiguos, pero no parece que las evidencias señalen en ese sentido. Otro estudio [2] [2] apunta al grave peligro que corren los bosques habitados por los árboles más grandes de la Tierra.

Las secoyas rojas de California, los baobabs de Madagascar, los grandes eucaliptos australianos y otros árboles espectaculares, a veces con miles de años de edad, están en grave peligro. Protegerlos requiere pensar a muy largo plazo y tratar de proteger sus hábitats, únicos en el mundo.

Bill Laurance, (James Cook University) señala que estamos en este caso tratando con organismos que evolucionaron en largos periodos de estabilidad ecológica y ahora esa estabilidad está desapareciendo en el mundo actual en el que vivimos.

El cambio climático hará que en algunos ejemplares de estas especies no alcancen la edad y tamaño que sus antepasados solían alcanzar. Las sequías prolongadas, las especies invasoras, los nuevos patógenos, la fragmentación de hábitat y otras amenazas lo impedirán. Ya no existen las condiciones para que los ejemplares más jóvenes de estas especies alcancen la altura y edad de sus antecesores. Algunas especies ya no podrían ni germinar en el mismo lugar.

Es difícil definir a las especies que constituyes los grandes y viejos árboles, pero se puede poner el umbral en los árboles de más de 20 metros de altura y 100 años de edad. Pero algunos de ellos llegan a tener 100 metros y más de 2000 años de edad.

Aunque hay muchas especies de árboles cuyos ejemplares llegan a vivir miles de años, solo unas pocas crecen durante siglos hasta alcanzar los 50 o hasta los 115 metros de algunos ejemplares de secuoya roja.

Además de las secoyas rojas o los baobabs tenemos los fresnos de montaña australianos (Eucalyptus regnans) que también alcanza los 100 metros de altura, el Petersianthus quadrialatus filipino o el pino real americano. Todos estos ejemplares están en peligro. La cantidad de ejemplares de estas especies se ha reducido drásticamente en las últimas décadas. Así por ejemplo, al menos dos especies de baobabs que crecen actualmente en Madagascar desaparecerán antes de acabar este siglo.

Estos árboles dominan a su comunidad y controlan los nutrientes y el agua disponible. Proporcionan refugio y comida a muchas otras especies. Son como los supermercados del bosque. Los dispersadores de semillas, los polinizadores, los grandes depredadores, las lianas, las orquídeas epifitas, los helechos o los musgos dependen de estos grandes árboles.

La desaparición de estos árboles supondrá una extinción en cadena por efecto dominó. Según estudios recientes, en lo que va de siglo la deforestación ya ha puesto en riesgo la supervivencia de al menos 500 especies de mamíferos, aves y anfibios.

Los bosques en los que habitan estos grandes árboles necesitan, por tanto un especial cuidado a la hora de su conservación. Sin embargo, apenas se ha hecho nada para incluir a los grandes árboles en las políticas de gestión y conservación.

Las acciones humanas, como la tala, la degradación de ecosistemas y el cambio climático están acabando con los ejemplares más antiguos de estos árboles. Así por ejemplo, ahora, en Europa, se prepara la tala masiva de árboles milenarios en Białowieża (Polonia), uno de los últimos bosques primarios europeos.

¿Podemos realmente decir que podemos repoblar un bosque cuando talamos árboles de siglos de edad? Si duda esos árboles y nosotros nos movemos por escalas temporales distintas.

Los grandes árboles suponen además una gran riqueza cultural y tienen una gran relevancia social. Según unos investigadores suecos son parte de la identidad humana y su patrimonio cultural es esencial para abordar la cuestión de su declive en todo el planeta.

Parece increíble que todavía no queramos admitir que los humanos dependemos de la Naturaleza y ella no depende de nosotros. Tal y como sostiene un estudio reciente [3] [3] la sola presencia de vegetación mejora nuestra salud.

Al parecer hay una correlación entre la presencia de vegetación medida por fotos vía satélite y la reducción de enfermedades crónicas, en especial en la gente relativamente mayor que tiene pocos recursos económicos. Así por ejemplo, en esos lugares hay una incidencia un 14% menor de diabetes y un 13% menor de hipertensión.

El impacto positivo en la psicología humana de la vegetación ya fue demostrado hace tiempo, algo que los arquitectos y urbanistas autores de “plazas duras” no parecen saber.

La evolución sólo funciona a lo largo de millones de años, tanto para los grandes árboles como para nosotros. Los humanos seguimos siendo esos seres que una vez se irguieron sobre la sabana africana. Nuestro cuerpo y nuestra mente necesitan de esa Naturaleza que nos están robando.

No tenemos ningún derecho a destruir especies que llevan sobre la Tierra más tiempo que nosotros. Ni para tener una comodidad más a la que ni tan siquiera damos importancia, ni para tener un hijo más que llene de sentido nuestras vidas vacías en un mundo moderno que ya no entendemos.

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