- NeoFronteras - http://neofronteras.com -

Sobre castigo y cooperación

El castigo no es efectivo a la hora de promover la cooperación entre los jugadores de un juego sobre comportamiento humano.

Foto

No está claro por qué la evolución por selección natural ha favorecido la cooperación entre individuos que son inherentemente egoístas. Pero, al menos en el caso del ser humano, si no fuera por esa cooperación no hubiéramos llegado adonde estamos. La cooperación mantiene la estabilidad de las sociedades humanas. Da la impresión de que en nuestros cerebros esta está de algún modo preprogramada.

El problema fundamental es que la cooperación suele tener un coste para el que coopera. Por ejemplo, ante un desastre natural o de cualquier otro tipo, los que avisan o ayudan se juegan su propia vida. A veces, efectivamente, la pierden.

También hay aprovechados que se benefician de la cooperación entre los individuos de la comunidad y no aportan nada a ella. A veces sólo maldad. El ser humano ha inventado mecanismos para evitar estos aprovechados, muchas veces en forma de ley que castiga con cárcel o multas las conductas más trasgresoras. Los estudios han demostrado que sentimos placer al castigar a los aprovechados, por lo que parece que esto del castigo también es un tanto innato en nosotros. Hasta algunos monos se revelan si son víctimas de lo que consideran una injusticia.

Si no fuera por el castigo, la cooperación podría desaparecer bajo la explotación de los aprovechados. Si en un país todo el mundo defrauda a la Hacienda pública, no hacerlo es de tontos. Al final se recauda menos y se obtienen menos servicios. Sin la coerción del castigo al final nadie pagaría impuestos.

Pero la aplicación del castigo tiene un coste. A veces este es tan grande, que es una carga muy pesada para los que lo aplican individualmente. Aunque dilemas como el juego del ultimátum demuestran que muchas veces estamos dispuestos a pagar el precio. De nuevo, esto del fomento de la cooperación parece innato en nosotros.

De todos modos, los modelos matemáticos muestran que la cooperación se fuerza mejor si el coste del castigo recae sobre toda la comunidad y no sobre unos pocos individuos.

Pero el papel del castigo como principal fuerza coercitiva para fomentar la cooperación se ha puesto en duda en diversos estudios en los últimos años. Entre los investigadores sobre el tema se ha venido discutiendo si es mejor la zanahoria que el palo.

Para dilucidar este aspecto un grupo de investigadores liderado por Marko Jusup (Universidad de Hokkaido en Japón) y por Zhen Wang (Universidad Politécnica de China) diseñó un experimento basado en un juego consistente en un dilema social.

Estos científicos investigaron si la aplicación del castigo como una opción ayudaba a mejorar el nivel de cooperación a nivel general en una red de individuos que se mantuvo constante.

Para ello usaron el típico dilema del prisionero [1] al que jugaron 225 estudiantes chinos organizados en tres grupos. Cada uno jugó 50 jugadas a este juego. Como todos sabemos, el dilema del prisionero no tiene solución si se juega una sola vez, pero sí la tiene si se juega varias veces con los mismos jugadores.

En uno de los grupos, cada estudiante jugó contra dos oponentes que cambiaban cada vez. Los voluntarios escogían entre cooperar o desertar y se otorgaban puntos basándose en la combinación de elecciones realizadas. Si uno de los voluntarios y sus dos oponentes elegían desertar el voluntario ganaba cero puntos. Si todos elegían cooperar el voluntario ganaba 4 puntos. Si sólo el voluntario elegía desertar mientras que los oponentes elegían cooperar la ganancia para el voluntario era de 8 puntos.

En el segundo grupo todo era igual al primero, excepto en que los jugadores eran siempre los mismos hasta el final del juego, tras las 50 jugadas. De este modo, los jugadores implicados terminaban teniendo una idea de cómo eran las características de los otros en cuento a estilo de juego.

En el tercer grupo se operó como en el segundo, pero con la opción de poder castigar. La aplicación del castigo conllevaba una pequeña reducción en los puntos al castigador y una gran reducción de puntos al que era castigado.

Al final del juego se contaron todos los puntos conseguidos y a los voluntarios se les dio una compensación monetaria proporcional al número de puntos que consiguieron.

Lo esperado era que si los individuos jugaban con los mismos oponentes a lo largo diversas jugadas, verían los beneficios de la cooperación y cooperarían para así ganar más puntos y, por tanto, más dinero. Como era de esperar, los investigadores encontraron que los jugadores del primer grupo cooperaron muy poco (un 4%), al cambiar continuamente de oponentes, frente a un 38% de cooperación del segundo grupo.

La introducción del castigo venía a decir: si no cooperas, te castigaré. En teoría, la introducción del castigo debía de aumentar la cooperación. Sin embargo, no fue así, pues la cooperación en el tercer grupo en donde había castigo cayó a un 37%. Además, las ganancias finales en este grupo también fueron inferiores a las del segundo.

Así que este experimento sobre el comportamiento humano mostraría que el castigo no es efectivo a la hora de promover la cooperación entre los jugadores.

En el tercer grupo hubo menos deserción comparado con el segundo grupo, pero sólo porque algunos jugadores cambiaron la deserción por el castigo.

Según sostienen los investigadores, el mensaje implícito de “quiero que cooperes” del castigo tiene el efecto inmediato de mandar el mensaje de “quiero hacerte daño”.

Los castigos parecían tener, en general, un efecto desmoralizante según los individuos que son castigados en múltiples ocasiones ven en cierto periodo de tiempo buena parte del total de sus ganancias desaparecer como consecuencia del castigo. Esto llevaría a los jugadores a perder interés por el juego y a jugar el resto de las jugadas con una estrategia menos racional. Además, la posibilidad de castigar como una opción parece también reducir el incentivo de elegir la opción de cooperar en lugar de competir.

Entonces, ¿por qué el castigo ha penetrado tanto en las sociedades humanas? “Podría ser que el cerebro humano esté diseñado para producir placer al ver castigar a los competidores”, dice Jusup. “Sin embargo, es más probable que en, la vida real, un lado dominante tenga la capacidad de castigar sin que esto provoque represalias”, añade Wang.

El resultado tiene implicaciones a la hora de comprender cómo la cooperación evoluciona hasta tener una papel formativo en las sociedades humanas.

Pero, según dicen los propios investigadores, aunque el estudio proporciona importantes perspectivas sobre cómo aparece la cooperación en las sociedades humanas, sería poco sensato extrapolar las implicaciones de este estudio más allá del contexto experimental empleado.

Copyleft: atribuir con enlace a http://neofronteras.com/?p=5900 [2]

Fuentes y referencias:
Artículo original. [3]
Esquema: Universidad de Hokkaido.