Señales previas al colapso
En un experimento controlado de campo descubren señales previas al colapso de un ecosistema.
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Creemos que de todas las cosas que podemos estudiar, el tiempo atmosférico, debido a su naturaleza caótica, es muy difícil de predecir, pero no es así. Pese a que muchas veces nos quejamos de su exactitud, la verdad es que se puede predecir el tiempo atmosférico con unos pocos días de anticipación. Y si es a un día los pronósticos casi nunca fallan.
La situación es muy distinta para otros sistemas, por mucho que los inversores de bolsa lo deseen, no podemos saber la cotización a un día vista. Los terremotos son otro ejemplo de impredecibilidad, principalmente porque no tenemos muchos datos de lo que pasa ahí abajo. Los sistemas ecológicos son otro caso complejo que se resisten a ser predicho, pues, aunque tengamos acceso al ecosistema, no conocemos muy bien su naturaleza, sobre todo porque es ahora cuando se está empezando a aplicar modelos matemáticos.
La idea sería predecir y, por tanto, impedir el colapso de una ecosistema si somos capaces de ver los primeros signos de ese fatal destino. Durante mucho tiempo los ecólogos creían que los colapsos ecológicos no se podrían predecir.
Un ejemplo de lo que no tendría que pasar fue ver cómo las reservas pesqueras de bacalao del Atlántico desaparecían en los noventa por culpa de la sobrepesca sin que nadie se diera cuenta. Así que este tema no es sólo un asunto académico abstracto, sino que puede tener consecuencias en un aspecto tan básico de nuestras vidas como la alimentación.
Los colapsos ecológicos están aumentando en mundo debido principalmente a la acción humana, se cazan ciertas especies, hay sobrepesca o se altera el ecosistema con contaminación. A todo ello se le suma el cambio climático producido por nuestras emisiones de gases de efecto invernadero.
En esencia, las diversas especies que pueblan un ecosistema mantienen entre sí un delicado equilibrio. Hay sistemas de reatrolimentación que restauran ese equilibrio. Así por ejemplo, si aumentan los depredadores entonces disminuyen las presas de los que se alimentan y los depredadores mueren de hambre y esto permite la recuperación de sus presas. Pero los mecanismos de recuperación no aguantan perturbaciones muy graves. Muchos sistemas tienen puntos de no retorno, e incluso el clima también los tiene. Los ecosistemas no son la excepción entre los sistemas complejos en este asunto.
Hay sistemas en donde una sola especie puede producir un desastre, como la proliferación de algas tóxicas en ciertos mares. Si se aprende a ver los primeros signos de un colapso quizás eso nos ayude a evitarlo. Hay ciertos modelos que parecen indicar que esto es posible, pero tratar de aplicarlos a la realidad es otra cosa. Así por ejemplo, los investigadores han encontrado en sus modelos de sistemas económicos, sistemas de asistencia sanitaria, de la bolsa de valores o de ataques epilépticos que hay oscilaciones que preceden el colapso.
Uno de los primeros casos en los que se vio estas señales fue en las simulaciones de plagas de insectos en los bosques de Canadá, plagas que se producen cada pocas décadas y que devastan dichos bosques en la realidad. En esos modelos se observaron señales raras que precedían el desastre. El problema fue resuelto por William Brock, de UW-Madison, que usó una rama de las Matemáticas Aplicadas conocida como teoría de las fluctuaciones para mostrar que esas señales eran, de hecho, señales de un cambio catastrófico.
Ahora se publica un estudio en el que se describen los signos de alarma que preceden a un colapso ecológico en un sistema real: oscilaciones en el nivel de clorofila. En los lagos de Wisconsin Peter y Paul viven normalmente peces comedores de zooplancton (básicamente compuesto por pulgas de agua) que dominan dicho ecosistema.
Un equipo de investigadores dirigido por Stephen Carpenter, de la Universidad de Wisconsin-Madison, introdujo gradualmente durante tres años en el lago Peter una especie foránea de pez depredador e hizo un seguimiento cuidadoso de las poblaciones de seres en los lagos. El lago Paul se mantuvo como grupo de control. Los investigadores pudieron estimar la población de algas, zooplancton y peces de manera regular a través de capturas periódicas. Incluso midieron los parámetros físico-químicos cada 5 minutos. Llegó un momento en el pusieron el ecosistema al límite y el pez foráneo terminó dominando la red alimenticia.
Observaron que se producían oscilaciones periódicas en la cantidad de algas del lago un año antes de que la cadena alimenticia colapsara. En esta caso la señal de alarma es al parecer clara y fuerte. Las oscilaciones, que en este caso sirven de indicador del colapso, se deben a los cambios en el comportamiento alimenticio de los peces más pequeños como resultado de la introducción de los peces depredadores. Los peces pequeños se desplazaban hacia aguas más someras donde se sienten menos amenazados y dejan las aguas del interior libres de ellos mismos. Entonces, cómo sólo interacciona el zooplancton y el fitoplancton en el agua de esa zona (los depredadores sólo comen peces) se produce una fluctuación clara en la población de algas (y en la de pulgas de agua). Básicamente, el sistema de las aguas interiores es como el descrito por la ecuación de Volterra.
Según Marten Scheffer, de la Universidad de Wageningen (Holanda), estas señales de alarma previa son universales y esto hace que el resultado sea excitante. Añade que aislar este tipo de señales de aviso de un ecosistema no sólo sirve para predecir catástrofes, sino que además puede ayudar a determinar qué ecosistemas responden bien a su conservación y así centrar en ellos los esfuerzos.
El desafío es determinar qué señales de alarma son las más apropiadas para cada ecosistema, estructuras que muchas veces no están bien estudiadas o comprendidas.
La idea es estudiar otros sistemas para así encontrar las señales tempranas de alarma. Pueden ser en arrecifes de coral, lagos, bosques u otros tipos, y tratar de ver cómo las sobrepesca, las plagas de insectos, la sobreexplotación, los cambios químicos y otros tipos de agentes los alteran.
Copyleft: atribuir con enlace a http://neofronteras.com/?p=3485
Fuentes y referencias:
Nota de prensa.
Artículo orginal.
6 Comentarios
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jueves 5 mayo, 2011 @ 9:42 am
Me parece muy interesante que la matemática pueda ayudar a detectar signos tempranos, pero me proporciona el mismo consuelo que si a quien tiene un cáncer avanzado y muy posiblemente terminal, notifican que la ciencia ha avanzado de tal manera en su problema que se podrán detectar los posibles tumores al nacer, a partir del ADN.
El bacalao del Atlántico, el atún rojo del Mediterráneo, las ballenas, los tiburones y así una interminable lista, en todo el mundo. Somos los humanos demasiados depredadores de todo lo comestible y arruinadores de lo incomestible. Sabemos lo que nos espera, pero la mayoría de las gentes prefieren no ver lo evidente, sin necesidad de ya .desgraciadamente- de signos premonitorios.
jueves 5 mayo, 2011 @ 10:37 am
El del artículo parece un caso particular, no veo clara la forma de extender la teoría a otros sistemas. De todas formas, parece que la aplicación de las matemáticas a hechos biológicos se extiende cada vez más, y yo creo que es el camino a seguir.
Saludos.
viernes 6 mayo, 2011 @ 7:36 pm
Bueno en el fondo tampoco es tan raro que se utilicen matemáticas en los distintos campos científicos.Cuesta imaginar una ciencia que se precie de tal y que no utilice su lenguaje, el de las matemáticas,y ya que tomás habla de cánceres,tengo entendido que se han llegado a utilizar ecuaciones diferenciales (las típicas de la física)para estudiar el desarrollo de células tumorales.
Saludos a todos, ah! y por si lee esto tomas, decirle que me monde de risa con su comentario, el día que metí la pata y puse un comentario en una página equivocada, (el asunto de los pares de cooper)
Saludos.
sábado 7 mayo, 2011 @ 5:39 am
Me alegro, amigo lluís, si te hice pasar un momento agradable.
También yo, como vosotros, me alegro de que la matemática, el lenguaje necesario de la ciencia, avance. Lo malo es que yo no sé si se enseña mal -quiero decir de forma poco didáctica- y por ello suele eliminarse todo lo posible en los libros de divulgación. Es que hay verdadero rechazo en cuanto se ven las más sencillas fórmulas.
Esperemos que mejore la cosa.
sábado 7 mayo, 2011 @ 10:52 am
Este resultado no creo que sea útil. No es que sea un caso particular, que lo es, sino que no es indicativo de colapso. Los peces autóctonos simplemente cambian de comportamiento y las algas y el zooplancton del interior se comportan como un sistema de dos especies aisladas. Esas oscilaciones son las que aparecen en todo sistema de dos especies.
sábado 7 mayo, 2011 @ 11:16 am
Estimado Tomás:
Eso que menciona de las Matemáticas se debe a varios factores. El primero, y fundamental, es la mala actitud hacia ellas que se hereda de generación en generación en las escuelas. Se supone que hay que odiarlas porque sí, porque son difíciles y porque te lo dicen tus compañeros, los chavales de cursos superiores y tus hermanos, etc.
El segundo factor es que, efectivamente, no se ha sabido enseñar Matemáticas bien y, sobre todo, de manera amena. Se ha tratado de introducir nociones, métodos y formalizaciones que a ciertas edades y niveles no son adecuados. Encima, a veces, se ha utilizado a las Matemáticas como barrera al acceso a cursos superiores o como filtro, sobre todo a nivel universitario.
El tercer factor es que, como ocurre en Física, para poder entender las partes más bonitas y fascinantes hay que pasar antes por la parte más árida y «fea» (que no tienen por qué serlo).
El cuarto factor, definitivo y principal, es que el ser humano está diseñado para ser vago y perezoso. Surgimos en una sabana africana en donde había que ahorrar energía y no desperdiciarla en un ejercicio físico superfluo o en la actividad intelectual innecesaria. Este diseño es el que nos produce gratificación cuando comemos grasas y azúcares (sustancias con mucha energía) y es el que nos hace posponer (a veces indefinidamente) ir al gimnasio. Es también el que hace que nos cansemos cuando trabajamos.
El cerebro consume mucha energía y la actividad intelectual consume energía. Cuanto más difícil es esa actividad más energía se consumirá. Nuestro cerebro fue además pensado para sobrevivir a la sabana y efectuar actividades distintas a la resolución de integrales elípticas. Otros campos son menos exigentes intelectualmente porque no se alejan tanto de esa sabana primitiva. Afortunadamente, el cerebro es un órgano tan flexible que nos permite cazar una gacela y también encontrar las raíces a una ecuación de tercer grado.
Pero si no hay incentivo (el placer por saber, que te paguen por ello, la amenidad, la belleza, el gusto por ello…) cualquier actividad intelectual cansa (es la manera que tiene nuestro cuerpo de decirnos que estamos gastando energía excesivamente) y tendemos a rehuirla.
Nuestros cuerpos están diseñados para la pasividad, para tirarnos en el sofá a ver la tele… Pero al igual que hay deportistas también hay gente que practica las matemáticas.
Casi hubiera sido mejor hacer un texto para la página de opinión con todo esto.