Las galaxias elípticas, compleja simplicidad
En este profundo y largo artículo el astrofísico profesional Nicolás Cardiel nos habla de primera mano y con rigurosidad científica de las galaxias elípticas, su tema de investigación de los últimos años. Este artículo puede ser toda una referencia para todos aquellos aficionados y no tan aficionados que estén interesados en este apasionante tema.
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Las galaxias elípticas, también llamadas de primeros tipos por su posición en la clasificación morfológica clásica establecida por Edwin Hubble (ver Figura 1), constituyen un claro ejemplo de que uno no debe dejarse engañar por las apariencias. Su aspecto simple, sobre todo cuando se las compara con las muchas veces exuberantes galaxias espirales, induce a pensar que deben tratarse de galaxias sencillas, un simple conglomerado de estrellas orbitando en el pozo de potencial gravitatorio común. Sus estrellas constituyentes son rojizas y viejas, y clásicamente se las consideró galaxias desprovistas de gas y polvo. Por tanto, en ellas los procesos de formación de nuevas estrellas deben ser inexistentes. En este sentido, las galaxias elípticas fueron inicialmente consideradas como una versión a mayor escala de los cúmulos globulares de nuestra galaxia, sistemas estelares formados por estrellas con una misma edad y composición química. Por otra parte, las galaxias elípticas se presentan bajo una enorme variedad de tamaños y masas, desde galaxias elípticas enanas con masas del orden de 10 millones de veces la del Sol, hasta las gigantescas elípticas que habitan los centros de los cúmulos de galaxias, que llegan a superar los 10 billones de masas solares. Otro hecho a destacar es que las galaxias elípticas son más sociables que las espirales, ya que son más frecuentes en cúmulos de galaxias que fuera de ellos. De hecho las elípticas constituyen aproximadamente la mitad del censo de galaxias brillantes en cúmulos, mientras que son sólo el 15% si las buscamos fuera de las grandes asociaciones galácticas.
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Y es precisamente su aparente simplicidad una de las razones que explican por qué las galaxias de primeros tipos comenzaron a ser objeto de interés de la comunidad científica astronómica. Cabe esperar que los procesos de formación y evolución de este tipo de sencillas galaxias sean fácilmente comprensibles, y que de esta forma puedan ser utilizadas como un primer paso en el largo camino de conocer por un lado el origen de galaxias más complejas (a nadie se le escapa la gran similitud aparente entre una galaxia elíptica y el bulbo de una galaxia espiral), y por otra parte descubrir los mecanismos que han gobernado la formación de los cúmulos y supercúmulos de galaxias, auténticos trazadores de la estructura a gran escala del Universo.
Sin embargo, como no debería sorprendernos, la realidad es algo más compleja, aunque a la vez también más interesante.
¿Cómo son las elípticas reales?
Aprovechando los apagones que durante la segunda guerra mundial se produjeron en Los Ángeles, y utilizando el telescopio de 2.5 m de Monte Wilson, Walter Baade estableció uno de los paradigmas en el estudio de la composición estelar de las galaxias. Con aquel telescopio, que permitía resolver estrellas individuales en galaxias cercanas, Baade comparó los brillos y colores de las estrellas más brillantes en el bulbo y disco de varias galaxias espirales y de una pareja de galaxias elípticas. Y encontró que en los bulbos de espirales y en las elípticas dichas estrellas eran gigantes rojas, al contrario que en los discos de espirales, cuyas estrellas más luminosas eran supergigantes azules. Y por ello clasificó a ambas poblaciones estelares, y sus entornos, en dos categorías: la población I, asociada a regiones con estrellas jóvenes azules, con abundante presencia de gas y polvo, y la población II, dominada por estrellas rojas luminosas en entornos desprovistos de dicho gas y polvo.
Hasta mediados de la década de los 70, los astrónomos consideraban las galaxias elípticas como esferoides constituidos por estrellas de la población II, y que su forma era achatada debido a la rotación de las estrellas. Sin embargo, las medidas detalladas de las velocidades de rotación de las estrellas, deducidas a partir de los espectros de absorción, han mostrado fehacientemente que, al menos en las galaxias brillantes, las estrellas no poseen un movimiento de rotación ordenado, sino que sus trayectorias presentan disposiciones aleatorias. Por tanto, la forma de las galaxias elípticas viene dada por la anisotropía de dichos movimientos, es decir, por el grado en que las órbitas aleatorias se distribuyen en las distintas direcciones. De hecho se piensa que este tipo de galaxias son objetos triaxiales (elipsoides con tres ejes diferentes) en lenta rotación.
El sencillo retrato inicial de las galaxias elípticas se ha ido haciendo más complejo con la detección de gas frío y polvo, aunque en pequeñas cantidades. No obstante el medio interestelar dentro de numerosas elípticas está dominado por un gas caliente, poco denso, que es fácilmente detectable en rayos X. Algunas poseen pequeños discos gaseosos en rotación en sus centros, posiblemente restos de la colisión con otras galaxias ricas en gas, incluso espirales. Otra importante evidencia de que las colisiones con sistemas estelares no es un proceso inusual, es la detección, en algunos casos, de núcleos contrarrotantes, aquellos en los que cohabitan estrellas orbitando en sentidos opuestos (aunque ello no implica que se produzcan colisiones entre estrellas, dadas las inmensas distancias que separan unas de otras en comparación con sus tamaños, incluso en las densas regiones centrales).
Uno de los resultados observacionales más interesantes ha sido la constatación de la presencia de un agujero negro supermasivo en los centros de las galaxias elípticas y en los bulbos de las espirales. Estos agujeros negros, al contrario que sus hermanos estelares procedentes de la evolución de las estrellas más masivas y que sólo poseen una masa equivalente a unas pocas veces la masa del Sol, son auténticos monstruos con masas que oscilan entre un millón y mil millones de veces la masa de nuestra estrella. Su existencia fue postulada en los años 60 para explicar la increíble emisión de un nuevo tipo de objeto extragaláctico, los cuásares, cuya extraordinaria luminosidad no podía justificarse de otra manera. La presencia de dichos agujeros negros supermasivos ha sido ahora confirmada a través de las alteraciones que su presencia produce en el movimiento de las estrellas que orbitan en sus proximidades (ver Figura 2). A medida que el número y características de dichos monstruosos agujeros negros se ha ido incrementado, ha sido posible comprobar que la masa de dichos objetos se escala con la masa de la galaxia que los alberga, encontrándose los agujeros negros más supermasivos en los centros de las galaxias más masivas y luminosas (ver Figura 3). Esto ha conducido a diversos investigadores a postular la existencia de una conexión entre el proceso de formación de dichos agujeros negros y el de las propias galaxias. Conocer cuál es exactamente esta conexión es uno de los problemas en los que se centra gran parte del interés de los científicos que trabajan en el estudio de la formación de las galaxias elípticas.
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Por si fuera poco, las galaxias elípticas se han convertido también recientemente en fuente de una interesante controversia con implicaciones cosmológicas. Actualmente se admite que una fracción importante del contenido material del Universo se encuentra en forma de un tipo de “materia oscura” cuya naturaleza es desconocida, pero cuya presencia es detectable a través de su influencia gravitatoria. De hecho se supone que todas las galaxias se encuentran embebidas en halos formados por dicha materia oscura, cuyo colapso en épocas tempranas del Universo fue el que facilitó la formación de las propias galaxias, y de hecho constituye el tejido sobre el que se construye la estructura a gran escala del Universo. Sin embargo la observación de estrellas en las regiones exteriores de algunas galaxias elípticas con una velocidad aleatoria muy baja condujo a varios investigadores a plantear que tan bajas velocidades no requerían la presencia de halos de materia oscura en dichas galaxias, poniendo por tanto en entredicho uno de los pilares de los modelos cosmológicos modernos. Se ha llegado incluso a plantear la necesidad de modificar la forma clásica en la que se supone que actúa la gravedad, introduciendo una versión modificada de la mecánica newtoniana (MOND, del inglés MOdified Newtonian Dynamics). Una puerta de escape a este problema ha sido propuesta hace unos pocos meses, cuando un grupo de investigadores ha mostrado que la formación de galaxias elípticas a partir de la fusión de galaxias con disco embebidas en halos de materia oscura puede provocar que las órbitas resultantes de las estrellas en las regiones exteriores sean muy excéntricas, lo que podría explicar las bajas velocidades observadas. Sin duda es éste un debate que dará todavía mucho que hablar en un futuro inmediato.
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¿Cómo se forma una galaxia elíptica?
Antes de que la existencia de los halos de materia oscura fuera aceptada de forma generalizada, se suponía que las galaxias elípticas se formaron mediante un rápido colapso “monolítico” de una gran nube de gas, produciéndose la formación de todas las estrellas de manera simultánea, sin tiempo para que la disipación del gas produjera la caída del mismo hacia un disco en rotación. El colapso de la nube original no debería ser muy grande para explicar así la baja velocidad de rotación de estas galaxias. De este modo, las elevadas densidades centrales que se observan en las galaxias elípticas serían un reflejo de la densidad de materia existente en la temprana época de su formación. Por el contrario, las galaxias espirales serían el resultado de un proceso de colapso mucho mayor, en el que la formación estelar no se produciría básicamente hasta que el gas hubiera tenido tiempo de disiparse y colapsar en un disco en rotación.
La existencia de halos de materia oscura modifica de forma significativa este escenario. Son dichos halos los primeros en comenzar el colapso gravitatorio durante la expansión del Universo, y su posterior fusión determina el ritmo al cual el gas ordinario puede enfriarse y colapsar para dar lugar a la aparición de galaxias en el seno de dichos halos. Sin embargo la diferencia en el colapso del gas primordial en el momento del nacimiento de las galaxias no es el único mecanismo responsable del aspecto que éstas presentan en el universo local. Dado que el tamaño de las galaxias no es despreciable en comparación con las distancias típicas que separan unas de otras, la probabilidad de que se produzcan colisiones no es en absoluto despreciable. Este hecho es cada vez más aceptado, gracias por un lado al gran número de evidencias observacionales que sugieren que los encuentros y fusiones entre galaxias han podido ser habituales, y por otro a las predicciones realizadas mediante simulaciones numéricas por ordenador. Estas últimas muestran, por ejemplo, que durante la colisión de dos galaxias espirales sus discos estelares quedan completamente destruidos, sus estrellas adquieren órbitas aleatorias y el resultado final de la fusión es un objeto con aspecto de galaxia elíptica. Y lo que resulta más interesante de esta historia es que la importancia de las fusiones entre galaxias depende muy sensiblemente del modelo cosmológico asumido. En concreto, si vivimos en un Universo con una constante cosmológica no nula (como parece desprenderse de las recientes observaciones de supernovas lejanas), el número de fusiones a lo largo de la vida del Universo es mucho menor que si lo estamos haciendo en un Universo sin dicha constante cosmológica.
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La forma de poder contrastar las predicciones con la realidad pasa por realizar estudios sistemáticos con alta resolución espacial de galaxias elípticas a diferentes distancias y, por tanto, en diferentes épocas del Universo. Y esto sólo ha comenzado a ser posible con la existencia del Telescopio Espacial Hubble. Los primeros trabajos han puesto de manifiesto la existencia de galaxias elípticas lejanas con núcleos azules (sintomáticos de la presencia de estrellas jóvenes) cuando éstas no se encuentran en asociaciones importantes de galaxias, mientras que en cúmulos de galaxias más densos o ricos este tipo de objetos es mucho menos frecuente. Esto parece razonable dado que los cúmulos de galaxias se formaron en regiones de mayor densidad en el universo primitivo, por lo que el proceso de ensamblaje galáctico procedió con mayor rapidez. Así mismo, el exceso de galaxias irregulares azules que se observa al obtener imágenes profundas (y que no se observa en el universo local) parece indicar que una importante fracción de dichas galaxias pudo sufrir procesos de fusión que hayan contribuido al censo de galaxias elípticas actuales.
Sea como fuere, parece claro que tampoco puede desligarse la evolución de las galaxias del entorno en el que éstas se han formado y vivido. Los cúmulos ricos de galaxias, por ejemplo, son grandes asociaciones en las que es fácil encontrar galaxias elípticas. Pero los cúmulos contienen mucha más materia de la que podemos ver en las imágenes en el óptico. Los observatorios desde satélites han mostrado que constituyen fuentes muy brillantes en rayos X, lo cual indica la presencia de una enorme cantidad de gas que rellena todo el volumen del cúmulo. Ese gas contiene elementos químicos producidos en las estrellas de las galaxias que lo habitan, y parte de ese gas puede también retornar a las galaxias para dar lugar a nuevas generaciones de estrellas. Así mismo, la presencia de este gas en el medio intracumular tiene importantes consecuencias en la evolución tanto de las galaxias que habitan en los cúmulos, como en aquellas que son capturadas y que pasan a formar parte de los objetos ligados gravitatoriamente a los mismos.
¿Cómo se estudian las galaxias elípticas?
Considerando que el constituyente luminoso básico de las galaxias elípticas son las estrellas, y dado que actualmente poseemos un buen conocimiento de la estructura y evolución estelares, en principio debería ser posible enfrentarse al estudio detallado de este tipo de galaxias. Sin embargo, salvo para las galaxias muy cercanas, la distancia nos impide resolver las estrellas individuales que forman estos objetos y estamos condenados a realizar observaciones de la luz integrada de sus estrellas. Al obtener espectros de las diferentes regiones de una de estas galaxias, estamos observando el espectro combinado de miles de millones de estrellas, que además pueden tener distintas edades. Este espectro, por tanto, no se corresponde con el de un tipo particular de estrella. La tarea del astrónomo se convierte entonces en encontrar la mezcla adecuada de espectros estelares que reproduce el espectro observado. Este problema “inverso” típicamente está muy degenerado y normalmente se encuentran múltiples combinaciones de estrellas que reproducen un espectro real (dentro de los inevitables errores de medida), y no siempre es posible saber cuáles de las posibles soluciones es la correcta.
Por otro lado, al observar la luz combinada de tantas estrellas, cada una con una velocidad particular, el espectro observado muestra absorciones espectrales (las típicas “líneas” oscuras de los espectros) más ensanchadas que las que se obtienen al observar espectros de estrellas individuales. Este efecto emborrona ligeramente la información, haciendo el problema un poco más complicado (ver Figura 4).
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Por si fuera poco, aunque ha sido posible obtener espectros de una increíble variedad de estrellas cercanas, que posteriormente podemos ir “mezclando” para crear modelos de galaxias por ordenador, es muy probable que una fracción importante del contenido estelar de muchas elípticas esté formado por estrellas que no existen ni en la vecindad solar ni en las galaxias más próximas (las únicas para las cuales podemos obtener espectros individuales con los medios instrumentales actuales). Ello nos obliga a utilizar también espectros artificiales para completar las “bibliotecas” de espectros estelares con las que construimos los espectros integrados de las galaxias sintéticas. Al llegar a este punto, estamos añadiendo incertidumbres a las ya inciertas asunciones que hay que asumir a la hora de generar una galaxia artificial.
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Los esfuerzos de los astrónomos al estudiar entonces estos objetos se encaminan en dos direcciones distintas pero complementarias. Por un lado se trata de obtener la información espectroscópica que abarque el intervalo espectral más grande posible, intentando que dicha información proceda del mayor número de regiones posibles de cada galaxia. En este sentido, el uso de los recientes espectrógrafos de campo integrado o IFUs (del inglés Integral Field Unit) ha comenzado a revolucionar las observaciones de estos objetos, con la introducción de lo que se ha dado en llamar espectroscopía 3D (ver Figura 5). Esta técnica permite obtener espectros simultáneamente de muchos puntos de cada objeto en una sola exposición. Por otra parte, los astrónomos también tratan de mejorar las herramientas teóricas (modelos sintéticos de galaxias) y los ingredientes correspondientes (bibliotecas de espectros estelares), con los cuales generar predicciones de los espectros integrados de las galaxias lo más realistas posibles. Es la comparación entre los modelos y las observaciones la única manera de garantizar que nuestro conocimiento sobre la formación y evolución de las galaxias elípticas avance en el camino correcto.
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Este artículo aquí reproducido constituye la primera parte de un artículo más amplio publicado en Astronomía (numeros 81 y 82) y firmado por Nicolás Cardiel y Santos Pedraz.
Nicolás Cardiel es doctor en Ciencias Físicas, fue postdoc en la Universidad de California en Santa Cruz y ha trabajado en el Observatorio hispano-alemán de Calar Alto. Es un gran divulgador de la temática astrofísica, colabora regularmente con el Planetario de Madrid y en medios de comunicación. En la actualidad es profesor en el Departamento de Astrofísica de la Universidad Complutense de Madrid.
9 abril, 2007 @ 2:59 am
Hola, necesito saber nombres y datos de otras galaxias que no sean: la galaxia con forma de espiral, las elípticas y las irregulares.
¡Gracias!