Último resultado sobre la extinción del Pérmico
Una descontrolada población de arqueas en crecimiento exponencial por culpa del níquel expelido por las erupciones volcánicas sería la causa de la gran extinción del Pérmico.
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Volvemos a un tema recurrente de la historia biológica de este planeta, un tema que nos hace replantearnos la autopermanencia de la vida sobre la Tierra. La vida compleja estuvo a punto de dejar de existir hace 252 millones de años en la más grande de las extinciones masivas que el mundo ha conocido: la extinción masiva del Pérmico.
Esta extinción liquidó a más del 90% de las especies marinas (el registro fósil es mucho más fiable sobre la vida marina que sobre la de tierra firme) y más del 70% de las terrestres. Fue la más grande de las cinco extinciones masivas conocidas y posiblemente la más interesante.
Se empieza a alcanzar un consenso sobre esta extinción. Sería disparada por unas erupciones volcánicas que cambiaron la química planetaria. Una serie de procesos en la química marina provocarían la extinción en sí, que se daría muy rápidamente en términos geológicos. Pero, como se suele decir, el demonio está en los detalles.
Ahora, un equipo del MIT dice haber encontrado pruebas de que el principal culpable de la extinción en sí habría sido un tipo de microorganismo, en concreto la arquea Methanosarcina. Según esta nueva idea, estas arqueas habían proliferado súbitamente de manera masiva en los océanos terrestres de la época y habrían arrojado grandes cantidades de metano a la atmósfera, lo que cambió el clima y la química oceánica.
Estos microorganismos habrían empleado una habilidad recientemente adquirida para usar una rica fuente de de carbono orgánico gracias a las erupciones volcánicas de la época. Los volcanes habrían emitido cantidades apreciables de níquel a la superficie terrestre y es precisamente este metal el nutriente que Methanosarcina requiere para crecer.
Hay varias pruebas que parecen apoyar esta teoría. Por un lado se han encontrado depósitos carbonatados cuyo contenido isotópico indica un aumento de carbono atmosférico (dióxido de carbono o metano) en la época de la extinción. Se había sugerido que su origen sería el dióxido de carbono emitido por las erupciones volcánicas que se dieron en lo que hoy es Siberia. Pero, según los cálculos de este grupo de investigadores, incluso unas erupciones tan monumentales como aquellas no son suficientes como para producir toda esa cantidad de carbono encontrada en los sedimentos de la época, pero, además, el ritmo de deposición no concuerda con el ritmo de las erupciones volcánicas. Si fuese así se esperaría una deposición rápida al principio y luego una deposición cada vez más lenta según los volcanes dejan de emitir. Pero se puede medir lo contrario, pues el aporte de carbono creció con el tiempo. Este tipo de aporte es más compatible con el crecimiento exponencial de una población masiva de microorganismos.
Este microorganismo sería precisamente Methanosarcina, que emite metano y este gas sería el responsable del carbono encontrado en los depósitos antes mencionados. Es aquí en donde entra en escena la otra prueba, que quizás sea la más bonita e interesante. El genoma de Methanosarcina muestra pruebas de que hace 250 millones de años este microorganismos adquirió cambios genéticos que le permitieron ser una gran productor de metano por culpa de la acumulación de dióxido de carbono en los océanos. Esta capacidad genética la adquirió por transferencia horizontal de otras especies de microorganismos. Anteriormente se creía que este cambio genético se dio mucho antes, hace 400 millones de años, pero los nuevos análisis de este estudio cambia este aspecto.
Bajo las condiciones adecuadas la nueva capacidad proporcionó a estas arqueas una capacidad de crecimiento y proliferación sin igual y consumieron las vastas reservas de carbono orgánico de los sedimentos marinos. Fue entonces cuando emitieron cada vez mayores cantidades de metano a la atmósfera, gas que, además, es un potente gas de efecto invernadero.
La pieza final es un micronutriente, en concreto el níquel que estas arqueas necesitan para proliferar. Esto fue proporcionado precisamente por las erupciones volcánicas. Sedimentos encontrados en lo que hoy es China muestran que las erupciones siberianas de la época emitieron grandes cantidades de níquel. Ya se sabía de la presencia de este elemento en la actual Siberia y este nuevo ahllazgo confirma dicha emisión. El caso es que esta producción de níquel permitió el crecimiento explosivo de Methanosarcina.
El metano emitido por estas aqueas produjo un cambio climático global. Aumentaron súbitamente las temperaturas y se acidificaron los mares. Los cambios fueron tan rápidos que las especies no tuvieron tiempo para evolucionar en las nuevas condiciones y la mayoría de las especies se extinguió. Así por ejemplo, casi todas las formas de vida marina que formaban caparazones desaparecieron en ese tiempo.
Este escenario de cambio climático es que el que precisamente se plantea en la actualidad debido a nuestras emisiones. Además, por encima de un umbral, los depósitos de metano marino congelados emitirían grandes cantidades de este gas a la atmósfera.
Los investigadores implicados se muestran muy seguros de las nuevas conclusiones. Cada uno de los factores relatados no es suficiente como para producir la gran extinción. Pero todos esos factores sí encajan entre sí muy bien como para explicar este evento tan dramático.
Este estudio nos dice, entre otras cosas, cómo funciona la ciencia en la actualidad y de por qué son necesarios los estudios multidisciplinares. El genoma de un organismo nos habla de cómo sufrió cambios genéticos en el momento adecuado (posiblemente precisamente por las nuevas condiciones). Además, el registro geológico nos habla de la presencia de carbono y de la emisión de níquel por parte de los volcanes de la época, mientras que el registro fósil nos dice cómo la vida pagó un alto precio con una gran extinción masiva.
Además de todo ello, este evento nos recuerda, una vez más, el cuidado que tenemos de tener sobre el clima y el desastre que puede suponer las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero.
La lección filosófica es que la vida no se autoperpetúa y autorregula como alguna vez se ha sugerido. Esta arqueas casi terminan con el resto de la vida terrestre. Durante un tiempo la Tierra volvió a estar bajo el reinado de los microbios. Fue la misma vida la que provocó la extinción, siendo esta, por tanto, no tan estable como creíamos.
Todo está relacionado y en algunos momentos se aúnan conceptos que hemos visto numerosas veces desconectados. Unos volcanes emiten un oligoelemento y unas arqueas, que hasta hace poco no se reconocían como un reino distinto de la vida, aprovechan una transferencia genética horizontal para proliferar hasta cambiar el clima. A partir de entonces sólo unos fósiles nos hablan de unos seres que desaparecieron para siempre hace mucho tiempo. Después de esta extinción no hubo más gorgonópsidos ni dicinodontos, la evolución tomó otro rumbo, vinieron los dinosaurios, que más tarde también desaparecieron. Luego reinaron los mamíferos y el ser humano. Sin esa extinción del Pérmico nosotros no estaríamos aquí para intentar saber qué paso hace 250 millones de años y a punto de producir la sexta gran extinción. Y, sin embargo, no hay plan maestro, no hay objetivo, no hay propósito, sólo lo contingente parece controlar una existencia impredecible.
Copyleft: atribuir con enlace a http://neofronteras.com/?p=4399
Fuentes y referencias:
Artículo original.
Sobre la extinción del Pérmico en NeoFronteras.
Ilustración: origen desconocido.
14 Comentarios
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martes 8 abril, 2014 @ 11:01 am
«… si fuese así se esperaría una deposición rápida al principio y luego una deposición cada vez más lenta según los volcanes dejan de emitir» dice el artículo refiriéndose al fenómeno volcánico que produjo las «Escaleras de Siberia». No lo veo de esa forma. Al parecer, las emisión fue de una lava fluida; algo así como un derrame no explosivo; cada vez se abrirían más grietas por las que escaparía lava. Porque parece que la dimensión de Siberia aumentó muchísimo con ese largo evento. Esto pudo ir aumentando el dióxido atmosférico y luego marino de una forma lenta al principio que se fuese incrementando con el tiempo. Además esta forma no invalida la teoría de las arqueas «niquélfilas».
Otra cuestión sería si pudo haber una relación entre el inicio de este fenómeno siberiano y el meteorito que causara el cráter de Tierra de Wilkes, hecho que tampoco invalidaría la ingente labor de esas arqueas.
Ese Ni ¿no significará un apoyo a que el meteorito citado provocó una onda de choque que rodeó el núcleo terrestre hasta alcanzar el extremo opuesto, llevándose algo de Fe y Ni hasta el manto y de allí a la superficie?
Me parece un magnífico artículo que incluye la reflexión del penúltimo párrafo sobre el que debemos meditar. Creo que la explosiva conjunción del vulcanismo, Ni, CO2 y arqueas -y quizá alguna causa más como la que apunto- provocaron la Gran Extinción.
A propósito, ¿en qué estado se encuentran esos depósitos de arqueas fósiles supongo que con su ración de Ni?; ¿quizá como algún estrato de una coloración especial?
viernes 11 abril, 2014 @ 11:47 pm
¿Que es lo contingencia.¿
sábado 12 abril, 2014 @ 12:47 pm
Estimado Aviles:
Contingente es que puede ocurrir o no.
Según la RAE:
http://lema.rae.es/drae/?val=contingencia
contingencia.
(Del lat. contingentĭa).
1. f. Posibilidad de que algo suceda o no suceda.
2. f. Cosa que puede suceder o no suceder.
domingo 13 abril, 2014 @ 5:27 pm
«Y, sin embargo, no hay plan maestro, no hay objetivo, no hay propósito, sólo lo contingente parece controlar una existencia impredecible.»
Neo: que tú y yo seamos algo contingente, algo que pudo no haber sido, no implica para nada lo que quieres concluir. Tu contingencia -y la del Hombre en general- bien pueden ser compatibles con una «finalidad absoluta del Universo». La contingencia de los particulares no conlleva la contingencia de lo universal: Analizando la secuencia de aparición de sus dígitos hermanos, el trillonésimo decimal de Pi -que bien pudo ser un 3 o un 4, no lo sé- díjose a sí mismo «es un hecho incontestable que me hallo aquí por puro azar, y que en esta secuencia no hay plan maestro alguno».
Por otra parte, entre la noción de contingencia y la de existencia posible de algún «plan maestro» o «finalidad» no hay contradicción, sino todo lo contrario: la noción de «plan» o de «fin» sólo tiene sentido en un marco de sucesos contingentes -gobernados por leyes necesarias-, como en un juego, digamos el ajedrez o el fútbol. La contingencia es lógicamente imprescindible para que el concepto de «finalidad» tenga sentido. Por sí mismo, a lo puramente necesario -lo no contingente- no puede serle aplicado el concepto de «finalidad» (a=a no puede tener objetivo alguno). Una partida de ajedrez puede tener finalidad, entre otras condiciones, precisamente porque puede o ocurrir o no de una inmensa cantidad de formas, ninguna de ellas necesaria, todas contingentes.
Quizá finalmente tengas razón, pero tu apreciación presente está lejos, muy lejos, de valorar críticamente el conjunto de evidencias que la ciencia actual le aporta a este problema filosófico. De hecho, en cierto sentido, podría sospecharse todo lo contrario: la emergencia de alguien como tú, una conciencia capaz de concebir -así sea muy imperfectamente- la idea de «universo», de «orden cósmico», y aún la noción problemática de «objetivo o plan»; el universo generando por sí mismo un observador consciente de él y de sí mismo, capaz de admirarse con tanta belleza gratuita, eludiendo para ello el imperio de la contingencia y la fatalidad que acecha en los eones, ¿no nos induce todo eso a una gran sospecha? La sospecha de que la «hipótesis nula», la que tú sostienes ya como un hecho demostrado, tal vez sea falsa.
domingo 13 abril, 2014 @ 6:03 pm
El ser humano apareció en África en un paisaje que se asemeja a la actual sabana. Cazaba y también era cazado. Era muy importante saber las intenciones de los animales y de los demás. Fuimos seleccionados para tratar de prever las intenciones de los otros. Pasa igual con los patrones. Nuestro cerebro está diseñado para reconocer patrones porque era muy importante para nuestra supervivencia. Podíamos reconocer la silueta de un león entre las hierbas y ahora vemos ovejas o conejos en las nubes. La evolución no seleccionó para ello.
A veces vemos intenciones en los demás y otras, como las ovejas en las nubes, nos las inventamos.
Nuestro gran sesgo es creer que las cosas siempre tienen una intencionalidad. Pues bien, el Universo no la tiene. Es como es y sucede lo que sucede sin que haya una intención, aunque algunos la quieran ver.
Por desgracia hemos evolucionado para sobrevivir en unas condiciones que ya no se dan, pero que como subproducto nuestro cerebro nos induce a creer en lo que no vemos, en seres imaginarios que controlan el mundo, en los espíritus, etc.
Volviendo al artículo, estamos, pero podríamos no estar. Un pequeño cambio en el pasado y el presente sería totalmente distinto. Lo contingente controla casi todo, pero no lo queremos ver.
martes 15 abril, 2014 @ 3:51 am
Querido Neo: tu argumento basado en la ciencia conocida muestra claramente que la intencionalidad ha surgido como producto natural de la evolución en el Universo. Pero también me temo que demuestra demasiado: es aplicable no sólo a la intencionalidad o al reconocimiento de patrones, sino al placer, el dolor y, en general, a todo lo que constituye nuestra realidad pensada, percibida y sentida; es decir, a TODA. A tu conciencia en pleno. Ahora bien, no sé si habrás advertido que esa noción que te es tan cara de un Universo objetivo es sólo eso: una noción, una idea en tu mente, y por cierto en rigor no más que una idea de carácter hipótetico hasta ahora refrendada por esas extensiones de tus sentidos y de tu pensamiento que son tus instrumentos: ¿acaso lo has visto o concebido directamente por fuera de ti, tal como es en sí mismo? Todo lo que sabes de ese Universo es INFERIDO, hasta la materia misma. (La pretensión de ver «el mundo en sí» es la que mantienen los místicos, así que no creo que sea tuya). Entonces cabe la pregunta de si eres tú un producto de la materia o es la materia un producto tuyo, de tu mente, de tu necesidad de sobrevivir en un entorno de experiencia fenoménica relativamente estable (y es esa tranquilizadora estabilidad lógica de la realidad lo que deseamos explicar con la ciencia). Pero creo que tú mismo respondes: así como con las intenciones de los otros y las finalidades, hemos evolucionado para creer en la materia. Quien dude de la materia cuando los demás creen en ella, no prospera (a mí casi me pasa). La cuestión, amigo, no es si la evolución por selección natural explica o no cómo hemos llegado a ser lo que somos -y bien puedo aceptar que lo hace-. La cuestión es cuál es el sustrato en el que esa selección natural opera, qué es lo que ella selecciona. Por el momento tú también respondes: intenciones, actitudes, comportamientos, sensaciones…
martes 15 abril, 2014 @ 9:08 am
Atanasio o Juan:
La evolución está claro sobre lo que opera y como productos y subproductos de ella generan casi todo lo que somos (hay una parte cultural, obviamente). Pero, desde luego, que la mente no crea la materia (en todo caso infiere una idea sobre ella). La ciencia es un método, nada más, que tampoco tiene respuestas para todo. No tiene aún un modelo para la consciencia.
El lenguaje es flexible y lo admite todo. Así por ejemplo, se puede tomar el verbo «creer» y añadirle lo que sea y aún así formar una frase gramaticalmente correcta, aunque no tenga sentido en cuanto a su significado. Así por ejemplo, se puede decir «no creo en la materia». Pero esto es algo que casi nunca se asume realmente, pues puede ponerse a prueba colocándose delante de un tren en marcha.
Tampoco se sabe adónde quiere llegar usted con su argumentación, si la meta es nihilista o teológica. Cosas ambas que se salen del hilo sobre la extinción del Pérmico, así que es mejor dejarlo. En todo caso, si la meta es nihilista hay una gran tradición filosófica al respecto y si uno quiere, efectivamente, se puede dudar de absolutamente todo. Lo que ocurre es que esa corriente de pensamiento, aunque válida, no es fructífera, así que es inútil. Si la meta es teológica siempre se puede usar esa carta y dejar de estudiar e investigar. Menos mal que eso no se hizo en el pasado pues ahora creeríamos que llueve porque los dioses quieren (o lloran u orinan).
Sobre evolución le recomiendo que lea los libros de divulgación de Stephen J. Gould. En ellos explica los mecanismos evolutivos y el papel de la contingencia mucho mejor de lo que se puede hacer desde esta humilde web.
martes 15 abril, 2014 @ 5:55 pm
Te aprecio, admiro y estimo demasiado -y tú lo sabes- para irritarme con tus sugerencias irónicas sobre mi analfabetismo científico, querido Neo. Pero me temo, amigo mío, que no soy yo quien se resiste a seguir inquiriendo, atrapado en un dogma. Simplemente, afirmas «Y, sin embargo, no hay plan maestro, no hay objetivo, no hay propósito, sólo lo contingente parece controlar una existencia impredecible». Esto ciertamente no es Ciencia. Es penetrar en territorio filosófico con talante dogmático. La filosofía, al menos en sentido clásico, no es otra cosa que la interfaz entre la ciencia y la ignorancia; no es mala ciencia: es ciencia embrionaria. Es pensamiento racional que, a falta de mejor soporte positivo, debe valerse de categorías conceptuales osadas -«experimentales», por decirlo así- para penetrar la bruma y abrir las primeras trochas que permitan allí el ingreso de la Ciencia. Pues nuestra capacidad de conceptualizar, de forjar hipótesis racionales, es el primero de nuestros instrumentos. Así que no hay revolución científica que no comience por ahí. Tú me recuerdas a Gould, yo te remito a Heisenberg, a Pauli, a Poincaré si quieres, etc. La Filosofía, por lo menos como se entendió originalmente, no es otra cosa que la aplicación sistemática del pensamiento racional al estudio de la realidad. Cuando se descubre que tal investigación debe adelantarse además con medios técnicos experimentales, llega la Ciencia. Así que la Ciencia es una filosofía adelantada con medios técnicos; o si lo prefieres, la Filosofía está en -o es- el núcleo de la Ciencia; o mejor aún, la Ciencia es el ideal de la Filosofía, y ésta un gameto de aquélla (él otro es la Técnica). De manera que esas cuestiones filosóficas que planteas al final de este texto son protocientíficas y lo que queda en ellas de la Ciencia, a falta provisional de medios técnicos y hechos verificables, es el análisis racional no dogmático: que es lo que precisamente constituye el corazón filosófico de la Ciencia, su kernel desnudo, donde no determinamos la verdad de evidencias concretas sino la viabilidad in abstracto de escenarios plausibles.
Que el Plan Maestro propuesto por los fundamentalistas cristianos te fastidie -a mí también- no significa que el concepto de «Plan» en sí sea deleznable. Puestos a recordarnos bibliografía de divulgación, pensemos en Jeans, en Eddington y hasta en Davies… ¿Y qué si el Cosmos es sólo un inmenso algoritmo? Lo malo de la Religión no está, como usualmente se piensa, en lo infantil de sus hipótesis sino en su dogmatismo. Considerar la hipótesis de una finalidad no es peor que atribuir la gravedad a la acción de una fuerza a distancia: lo que importa no es el qué sino el cómo lo haces. Al asumir una hipótesis como verdad establecida, epistémicamente nada diferencia al teísta del ateo. Es como ser hincha del Barcelona o del Real Madrid. Cuando mis estudiantes afirman creer en Dios, yo les pregunto si también creen en el spribiño. Ante su cara de extrañeza, les observo que, como «spribiño», «Dios» es sólo una palabra de la cual no saben nada pues no han visto el referente, ni éste les ha sido siquiera aproximadamente bien definido. Eso es bien cierto. Pero si no establecido como hecho, como hipótesis . A fin de cuentas, la Ciencia misma está basada en la hipótesis de que «la verdad» existe y es, sino totalmente, en gran medida alcanzable. ¿Es es creencia en la verdad, sin duda un producto más en nosotros de la selección natural, una quimera debido a su procedencia bioevolutiva? Por supuesto, la idea de verdad de un niño o de un aborigen bindibú no es la misma que la de la Ciencia: pero la segunda es un desarrollo, una sofisticación tremenda, de la primera, qué duda cabe. De la misma forma una es la idea arcaica de los dioses que nos orinan desde el cielo, y muy otra la del Dios de Espinosa -no le digan Spinoza- a la que aludía Einstein, o la hipótesis abstracta de otra idea afín que aún apenas entrevemos. ¿Podríamos negarnos a investigar eso?
Mi posición no es ni teológica ni nihilista. Es escéptica, y me parece muy apropiada para este inteligente foro que tú orientas magistralmente. En palabras de Sexto Empírico, «Para los que investigan un asunto es natural acogerse a una solución o al rechazo de cualquier solución y al consiguiente acuerdo sobre su inaprehensibilidad o a una continuación de la investigación. Y por eso seguramente, sobre las cosas que se investigan desde el punto de vista de la Filosofía, unos dijeron haber encontrado la verdad, otros declararon que no era posible que eso se hubiera conseguido y otros aún investigan. Y creen haberla encontrado los llamados propiamente dogmáticos; como por ejemplo los seguidores de Aristóteles y Epicuro, y los estoicos y algunos otros. de la misma manera que se manifestaron por lo inaprehensible los seguidores de Clitómaco y Carnéades y otros académicos. E investigan los escépticos.» (Esbozo pirrónicos I,I; trad. de A. Gallego y T. Muñoz).
Un abrazo para Neo y para todos.
miércoles 16 abril, 2014 @ 9:00 am
Tras leer los extensos comentarios de Atanasio, solo saco en conclusión resumida que es excéptico y su opinión de que puede ser dudosa que la evolución de la realidad es contingente -no sujeta a un plan-. No es preciso deducirlo; lo confiesa. No me parece necesaria tanta filosofía para tan exiguo resultado.
Me voy a limitar a intentar desmontar la afirmación que hace en su 4, 2º párrafo: «La contingencia de los particulares no lleva a la contingencia de lo universal».
Admitida entonces la contingencia de los primeros podríamos aplicarles algunas de las leyes de la probabilidad. Pues si tomamos un conjunto menor y las aplicamos; hacemos lo mismo con otro y así sucesivamente hasta completar el conjunto suma de todos los anteriores, es de rigor que éste estará afectado por las contingencias de sus componentes. Por tanto sí que la contingencia de los particulares conlleva la contingencia de lo universal.
El trillonésimo decimal de Pi se equivocó al decir que estaba allí por puro azar. No estaba por puro azar sino por el ineludible resultado del algoritmo que permite calcularlo y en esa secuencia sí que el mencionado algoritmo puede identificarse con esa «finalidad»(no pongo «plan maestro» por sus connotaciones fanáticas), y si lo dijo fue por pura ignorancia ya que entre purezas andamos.
Pero el que, en ocasiones, existan esas «finalidades», no implica para nada que pueda existir una universal, por el argumento que he expuesto al principio. En resumen, exacta y matemáticamente lo contrario de su aseveración.
Saludos, queridos compañeros y espero no haber aburrido en demasía.
miércoles 16 abril, 2014 @ 6:07 pm
Querido Atanasio:
«No le den más vueltas, todo lo que han visto es producto de su imaginación». Anthony Blake.
Todo lo que conocemos, todos nuestros pensamientos, no son otra cosa que el producto de la actividad del cerebro. ¿Cómo podemos llegar a la conclusión de que existe un mundo real?
Entre los argumentos a favor del realismo estaría la existencia del sufrimiento, alegando que un cerebro que inventa y construye su propio mundo no tendría razón de concebir el sufrimiento.
También se ha apelado clásicamente a los éxitos de la Ciencia pero, aunque pueda parecer paradójico, considero que el argumento más consistente para defender el realismo lo podemos encontrar no en los éxitos, sino en los errores de la Ciencia. De hecho, los aciertos son fácilmente asumibles desde una perspectiva idealista, no habiendo nada de extraño en que teorías y hechos coincidan porque es el cerebro el que los inventa.
En esta misma línea podemos encontrar argumentos biológicos para apoyar el realismo, Mario Bunge hace un buen compendio de ellos.
Pero, en definitiva, sólo podemos hacer eso: «argumentar». Como decía Kia Nobre (Anna Christina Nobre) en una entrevista con Punset: «diría que existe un mundo real ahí fuera, pero no creo que te lo pueda demostrar».
Abrazos
viernes 18 abril, 2014 @ 6:14 am
Estimados amigos: Siento que coincidimos en que, al escribir aquí, en general sólo pretendemos entretenernos un poco con interlocutores inteligentes y motivados por la fascinación trascendental de la Ciencia, y conocer otros puntos de vista para quizá aprender algo de ellos y someter a prueba o afinar nuestras propias opiniones. Eso es lo que le es dado a un aficionado; poco más. Este es el único foro en el que –ocasionalmente– me animo a participar y el aprecio en que lo tengo se debe no sólo al alto nivel y rigor intelectual de Neo, sino a su severo continente para orientar el foro de manera que se mantiene a raya la «magufería», que es la peste de internet. En ese sentido, queridos amigos, deseo que se interpreten mis aportes que, si a veces tienden a ser demasiado especulativos y heterodoxos, intentan mantener una mínima seriedad intelectual digna de estos temas y de este sitio.
Apreciado Miguel Ángel: de la cuestión de si la posibilidad de hallar un «sentido» en el Universo ha sido ya refutada por la Ciencia –como afirma Neo coincidiendo con filósofos muy respetables– o no lo ha sido y ésa es una hipótesis manejable, como pretendo argumentar, al parecer hemos derivado imperceptiblemente a la otra cuestión de si el Universo es «real» o no, o mejor dicho si hay una «afuera objetivo». Este último es el más clásico de los temas filosóficos, al menos desde el siglo XVII, así que por nuestra propia cuenta aquí no creo que podamos agregar algo nuevo, como entusiastamente espera Tomás. Eso no significa, empero, que no haya habido una maduración constatable del debate a lo largo de estos siglos. Yo creo que una argumentación muy fuerte a favor del realismo, tanto como parece permitirlo el enfoque científico, proviene justamente de la etología, tal como se plantea por Konrad Lorenz –por ejemplo, en el libro «La otra cara del espejo», escrito hace ya casi medio siglo–. En resumen, partiendo del planteamiento del problema efectuado por Kant en términos de la existencia de un «noúmeno» o «realidad externa objetiva», manifestada indirectamente a través del orden del mundo fenoménico, pero directamente inaccesible a nuestra percepción y comprensión –por favor, no omitan el mensaje de los adverbios en la lectura–, Lorenz muestra que la solución propuesta por Kant sería perfectamente sustentable desde la Ciencia. Como se sabe, Kant sostenía que la única hipótesis viable para explicar el orden legaliforme del Universo era que el mismo no venía impuesto «de fuera» por el Universo en sí mismo independiente de nosotros, los observadores, sino que era fruto de la aplicación o proyección del observador sobre el sustrato objetivo pero esencialmente incognoscible del noúmeno. Así, espacio, tiempo, materia, energía y demás categorías conceptuales básicas con las cuales construimos nuestra imagen no sólo científica sino vulgar e inmediata de la realidad no son recibidas pasivamente por nosotros como observadores del Universo en sí, sino que en gran medida son puestas por nosotros «a priori», es decir son condiciones que el observador le impone a lo observado en el acto de observar. Esto suena muy “gato de Schrödinger”, muy “mecánico-cuántico”, ¿no les parece? En términos mecánico-cuánticos, somos nosotros los que construimos el observable, los que elegimos el operador correspondiente, y el universo físico observado aporta “sólo” unas cuantas leyes matemáticas muy básicas y generales que tal observable debe cumplir. (Leyes que quizá lleguen a derivarse de manera puramente analítica de alguna teoría final, mostrándonos no sólo cómo es el mundo sino porqué no puede ser de otro modo).
En algún momento Einstein llegó a cuestionar el “olimpo kantiano de los a priori” como un obstáculo epistemológico para el tratamiento de las nociones de espacio y tiempo, dando a entender con eso que tal asunción impedía un enfoque creativo del problema debido a que la noción de los “a priori” parece inhibir todo análisis ulterior de la cuestión. Lorenz muestra que tal no es el caso, que apelando a la teoría darwiniana de la evolución por selección natural –que Kant no podía en su tiempo emplear como argumento– lo que aparece como un a priori inexplicable puede fácilmente llegar a comprenderse como una adaptación evolutiva, de la misma forma en que Neo afirma que se ha formado nuestro sentido de la finalidad, la intencionalidad y el significado (logos). Lo más interesante es que Lorenz sugiere que se sigue de ahí que sí podemos de alguna manera “ver o intuir el noúmeno”, tal como podemos adivinar la forma del pie a partir del zapato o de la mano a partir del guante: adaptación significa, entre otras cosas, ajuste, y en el camino evolutivo de la vida, aunque acechan constantemente las contingencias catastróficas como esta extinción del Pérmico que nos ha dado leña para cortar, en general el sistema biológico que sea capaz de “leer mejor” el entorno suele obtener ventajas evolutivas, por lo menos dentro de su Phylum y en un momento no catastrófico (entiéndase este último término en el sentido de René Thom). Así, grosso modo, el organismo capaz de hacerse sensible al espectro electromagnético y de construirse modelos espaciales del entorno tendrá ventaja sobre sus competidores heterótrofos. De esa forma, filogenéticamente, nos hemos creado modelos del espacio y el tiempo que hasta cierto punto mapean la lógica básica del espacio-tiempo del “universo real”, y aunque no lo logran de manera perfecta, nos permiten aproximaciones tan buenas como para derivar de ellas cuasi-intuitivamente la mecánica clásica, por cuya razón el bueno de Kant la tenía por un sistema de jucios sintéticos a priori. (Que la evolución no haya llegado tan lejos como para incorporarnos de una vez por todas el adecuado modelo no euclidiano apto para la relatividad, a pedido de Einstein, se explica fácilmente por el hecho de que, comprendidos así, estos a priori no son postulados metafísicos sino simples adaptaciones evolutivas que atienden a imperativos puramente prácticos de supervivencia a bajas velocidades y en campos gravitacionales exiguos).
Ahora bien: nuestro imperfecto modelo del espacio-tiempo real, obtenido por adaptación evolutiva, ha sido suficiente no sólo para construir nuestras primeras teorías racionales sobre el mundo –la Geometría euclidiana, la Mecánica clásica– sino que nos ha ofrecido la materia prima para, depurándolas con la experimentación, construir a partir de ellas modelos más y más refinados y abstractos que nos han llevado de la mano del formalismo matemático a las predicciones de las ondas electromagnéticas, la antimateria o el bosón de Higgs… ¿Qué parte, entonces, de nuestras “intuiciones adaptativas” debería ser aceptada o desechada? ¿El hecho mismo de que podamos construir explicaciones racionales del mundo, a partir de nuestra racionalidad emergente como adaptación evolutiva, no sería acaso un indicio de que el mundo en sí tal vez posee una estructura racional pura (constituir, por ejemplo, un inmenso algoritmo)? ¿No podría la “intencionalidad” formar parte objetiva de la lógica causal del Universo y nuestra percepción intelectual de ella ser un descubrimiento tal como el que lograron nuestros sentidos de la vista y el tacto cuando evolucionaron adaptándose a la lógica de la radiación electromagnética y del movimiento y así crearon nuestro modelo subjetivo del espacio y el tiempo, primero y burdo pero necesario predescubrimiento del espacio-tiempo “real” de la ciencia moderna? No sé si finalmente todo esto será cierto o no, pero al menos muestra que presumir su imposibilidad o inaprehensibilidad es totalmente prematuro e intelectualmente insatisfactorio.
No se me escapa que la posición filosófica de Neo sobre el sinsentido del mundo es la más común de la filosofía contemporánea desde el siglo XIX hasta hoy. Aparentemente apoyada en las evidencias de la Ciencia, desde Bertrand Russell –en Misticismo y Lógica, por ejemplo– o los más cercanos Jacques Monod o Francois Jacob, o los funcionalistas de la conciencia como Dennett y los Churchland, que son los que aquí a la carrerita se me vienen a la cabeza. No se trata, pues, de una controversia mía con Neo, sino con todo un enfoque filosófico del pensamiento contemporáneo. Es por así decirlo, el Zeitgeist contemporáneo de la metafísica, donde Dawkins y Cioran se encuentran sin darse cuenta. Porque, al igual que la fe ciega en el sentido del mundo, el postulado del sinsentido, quiérase o no, es una conjetura metafísica, procedente de un sentir, de una emoción, sobre la existencia. Como tal, la única manera de escapar de su irracional seducción fatal, que parece no dejar camino al avance investigativo, es convertirla en objeto de análisis intelectual. Filosófico primero. Tal vez, y ojalá, científico después. Perdonad mi prolijidad. Un abrazo.
viernes 18 abril, 2014 @ 11:26 am
Estimado Atanasio:
Se agradece tu resumen final.
Antes, me recuerdas al famoso Hegel -aunque lo mejoras- cuando dice que «la razón es sustancia, así como fuerza infinita. Su propia materia infinita sustenta toda la vida natural y espiritual…» y resume: «La razón es la sustancia de la que todas las cosas derivan su ser».
Ya me dirás qué significa tu «lógica de la radiación electromagnética».
Así que me voy a leer El Quijote, donde encuentro: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece…» Pero por fin me consuelo en lo concreto y leo sencillamente: «Después de las tinieblas viene la luz». ¡Por fin algo sensato!
Imagina a un lector que precisa sencillez. Por lo menos explicas «noúmeno», pero nada dices de «zeitgeist» que intentaré aclarar muy brevemente: es un clima cultural coetáneo como el que dió lugar a las coincidencias de Darwin y Wallace o Newton y Leibniz en el cálculo diferencial e integral.
Citas sin piedad a Lorenz, «Kant», R. Thom, B Russell, J. Monod, F. Jacob; te escapas algo con Dennett, menos con Churchland cuya concepción general comparto en el sentido de preferir lo concreto de la neurociencia a la psicología. No acabas ahí, claro. ¡Y menos mal que te vienen a la cabeza de carrerita!
«La fe ciega en el sentido del mundo», como tu lo llamas, tiene un origen religioso. El «postulado del sinsentido», llega de la observación científica y no puede llamársele así, sino simplemente «postulado de la contingencia». Y esa palabra tiene un significado muy concreto, que no impide lo determinista de la realidad, sino la imposibilidad de predecir algo dada la complejidad de la realidad precedente y la falta de conocimiento de la totalidad.
Saludos cordiales.
viernes 18 abril, 2014 @ 2:06 pm
Si duda habría mucho que decir del problema epistemológico en ciencia. Nuestro interlocutor Atanasio aprovecha una frase sobre un texto acerca de la extinción del Pérmico para introducir este tema de la Epistemología, llevando el agua a su molino.
La mayor parte de los científicos trabajan ignorando la problemática epistemológica porque, en general, no la necesitan.
Conceptos como espacio o tiempo (y muchos otros) son apriorísticos y sobre ellos son referenciados todos los demás. Digamos que se parte de unas ideas, postulados o axiomas que se asumen como existentes. Lo demás es construido a partir de ellos. No se sabe qué es el tiempo o qué es el espacio, simplemente se usan. Esos conceptos no son absolutos por siempre, sino que pueden cambiar según la ciencia evoluciona y si se idean conceptos más sencillos a partir de los cuales puedan ser deducidos los antiguos conceptos base.
Incluso el lenguaje y el pensamiento humano funcionan apoyándose sobre conceptos apriorísticos. Sólo hay que leer un diccionario para comprobarlo.
Un científico huye de las «últimas preguntas» porque la ciencia no las puede contestar. ¿Qué es el tiempo?, ¿por qué hay algo en lugar de nada? y preguntas similares no tienen respuesta en ese ámbito. Si ya caemos en conceptos como el sentido del mundo o de la vida estaremos perdidos.
Además, siempre hay una confusión entre los modelos de realidad y la realidad misma. Los modelos son construcciones culturales, no entes con su existencia física propia. Todos esos modelos son provisionales a la espera de uno mejor. Si con eso se quiere entender que el ser humano crea la realidad, pues es una interpretación, pero un tanto tramposa conseguida a través de la manipulación del lenguaje y del discurso. La realidad existe independientemente del ser humano, de sus ideas y de sus modelos. Si se abandona el realismo no se tiene nada y se cae en un relativismo nihilista que no produce ningún fruto, salvo la publicación de un artículo en una revista de filosofía. Tampoco vale que eso se camufle de escepticismo.
Si el pensamiento científico ha avanzado desde el siglo XVII es porque se ha abandonado la discusión filosófica estéril.
La ciencia es el único método objetivo de conocimiento. Es verdad que hay otros que son muy dignos, pero no son objetivos, por lo que siempre se produce una proliferación de opiniones.
Es curioso ver cómo la Filosofía deja de ser Filosofía para terminar siendo siempre Historia de la Filosofía. Parece que los apriorismos de la Filosofía siempre terminan siendo Kant o Hegel. Menos mal, algo se ha avanzado, porque hasta hace no tanto era siempre Aristóteles.
Es mejor dar por terminado este hilo, pues del Pérmico no se dice nada.
sábado 19 abril, 2014 @ 11:59 am
Totalmente de acuerdo, estimado Neo.