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Sobre el efecto de la cafeína en las abejas

Área: Biología — domingo, 18 de octubre de 2015

Las plantas que añaden cafeína su néctar explotan a las abejas en su beneficio para ser polinizadas mejor a costa de la productividad de las abejas de la colmena.

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Dicen por ahí que un matemático es un señor que transforma café en teoremas. Aunque esto no es más que una broma graciosa.
Desde que el ser humano descubrió las bayas del café y las cualidades estimulantes del brebaje que se pueden obtener a partir de ellas una vez tostadas sus semillas, no ha parado de consumir esta infusión.
Las cualidades estimulantes del café provienen de la cafeína. Hay diversos estudios sobre los efectos de la cafeína en humanos, pero hasta ahora no los había sobre los efectos esclavizantes de esta sustancia en las abejas.
La cafeína tiene ciertas propiedades adictivas que funcionan tanto en humanos como en abejas. Quizás las motivaciones de las abejas para visitar ciertas flores sean las mismas que tenemos los humanos a la hora de entrar en una cafetería.
Ciertas especies de plantas añaden al néctar que segregan sus flores un poco de cafeína. La abeja termina polinizando estas flores más que otras. Es algo muy sabido. Pero lo que se desconocía era que hacen esto pese a la escasa cantidad de néctar que consiguen. Al parecer, a la planta le merece la pena hacer esto y ahorra en producción de néctar consiguiendo la misma meta.
En estudios previos se había comprobado que la cafeína mejora la memoria de las abejas y las ayuda a aprender más rápido qué fragancia florar está asociada a la presencia de cafeína. La cafeína, o al menos eso se creía, hace que las abejas sean polinizadores más eficaces en estos casos y parecía que la relación entre la planta y la abeja era más o menos justa.
En un estudio reciente de Margaret Couvillon (University of Sussex) se muestra que la cafeína realmente efectúa cambios en el comportamiento de las abejas que sirven más a las necesidades de la planta que a las de las abeja y hace a la colmena menos productiva. Básicamente, estas plantas explotan a las abejas en su beneficio para ser polinizadas, engañándolas para que forrajeen de tal modo que beneficien a la planta.
Couvillon y sus colaboradores diseñaron un experimento en el que crearon una disolución azucarada con cafeína en una concentración similar a la que se encuentra en las flores silvestres y lo colocaron en flores artificiales. Además había otras flores artificiales de control con la misma disolución azucarada, pero sin cafeína.
A las abejas que visitaban estas flores artificiales las pegaban una etiqueta con un número para así hacer un seguimiento de las mismas. La idea era comprobar la frecuencia de visita de las abejas.
Comprobaron que a las 3 horas las flores cafeinadas agotaron sus reservas de néctar artificial. Aún así, las abejas volvían incluso 5 días después al mismo lugar. Según Couvillon “estaban una tanto desesperadas”. Pero la consecuencia era que las abejas gastaban un tiempo y una energía por culpa de ese ‘chute’ de cafeína que “necesitaban” y no conseguían.
Pero la cafeína les afectaba en más aspectos. También hacía a las abejas más sensibles al azúcar y proclives a realizar la danza habitual en la colmena para indicar a sus compañeras dónde hay una buena fuente de néctar. Quizás el efecto estimulante de la cafeína les animaba más a danzar.
Este equipo de investigadores calcula que la cafeína cuadruplica el número de abejas danzarinas y que aquellas convencidas por la danza vuelven a la fuente de cafeína más frecuentemente, lo que refuerza aún más el efecto.
Gracias al modelo matemático que estos investigadores han creado, se puede demostrar que todo esto tiene como consecuencia una menor producción de miel para la colmena, pues las plantas que producen cafeína producen menos néctar. Básicamente, las plantas engañan a las abejas para que las polinicen a cambio de menos néctar.
Puede parecer un tanto injusto, pero forma parte de una carrera evolutiva de armamentos entre abejas y plantas que se realiza desde hace millones de años.
Las abejas pueden no ser tan inocentes, pues también usan trucos para engañar a las plantas y estas se tienen que defender. Así por ejemplo, algunas abejas agujerean la base de algunas flores para acceder al néctar y con ello no polinizan la flor, pues sus lenguas son demasiado cortas para acceder al néctar en estos casos.
Nos podemos replantear a partir de este estudio el papel de la cafeína en la cadena trófica, que incluye a los humanos.
La cafeína no es una sustancia al azar que simplemente amplía farmacopea que fabrican las plantas y que por casualidad tiene efectos estimulantes sobre el sistema nervioso, sino que ha aparecido por evolución y ha venido siendo seleccionada y mejorada para desempeñar precisamente ese papel y estimular el cerebro de las abejas.
Cerebro este de la abejas que, básicamente, funciona a nivel bioquímico igual que el nuestro. Por esta razón la cafeína también nos estimula a nosotros.
Se podría interpretar que tal vez somos esclavos del arbusto del cafeto, que hace que lo plantemos por las zonas tropicales montañosas de casi todo el mundo en grandes extensiones por culpa de nuestra adicción a la cafeína. Un éxito reproductor que difícilmente podría conseguir esta planta sin ayuda humana.
En cuanto a los teoremas, quizás estos salgan mejor de nuestro cerebro si este no está pendiente de ir a la cafetería de la universidad para conseguir el siguiente chute de cafeína. Aunque la ventaja sea que al ir allá haya otros colegas con los que intercambiar opiniones.

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Fuentes y referencias:
Artículo original
Foto: NeoFronteras.

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8 Comentarios

  1. Miguel Ángel:

    Así es, el cafeto va prosperando en el juego evolutivo de nuestra mano, ¿y qué decir de la marihuana que se cultiva en interiores con todo lujo de detalles: calefacción con termostato, humidificadores, ventiladores, riego automático, fertilizantes, suplementos de dióxido de carbono, bombillas de sodio, LEDs…? Viven a cuerpo de rey.
    Vemos que el cerebro de los insectos demanda el mismo tipo de recompensas, pero ¿y los ilustrados?:

    Voltaire era un tremendo cafetomano, hablamos de unas 40 tazas diarias.

    Sigmund Freud realizó la práctica totalidad de su obra bajo los efectos de la cocaína, de la que era conocido y generoso consumidor.

    Los por aqui muy mencionados Stephen Jay Gould y Carl Sagan, consumidores de marihuana y además defensores de su uso terapéutico al menos, aunque Sagan defendía sin tapujos el lúdico. Recordemos que ambos padecían de cáncer.

    Vamos que aquí, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Reto incluso a los que se consideren abstemios totales porque hasta un plato de arroz tiene un efecto psíquico completamente diferente que el que produce la carne con chile.

  2. tomás:

    Pero eso no vale. No se puede, en buena ley, nombrar abstemio como tu lo haces sin decir a qué. Si me nombras al cándido arroz y, tal como yo lo entiendo, lo calificas de adictivo, habrás de nombrar uno por uno todo aquello que ingerimos hasta por vía rectal -sean los supositorios de glicerina-.
    Claro que los efectos psíquicos serán siempre más o menos distintos entre uno y otro alimento, pero a eso no de le puede llamar adicción. Si lo haces así, no podré tirar la primera piedra y habré de considerarme adicto a la paella, la fabada, el pulpo a la gallega -más a la gallega que al pulpo-, etc. Me parece que en el último párrafo te has excedido.
    Así que considérame adicto a mandarte abrazos.

  3. apalankator:

    Sorprendente la estratagema del cafeto, no se me había ocurrido que la cafeína no se inventó para los humanos, ni tampoco que tuviera el mismo efecto en las abejas que en nosotros.
    Con la «invención» de la cafeína y de la mano de los humanos, esta especie ha conseguido conquistar los 5 continentes (en Europa se cultiva en Canarias), y apostaría a que la humanidad se lo levaría a Marte para cultivarlo si se llegara a colonizar.
    Saludos.

  4. Miguel Ángel:

    Querido amigo Tomás:

    ¡Pero si tú mismo me has dicho que cuando estás bajo de ánimo, te da por comer más!
    En realidad no estaba hablando de adicciones en concreto sino que me refería a algo más general: sustancias que producen algún tipo de efecto en el cerebro. Evidentemente no puedo ir uno por uno, pero sí que puedo hacer referencia a los tres grandes grupos de alimentos (grasas, glúcidos y proteínas) en general:

    -En el caso del arroz (y de cualquier hidrato de carbono complejo), al ingerirlo se produce liberación de insulina que se traduce en una sensación de sedación y relajación. Seguramente tendrás algún conocido diabético que se pincha insulina y te podrá contar que, desde que lo hace, se ha vuelto más tranquilo y apacible.
    -Los hidratos de carbono simples (azúcares)suponen la forma de energía más directa: muchas personas los consumen más cuando están deprimidas. En niños es conocido su efecto excitante.
    -Una comida rica en grasa de cerdo produce estrechamiento del campo de conciencia y cierto grado de obnubilación mental directamente proporcional a la ingesta. En mi caso, el efecto es prácticamente indistinguible al que me producirían unos cuantos vasos de vino cabezón. El motivo no te lo puedo confirmar con certeza, pero pienso que simplemente puede deberse a que esa grasa pasa a la sangre de manera masiva y desplaza a los hematíes: si hacemos un análisis de sangre al día siguiente, podremos comprobar a simple vista que incluso más de la mitad del tubo de ensayo está compuesto por grasa que flota en la capa superior.
    -Una comida rica en carne u otros alimentos ricos en proteínas tiene un efecto ligeramente estimulante.

    Si pasamos a hablar del término «adicción», entramos en el terreno más cenagoso de la etiquetas (con todas sus connotaciones subjetivas y culturales). Por ejemplo: si retrocediésemos a la Antigua Roma, difícilmente encontrarías a alguien que se considerase adicto al opio, aunque se consumía por toneladas. El motivo es que en aquella cultura era considerado un hábito saludable, a diferencia del alcohol que era considerado un vicio contrario a la salud.
    En nuestros tiempos también hay adicciones bien consideradas como la adicción al trabajo.

    Es notable como el cerebro llega incluso a atenuar las sensaciones desagradables que suelen producirse la primera vez que se consumen sustancias como el tabaco o el alcohol, y todo porque acaba deciciendo que la recompensa merece la pena. En realidad es algo muy similar a lo que ocurre con los chiles y guindillas: el sabor picante -debido a la capsaicina y similares-, tiene el «cometido» de evitar que los animales ingieran el chile. Por eso las primeras veces que se ingiere resulta muy desagradable, pero esa sensación se va atenuando con el tiempo porque el cerebro detecta que, a pesar del sabor desagradable, el chile contiene algo que le interesa: vitamina C.

    En resumen, un tema apasionante en el que me declaro contrario al prohibicionismo que en ningún caso ha logrado acabar con el consumo de la sustancia prohibida en cuestión: solo logra que la sustancia se adultere, marginalizar al consumidor y enriquecer a los traficantes. A ver si mañana tengo tiempo para desarrollar este último punto.

    Dos abrazos, que te veo doble…¡hips!

  5. tomás:

    Pues me ha encantado tu lección y te ruego continúes con esa promesa final. Me he quedado admirado. No podía imaginar lo que cuentas del tubo de ensayo con la grasa en tal cantidad ni las otras cosas que cuentas.
    Un fuerte abrazo de premio y para que sigas.

  6. Miguel Ángel:

    Es que en este asunto gobierna a gritos la sinrazón: la sustancia psicoactiva que más gasto sanitario provoca en España es el alcohol, además con diferencia. El abuso destruye al individuo y se asocia a maltrato familiar, separaciones, absentismo laboral… Provoca aumento de la tensión, del colesterol, destruye el hígado y sus venas. A nivel orgánico es terrible. El delírium tremens tiene un potencial mucho más letal que el de cualquier otra droga. Y es sumamente adictivo.
    Luego está el tabaco, la segunda en cuanto a gasto. De las más difíciles de dejar. Esta no se relaciona con el absentismo (exceptuando el tiempo que el trabajador pierde mientras fuma).
    Estas dos están permitidas mientras otras menos dañinas para la salud, se prohíben. Un ejemplo, lo tenemos ahora con la codeína, para la que ahora se empieza a pedir receta: es un agonista opiáceo puro que está en la misma lista que la heroína o la morfina y que a dosis suficientes, comparte sus mismos efectos. Se encuentra en jarabes para la tos y medicamentos analgésicos y hasta ahora era fácil conseguirla. Pacientes enganchados a ella creo que he visto dos en 15 años, frente a los miles de enólogos y tabacomanos que habré atendido.
    Todo lo anterior demuestra muy a las claras que no porque se tenga al alcance de la mano una droga altamente psicoactiva implica que su uso se extienda masivamente.

  7. tomás:

    Pues gracias por la información. Nunca probé droga alguna excepto las clásicas de alcohol y tabaco. El último conseguí, tras muchísimos esfuerzos, dejarlo a los 35 años, pero no me creo eso de que los pulmones se regeneren ni en diez ni en 30 años; algo mejorarán, evidentemente, pero pienso que ya nunca serán como antes. En el alcohol no fui enófilo. Bebía en las comidas y alguna ronda con los amigos, pero sólo una o dos veces me pasé. Ahora ya sólo en las comidas, poco, y siempre temo las Navidades.
    Pero la adicción que tuve al tabaco creo que fue lo que me hizo coger miedo a cualquier otra cosa. Cuando sobre los doce años mi padre me dio un sorbo de cerveza, me pareció el peor sabor del mundo, y me dijo «ya te gustará, ya». Pero el vino, no solo en mi casa, sino -me parece-, que en todas los hogares se tomaba -poco, claro- hasta por los niños, especialmente en «sopetas», que son lonchas de pan regadas con vino tinto y espolvoreadas de azúcar.
    Estoy seguro de que tienes razón, por propia experiencia -sobre lo que he contado- en tu frase final. Sin embargo, pienso que para todas, también para las clásicas, debiera haber una regulación y quizá un alto precio. Aunque tengo una hija que fuma lo suyo por muy caro que resulte para su menguada economía. Ha de ser una difícil labor resolver este problema libertad individual-coste sanitario-protección de la persona aunque no quiera-lucha contra la delincuencia… y no sé si algún campo más. El ejemplo lo tenemos en la prostitución.
    Gracias por tu información, querido amigo.

  8. Miguel Ángel:

    Lo que no puede ser es que se aleguen motivos de salud y se permita el alcohol mientras se prohibe la marihuana. Esta última tiene una serie de peculiaridades que no comparte con otras drogas y que explican su escasa repercusión sobre la salud física del paciente (de la mental hablaré al final):

    -En otras drogas las primeras administraciones producen las expericiencias más intensas. No es así en el caso de la marihuana en que las primeras administraciones producen nulos o escasos efectos visionarios: se debe a que presenta un efecto de tolerancia inversa, de modo que es necesario que el sujeto la consuma unas cuantas veces para que se desarrolen más receptores cerebrales y la sustancia despliegue todo su potencial.
    En otras drogas, el efecto de tolerancia hace que las dosis deban aumentarse con el tiempo para conseguir los mismos efectos, pero en esto también es muy peculiar la marihuana porque no pierde efectividad: un paciente la puede usar durante años como inductor del sueño o como analgésico sin verse obligado a aumentar la dosis. Lo que si que se produce es cierta tolerancia a los efectos visionarios cuando el consumo es diario, pero bastan dos o tres días de abstinencia para que vuelva desplegar todo su potencial visionario.

    -Fumada tiene un límite de absorción, de modo que aunque alguien intente suicidarse fumando un canuto detrás de otro, no lo va a conseguir: como mucho acabará con un ataque de tos y una pequeña bajada de tensión (lo que llaman «la pálida») seguida de somnolencia.
    Como su acción sobre el sistema vegetativo también está autolimitada (solo un 10%), aunque se consuma por vía oral tampoco se producen intoxicaciones letales. De hecho, y si no me he quedado obsoleto, no hay documentada NINGUNA muerte debida exclusivamente a consumo de marihuana. En su libro «Aprendiendo de las drogas», Antonio Escohotado relata un experimento que se hizo con un perro al que inyectaron en vena 27 gramos de extracto de cannabis purificado intentando determinar por dónde podría andar la dosis letal: el perro cayó inmediatamente en coma pero, para sorpresa de los investigadores, se despertó a los dos días como si tal cosa si que se pudiera objetivar ningua repercusión.

    -A nivel físico, solo podemos ponerla en solfa por su toxicidad local a nivel pulmonar, pero no eleva el colesterol; las variantes más «sativas» pueden producir taquicardia pero es básicamente hipotensora. Las variantes más índicas no producen taquicardia y son las que se suelen usa con fines medicinales.

    -Se puede decir que prácticamente no tiene síndrome de abstinencia físico: alguien que lleve consumiendo 10 canutos diarios durante décadas puede interrumpir brucamente su consumo y lo único que notará es cierta dificultad para conciliar el sueño.

    -A diferencia del alcohol que roba oxígeno al cerebro, la marihuana provoca una mayor activación cerebral. En la inmesa mayoría de los sujetos no produce agresividad, sino sentimientos de paz y amor oceánico: bajo sus efectos los gatos no atacan a los ratones y en humanos las peleas son mucho menos frecuentes entre fumetas que entre bebedores, es bien conocido. Las conversaciones entre consumidores de marihuana suelen acabar en temas culturales, musicales o metafísicos (a diferencia de la desinhibición y el discurso poco edificante y poco elaborado del borracho).

    -A nivel mental es donde tiene cierto potencial peligroso porque su efecto depende de la personalidad previa del paciente, de modo que la experiencia puede resultar infernal para unos y celestial para otros. En personalidades predispuestas puede actuar como catalizador y acabar haciendo aflorar algún episodio psicótico que no suelen tener mal pronóstico si se tratan a tiempo. Incluso las psicosis provocadas por LSD que es un visionario mucho más potenete suelen curarse en su mayoría si el paciente abandona el consumo y recibe el tratamiento adecuado.

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