Sobre el sistema visual de la vieira
Analizan en detalle el sistema de visión de 200 ojos reflectores de la vieira.
Quizás estas Navidades alguien se coma unas ricas vieiras al horno gratinadas o en cualquier otra modalidad de cocina, pues, se supone, que constituyen un manjar exquisito y usamos estas fechas para comer con algún lujo. Puede que otros también coman pulpo, un ser invertebrado sumamente inteligente que cuenta con varios “cerebros”. Hay otros seres interesantes que terminan también sobre nuestros platos. Puede que merezca la pena saber más sobre ellos.
Un estudio reciente pone de relieve la sofisticación del sistema de visión de las vieiras. Los ojos de estos animales son del tamaño de una semilla de amapola y se disponen en línea a lo largo del borde externos de la vieira sobre el manto.
Este sistema consta de 200 ojos que funcionan como telescopios astronómicos modernos, con espejos que concentran la luz. Esos espejos reflejan una determinada gama de longitudes de onda de su hábitad que les permite tener una visión espacial de lo que les rodea.
Al contrario de lo que creen los creacionistas, el ojo es algo que ha aparecido por evolución muchas veces en la historia de la vida con diseños distintos. Incluso nuestros ojos son de los peor “diseñados”, pues la retina, a diferencia de la de un pulpo, está del revés y somos propensos a su desprendimiento.
La mayoría de los ojos de la Naturaleza funcionan como una cámara fotográfica, con una lente que hace converger la luz sobre una retina en donde se forman las imágenes. Sin embargo, las vieiras tienen, en lugar de lentes, unos espejos cóncavos en el fondo de sus ojos que reflejan la luz. Esto es conocido desde los años sesenta del pasado siglo. Algunos crustáceos y peces abisales tienen sistemas similares, como vimos en estas mismas páginas hace tiempo.
Pero no se había investigado en profundidad sobre el sistema visual de las vieiras hasta ahora, en concreto sobre cómo son estos “espejos” que reflejan la luz. Esto es precisamente lo que han hecho unos investigadores de la Universidad de Lund en Suecia y del Instituto Weizmann de Israel. Para ello han utilizado un técnica de microscopia que congela las muestras rápidamente para que se así estas no se deshidraten y conserven su forma.
Han descubierto que el sistema consta de un mosaico de pequeños espejos hechos de cristales cuadrados de guanina cuidadosamente ordenados en formación y dispuestos en el fondo de cada uno de esos 200 ojos.
Este material es altamente reflectivo y está presente en otros seres vivos, desde las escamas de algunos peces a la piel del camaleón. Aunque esos cristales de guanina usualmente forman prismas masivos en esos casos, en las vieiras son perfectamente cuadrados y crean una superficie tan suave que minimiza la distorsión óptica.
Esta disposición minimiza los defectos superficiales y proporciona una imagen más clara, según los investigadores. Estos hipotetizan que estos animales pueden procesar la información de los 200 ojos trabajando al unísono y combinar esa información en su sistema nervioso para tener una imagen.
La luz reflejada por este espejo es enviada hacia una retina de doble capa que separa la imagen periférica y el campo visual central. Gracias a simulaciones computacionales han podido ver cómo funciona este sistema. Cuando la luz va recta incide sobre la retina superior, pero cuando va en ángulo entonces incide sobre la segunda retina, lo que mejora la visión periférica.
Obviamente no podemos saber exactamente cómo ven las vieiras, pero los investigadores se atreven a proponer que este sistema visual ayuda a estos invertebrados tener un control mejor sobre el sistema de guiado cuando nadan y a saber si los objetos que la rodean con estáticos o están en movimiento.
El estudio ilustra la notable capacidad de las vieiras de tener su propio sistema visual complejo y podría ayudar a diseñar dispositivos ópticos bioinspirados que exploten sus particularidades. Todo ello, claro está, según los autores.
La pregunta del millón es que, sabiendo cómo son, ¿nos comeremos ahora vieiras tan alegremente? A veces la ignorancia es una bendición.
Copyleft: atribuir con enlace a http://neofronteras.com/?p=5854
Fuentes y referencias:
Artículo original.
Un ojo de pez reflector.
Fotos: Ceri Jones, Haven Diving Services / Dan-Eric Nilsson, Lund University/ Benjamin Palmer.
8 Comentarios
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miércoles 6 diciembre, 2017 @ 10:54 pm
La verdad es q si de comerse a los demás seres se trata, si te pones a detallarlos NO COMES NADA: trata de comerte un conejo con el que jugastes unas 2 horas, entregalo para que lo maten y te lo sirvan.
La bendición de la ignorancia está siempre presente, cada vez que disfrutas de un bistek por ejemplo
jueves 7 diciembre, 2017 @ 12:27 am
La letra q es la letra q, la palabra «que» sí tiene significado. Por favor, escriba correctamente. Ha sido quitar el filtro y en sólo un día ya tenemos el problema.
En cuanto pueda reinstalaré el filtro.
jueves 7 diciembre, 2017 @ 1:03 am
Ya está arreglado.
jueves 7 diciembre, 2017 @ 9:49 am
Muy de acuerdo con ese filtro, aunque también esté de acuerdo en lo que comenta G, digo Gerardo.
viernes 8 diciembre, 2017 @ 12:05 pm
Hubiera estado bien publicar este trabajo, aquí, pasadas las fiestas, ahora vamos a tener problemas de conciencia, aunque G, digo Gerardo, tenga razón. Bien, ahora en serio. Es apasionante leer sobre la descripción del sistema visual de la Vieira.¡ Que fino trabajo el de la «madre» Naturaleza!. Y que pena que para sobrevivir ( o tener un poco de lujo, de vez en cuando) nos tengamos que zampar la propia naturaleza. ¿Qué comemos? ¿Plantas y hierbas? también son seres vivos, y con la sequía (pertinaz) algunas ya tienen precios de langosta o casi.
sábado 9 diciembre, 2017 @ 2:28 am
Amigo neo. Que alegría saber que ya estás de vuelta…
Referente a la viera me la podría comer sin problemas mientras comento con otros comensales si sistema visual como dato curioso.
No se que dirá eso de mi
sábado 9 diciembre, 2017 @ 9:14 am
¿Veis que hemos derivado hacia el lado sentimental de la noticia? Se resiste, pero al fin, el abuelo Cebolleta recuerda casi lo que cuenta Gerardo: tenían mis padres, en la terraza de su piso en Madrid, un precioso conejo blaquísimo y lustroso, hermoso de puro gordo, con sus ojos de color rosa -o sea que sería albino si alguien no me corrige-. Mis dos hijos, de pocos años, jugaban con él cuando visitábamos a los yayos. Por fin, un día, una paella. Y ya podéis imaginar de qué era. Lo peor es que ninguno habíamos caído en ello hasta que, finalizada la comida, muy «simpático», lo dijo mi oportuno padre. No hace falta contar la que se montó, con los niños llorando, mi madre poniendo verde a mi padre, mi esposa y yo con ganas de vomitar y de marcharnos enfadados…
Pero yo, con diez o doce años, iba a comprar pollo, gallina o conejo donde mi madre me mandaba -alguna casa con corral de las que había en el pueblo- y tenía gran habilidad en darles el pasaporte. Ahora sería incapaz de hacerlo. Y, ciertamente, niños y no tan niños tienen poco claro cómo es la vida actual de los antes animales de corral, más o menos felices -ahora prisioneros de granja (una amiga que me dijo tener 30.000 conejos y dudo que pueda comérselos todos, así que muchos deben acabar por ahí envueltos en plástico o congelados)-.
En fin…
domingo 10 diciembre, 2017 @ 12:17 am
¡¡Jo… menudo bromazo, Tomás!!
Me has hecho recordar otra que contaba Miguel Gila, boina en frente, de cómo unos zagales de pueblo, pa’ divertirse un rato, habían atado a otro a un cable de alta tensión. Y casi se ahogaban a carcajadas cuando uno dijo que se había quedado «como la ceniza de un puro». Pero es que a esto llega el padre y suelta: «desde luego, me habéis dejado sin hijo, ¡pero lo que me he reído…!