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Explican la disparidad en las extinciones en los ecosistemas tras la extinción del Cretácico

Área: Biología — domingo, 28 de julio de 2013

Un estudio explica por qué algunos ecosistemas sufrieron menos que otros tras la extinción que eliminó a los dinosaurios.

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La extinción masiva que puso fin al Cretácico y a los dinosaurios se produjo hace 66 millones de años. Tres cuartos de las especies animales y vegetales de tierra firme desaparecieron para siempre.
Fue la última de las 5 grandes extinciones masivas. La hipótesis que parece encajar mejor con esta extinción es la del impacto de un meteorito que cayó en lo que hoy es las cercanías de Yucatán. El efecto más importante fue que el polvo y las cenizas bloquearon la luz del Sol y sumieron la Tierra en unas tinieblas que duraron varios meses. Pero sin luz no hay fotosíntesis y las cadenas tróficas se vieron profundamente alteradas.
A veces se afirma que estamos en la sexta gran extinción masiva, esta vez inducida por el ser humano, pero a lo largo de la historia biológica de este planeta se han producido muchas más extinciones masivas, aunque de menor calado.
El caso es que todos los dinosaurios no voladores, reptiles marinos como los mosasaurios y los pterosaurios desaparecieron tras ese impacto, pero otros grupos animales sí dejaron representantes que sobrevivieron al evento. Así por ejemplo, sólo el 10% de los grupos de peces óseos desaparecieron en el evento, pero sobrevivieron todos los seis grupos de tortugas. .
No todos los ecosistemas sufrieron por igual, pues las consecuencias en los mares, en los ecosistemas de agua dulce o en tierra firme fueron diferentes, con unas pérdidas en especies del 50%, 10%-22% y del 75% respectivamente.
Según William Lewis, de University of Colorado, la disparidad en la supervivencia en los ecosistemas marinos tiene sentido si se piensa en esta extinción como un primer golpe seguido de sus consecuencias. Esas consecuencias serías similares a un “invierno nuclear”, que estaría producido por las cenizas y partículas inyectadas en la atmósfera que se mantendrían durante mucho tiempo en el aire y que bloquearía gran parte de la luz del Sol.
Tras el impacto, las criaturas que vivían en los ecosistemas acuáticos experimentaron tres fuentes de estrés: hambre debido al colapso de la cadena alimenticia, la reducción de oxígeno disuelto en el agua y las bajas temperaturas.
Sin embargo, los seres que vivían en el agua tenían ciertas ventajas respecto a los terrestres que les permitieron escapar mejor al evento. Aunque muchos murieron, otros pudieron sobrevivir hasta que las condiciones mejoraron.
Las consecuencias del impacto sobre las especies de plantas y animales de tierra firme que dependían directamente de la fotosíntesis fueron catastróficas. Basándose en el tamaño del cuerpo y los requerimientos metabólicos, Lewis ha calculado que todas las criaturas mayores a los 10 cm o superiores a los 100 gramos de peso morirían de hambre en los 3 a 6 meses posteriores al impacto. Sin embargo, las posibilidades de sobrevivir aumentarían mucho si los animales estaban adaptados a comer carroña o pudieran entrar en hibernación en condiciones de frío o escasez.
Muchos de los antepasados de los mamíferos modernos presumiblemente habrían sobrevivido al impacto gracias a que vivían en madrigueras y estaban protegidos de los fuegos que se dieron inmediatamente tras el impacto y al frío posterior.
Este tipo de adaptación es precisamente de la que disfrutan también algunos animales de agua dulce, pues sobreviven en aguas heladas y a periodos de prolongada oscuridad que en algunas latitudes duran semanas o meses. Tras el impacto el nivel de oxígeno habría bajado mucho en el medio acuático debido a la gran cantidad de cuerpos en descomposición, pero hay animales de agua dulce actuales que también experimentan una situación similar cada vez que llega el invierno y el lago o río se cubre de hielo y ya no hay intercambio con la atmósfera.
Pero, por el contrario, el ecosistema marino mantiene condiciones más estables a lo largo del tiempo y los cambios inducidos por el impacto habrían sido más graves.
Una vez bajaron las temperaturas tras el impacto, algunos de los ecosistemas de agua dulce no sufrieron tanto como el resto del mundo, entre otras cosas porque algunos lagos y ríos no dependen tanto de las precipitaciones, sino de aguas subterráneas. Esto permitiría mantener mejor una temperatura moderada.
Al parece el estudio que ha realizado este equipo de investigadores es el primero en poner todas las piezas del rompecabezas juntas de algo que ya se sabía durante un tiempo.
Otros investigadores añaden que los ecosistemas de agua dulce acumularon nutrientes del resto de los ecosistemas que colapsaban y las especies que vivían ahí supieron sacar ventaja de ello.

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Fuentes y referencias:
Noticia en Science.
Artículo original.
Foto: Don Davis/NASA.

Salvo que se exprese lo contrario esta obra está bajo una licencia Creative Commons.
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4 Comentarios

  1. tomás:

    Querido Neo:
    Primera línea del 4º párrafo: ¿qué fueron los «monosaurios»? Y perdón por mi ignorancia.
    Un abrazo.

  2. NeoFronteras:

    Errata. Gracias. Ya corregido.

  3. Miguel Ángel:

    Maese tomás:

    Vuesa merced vuelve a tener razón, haría falta una definción más clara y concreta para aclararse. En este sentido recuerdo de mis tiempos de estudiante que al hablar de los metales nobles se hacía referencia a algunas propiedades como la ductilidad y la maleabilidad.
    En el poco tiempo que he podido sacar he encontrado algunas páginas más que incluyen al mercurio entre los nobles, a pesar de que lo que he comentado en el 15 es cierto y he tenido ocasión de comprobarlo consultando un tratado de química inorgánica que me ha facilitado mi padre.
    En cuanto al aluminio, su caso es similar al del niquel: ambos forman una fina capa de óxido que los protege de la corrosión. Pero eso ya supone una sustancial diferencia con lo que ocurre con los metales nobles clásicos (oro y platino), que resisten la oxidación sin necesidad de ninguna capa protectora. En cambio, la plata se deslustra con facilidad al reaccionar con compuestos sulfurados (con el oxígeno reacciona poco), con lo cual me parece estupendo poner sobre la mesa el criterio que has mencionado de considerar principalmente la reactividad con el oxígeno.

    Las conversaciones con mi padre (que me ha dicho que os salude de su parte) no han me han servido para disipar estas dudas, así que nos vendría bien que algún amigo más nos echase una mano.
    Por otra parte, a ver si tengo tiempo estos días para comentar contigo algunas cosillas de otras noticias que se me han quedado en el tintero.

    Un noble abrazo.

  4. Miguel Ángel:

    ¡Huy!, ya me he ido por los cerros de Úbeda. Me he equivocado de noticia, lo siento.

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