Langostinos, CO2 y protección de costas
Los manglares protegen las costas tropicales de las tormentas y, por tanto, de la erosión, pero están en retroceso en todo el mundo.
Hace unos días la humanidad batió, una vez más, la plusmarca en niveles de dióxido de carbono en la atmósfera al alcanzarse las 414,7 partes por millón.
Esto significa que el calentamiento global seguirá su curso, subirá aún más el nivel del mar y los huracanes y ciclones tropicales serán más intensos y frecuentes. Ello significa que las costas, sobre todo aquellas situadas en los trópicos, serán más vulnerables.
Muchas veces la primera línea de defensa de la costas tropicales son los manglares, árboles de mangles que prosperan en agua salada y que tapizan la costa del mar formando un bosque impenetrable.
Pero el ser humano, en su afán de hacer las cosas mal o por un egoísmo cortoplacista mal entendido, destruye estos ecosistemas por diversos motivos. Unos de ellos en la explotación de la costa para construir piscifactorías en las que se crían gambas o langostinos.
Cuando un occidental va a la pescadería de su barrio o, cada vez más, a la de un centro comercial, puede ver expuestos langostinos en los que se especifica si proceden de captura o si son «cultivados». Paradógicamente, lo más ecológico en este caso es comprar de los primeros. Los segundos proceden en su mayor parte de las piscifactorías antes mencionadas.
Se ha demostrado rigurosamente el valor económico de los manglares. Para empezar podemos mencionar que forman una red de raíces que sirven de criadero a numerosas especies acuáticas, principalmente peces. Esto también beneficia a las comunidades locales de seres humanos que, mucha veces, dependen de la pesca para comer o vivir. La eliminación de manglares afecta a los pescadores locales que ven como se ven reducidas su capturas.
Además, los manglares almacenan carbono en sus tejidos, su destrucción devuelve ese carbono a la atmósfera en forma de dióxido de carbono. Los manglares cubren sólo un 0,5% de las costas del mundo, pero son responsables de 10% al 15% de las captura costera de carbono. Si queremos detener el aumento de los niveles de dióxido de carbono atmosférico, la protección de los manglares es imprescindible.
Encima, las raíces de los manglares absorben parte de la energía que de las olas generadas por las tormentas tropicales y ciclones, además de retener el terreno costero. Muchas ciudades y pueblos de las costas tropicales están protegidos por manglares en este sentido. Así, por ejemplo, el ciclón Fani recientemente afectó la bahía de Bengala ha sido una de los más devastadores que han llegado a India en los últimos 20 años.
Un estudio reciente evalúa la importancia de los manglares en todo el mundo y señala la importancia de protegerlos.
Jacob Hochard y sus colaboradores han recolectado datos de cerca de 2000 comunidades humanas en 23 países, así como de 194 áreas de manglares.
Un análisis meticuloso de los ciclones ocurridos entre 2000 y 2012 les proporcionó un modelo convincente de cómo las economías locales son afectadas por estos fenómenos meteorológicos y cómo se recuperan de ello.
Para medir la actividad económica los investigadores se valieron de imágenes nocturnas por satélite, pues cuanta mayor es la iluminación nocturna mayor es el desarrollo económico, correlación bien establecida en la literatura científica. Las pérdidas económicas se estimaron también mediante este procedimiento evaluado la reducción de la iluminación nocturna.
Además, dividieron el área de manglares que protege a cada una comunidades evaluadas por la longitud de la línea de costa para así obtener un promedio de la anchura de manglares por metro de costa.
Vieron cómo muchas comunidades eran escasamente protegidas por pequeñas áreas marginales de manglares, en promedio 6 metros de anchura por cada metro lineal de costa, si se comparaba con los 25 metros de ancho por metro de las áreas fuertemente protegidas.
Evaluaron entonces el impacto económico relativo que los manglares tenían sobre la economía local y los expresaron, no en dólares, sino en función de la economía del país y la meses de productividad económica.
Las pérdidas por ciclones tropicales que afectaban a las comunidades protegidas por sólo 6 metros de anchura promedio de manglares eran el doble que las comunidades protegidas por manglares de 25 m de ancho en promedio.
En concreto, en el primer de los casos las pérdidas en caso de ciclón eran de 5,5 a 6,5 meses producción económica, mientras que en el segundo era de 2,5 a 5,5 meses.
La protección de los manglares de la costa no es sólo frente a los ciclones, sino que reduce el deterioro a largo plazo de la tierras agrícolas costeras frente al aumento del nivel del mar. Las tormentas pueden depositar agua marina salada en los terrenos cercanos a la costa si el desnivel no es muy grande y los manglares reducen ese fenómeno. Esa sal se va depositando en el suelo, lo que termina impidiendo la agricultura en esos lugares. Así, por ejemplo, en Bangladesh la agricultura del arroz en las zonas de costa ha termina siendo imposible por este fenómeno.
Paradógicamente, en algunos sitios como Sri Lanka, la población local se ha ido pasando a nuevos negocios como las piscifactorías de langostino que, como ya hemos mencionado, exigen la destrucción de los manglares y, como consecuencia, tienen menos protección frente a los ciclones.
Estas piscifactorías, no son el único enemigo de los manglares. Además está su transformación en leña y la contaminación por agua dulce. La actividad humana vierte grandes cantidades de agua dulce en las costas y esto afecta fuertemente a los manglares que han evolucionado para vivir en agua salada. Como podemos ver, hay diversos intereses que entran en conflicto.
Los manglares son sólo un aspecto de los ecosistemas y economías de las costas. Hay que integrar su protección junto a las políticas de conservación de corales, sistemas de algas, etc.
Lo malo es que el tiempo pasa y los manglares están desaparecido rápidamente a lo largo de todo el mundo.
Copyleft: atribuir con enlace a htpps://neofronteras.com
Fuentes y referencias:
Artículo original.
Foto: NeoFronteras.
7 Comentarios
RSS feed for comments on this post.
Lo sentimos, esta noticia está ya cerrada a comentarios.
lunes 10 junio, 2019 @ 3:34 am
En el maravilloso documental que acaba de estrenarse en el Netional Geographic, «Salvemos nuestro Mediterráneo» apuestan porque la única solución si queremos que se recupere la pesca es crear muchas más reservas para la vida marina. En los alrededores de estas reservas siempre la pesca no se agota tan fácilmente porque la reserva hace de surtidor constante.
lunes 10 junio, 2019 @ 3:53 am
Y en los ríos funciona igual de bien: a principios de siglo estuve trabajando por la zona de Sanabria, en cuyos ríos se habían decretado unos años atrás diversos tramos de pesca sin muerte y todavía era perfectamente factible pescar truchas en muchas zonas. Hasta el punto de que mi mujer, que no tenía ni idea del asunto, el segundo dia que fue de pesca enganchó una trucha arcoiris muy grande no recuerdo si de 27 a 29 cm, espectacular, que fue la envidia de uno de nuestros conductores de la UVI móvil, que era aficionadisimo a la caña.
lunes 10 junio, 2019 @ 4:49 am
Y tercera: el barco de Greenpeace Arctic Sunrise acaba de zarpar desde Bilbao rumbo norte en lo que es ya una causa perdida, pero me han explicado que no por ello van a renunciar a seguir luchado.
«Llevo más de 3 décadas en mi misión por salvar el Mediterráneo y voy a seguir en ello. No pienso rendirme». Manu San Félix.
lunes 10 junio, 2019 @ 10:37 am
Ayer comentaba a Miguel Ángel que había visto un documental en el que se explicaba la «bomba de relojería» -así la llamaron repetidas veces- sobre la que estamos viviendo sin darnos cuenta y, ciertamente, yo nunca había pensado en ello, ni casi nadie. Un cartógrafo de la marina polaca, en su trabajo rutinario en un barco dedicado a inspeccionar el lecho marino, detectó un pecio en el golfo de Gadansk, por Danzing, en el Báltico pudo descubrir pertenecía a un barco alemán de la 2ª Guerra Mundial. Se interesó en el tema y preguntó a pescadores de la zona que le confirmaron un fuerte olor permanente a combustible en esas aguas. Incluso, en la superficie, se ve cómo revientan sus burbujas en círculos de -diría- unos 30 cm. Bajó con otros buceadores al origen del escape y pudieron examinar los restos del barco. Recogió muestras de lo que en España hemos venido a llamar «chapapote», se dirigió a las administraciones y, tras sortear las dificultades a las que estamos acostumbrados, le dijeron que tomaban nota, pero que no había dinero para resolver la cosa. Se interesó más profundamente en el tema y se ha convertido en el mayor experto y divulgador, además del más influyente luchador en este gravísimo problema. Ahora, USA se ha interesado en el problema y al menos, ya hay laboratorios que analizan los diversos combustibles de los barcos hundidos durante esa guerra y satélites localizan los pecios, restos de las batallas marinas. Son más de 6000 grandes barcos y se habla de ¡entre 15 y 20 millones de toneladas! de fuel que va a escapar irremediablemente porque han pasado 70 años y mucho acero ha perdido su grosor por oxidación. Si eso sucede, que ha de suceder a no ser que se invierta tanto dinero como se hizo sin ahorro alguno en la guerra -¿y por qué no?, me pregunto-, todas las costas estarán contaminadas en grado sumo, y -puestos en el caso- muchos manglares fenecerán. Decía el descubridor del inicio de la catástrofe que en el gran alrededor del pecio no había rastro de vida alguno.
Es que los humanos lo hemos hecho todo -y tanto que aún desconocemos- muy mal. Llega, como dijo mi sabio capitán, y algunas veces he recordado, el crujir de dientes y rechinar de lágrimas.
lunes 10 junio, 2019 @ 10:40 am
Para consuelo hay que significar que Noruega está invirtiendo en limpieza. Es la única nación. Merece se le reconozca la primacía.
martes 11 junio, 2019 @ 5:55 am
Lo de los barcos de la Segunda Guerra Mundial es poco conocido para el público general, pero es otro problema de órdago, porque el coste de sacarlos es inasumible.
Un aspecto extraordinario es que la Segunda Guerra Mundial es una prueba de que no somos más compasivos que en la Edad Media. El ritmo de aniquilación taylorista de los campos de exterminio supera en varios órdenes de magnitud al peor de los exterminios de la época medieval incluso dejando aparte el factor tecnológico: simplemente se salvaba más gente, sobretodo niños y mujeres. La última gran guerra es en la que se ha matado más población civil, acabando con dos bombas atómicas directamente sobre objetivos civiles.
Ya no nos queda margen para una Tercera.
Muy fuertes abrazos.
martes 11 junio, 2019 @ 8:28 am
No creo que sea inasumible, mi querido amigo. Imitemos una economía de guerra, apretémonos el cinturón cuanto podamos -y repartiendo a los pobres, que bastante pobreza soportan-. Es inasumible si queremos seguir en la comodidad y el consumo, pero no si consideramos que esto sí que es una guerra que hemos de ganar o ganar, sin otra alternativa. Y no me refiero solo a los barcos, sino también al CO2, al plástico -sí, especialmente a ese al que llaman desaparecido que quizá esté en forma nano en nuestras carnes o en nuestros michelines (no en los tuyos, que haces obeso al Ingenioso Hidalgo). (Alguien dijo que deberíamos echar directamente a la sartén las bolsas de plástico, ya que es su destino final y así les evitaríamos el viaje de ida y vuelta)-. (Había que acabar con los aires acondicionados quitándonos ropa, y con calefacciones, forrándonos bien, aislando las viviendas y cosas así, mejorando los transportes públicos, etc.). ¡Se pueden hacer tantas cosas que evitamos por pura comodidad! Bueno, comodidad y ventas de las grandes empresas: sustituir miles de coches por un tren o cientos por algún autobús es superpecado mortal capitalista. ¡La libertad de mercado nos hace libres, qué falacia! Hace Rio Tinto, Bhopal, hace petroleros-chatarra sin dueño identificable, hace Talidomida, hace dormitorios de cartón al pie de los rascacielos plenos de oficinas y despachos-palacio. ¡Bah!
Lamento mi pesimismo mañanero en estos temas y os pido perdón por ello.