Políticas sobre la gestión del suelo
La fertilidad del suelo se está reduciendo en todo el mundo, sobre todo en África.
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La civilización más avanzada que ha habido sobre este mundo desaparecerá debido a que no hemos aprendido a administrar nuestros recursos ecológicos. Los 7000 millones de habitantes de este planeta consumen ya 1,5 veces lo que el planeta produce.
Destruimos las selvas y los arrecifes a un ritmo cada vez mayor, acidificamos y contaminamos los mares y arrojamos tanto dióxido de carbono a la atmósfera que estamos cambiando el clima.
Todos los medios de comunicaciones han decidido ignorar los cientos de informes al respecto o sólo mencionan alguno justo antes (o después) de hablar del resultado del último partido de fútbol. La sociedad moderna está ya condenada. Pero todavía está en nuestra mano el grado de sufrimiento al que sometamos a las próximas generaciones, porque lo malo de este problema es que lo generan unos, pero lo pagan otros, tanto desde en directo como en diferido.
La Arqueológico nos enseña que civilizaciones como la maya, los pascuences, los indios del cañón del Chaco y muchas otras desaparecieron cuando no supieron administrar sus recursos ecológicos. Un recurso ecológico que casi nunca se tiene en cuenta es el suelo. La Edafología se encarga de su estudio. El suelo, la tierra, contiene una multitud de seres de todo tipo y sobre él crecen las plantas de las que se alimentan los herbívoros o los seres humanos. Pero su fertilidad se puede perder. Además de la contaminación y excesiva explotación, el mayor enemigo del suelo es la erosión. Erosión que a veces facilita el ser humano con sus malas prácticas.
Un estudio realizado por Mary Scholes y Bob Scholes (Wits University) muestra cómo la productividad de muchas tierras se ha reducido dramáticamente como resultado de la erosión, acumulación de sal o agotamiento de nutrientes.
Scholes dice que el cultivo continuo destruye las bacterias que convierten la materia orgánica en nutrientes. El uso de la tecnología permite el abuso de los fertilizantes químicos o el riego artificial y ello proporciona una producción que da una falsa sensación de seguridad. La realidad es que cada año se degrada el 1 por cierto de la tierra de cultivo. Sólo en África, en donde se espera que la agricultura se expanda próximamente, la erosión ha provocado ya la desaparición de un 8 por ciento del suelo y el agotamiento de los nutrientes es algo que está muy extendido.
La fertilidad del suelo es tanto una propiedad biofísica como una propiedad social, ya que la humanidad depende fuertemente de él para la producción de alimentos. Pero la fertilidad del suelo fue todo un misterio para nuestros antepasados. Tradicionalmente los antiguos granjeros hablaban de que la tierra se volvía cansada o enferma cuando su producción empezaba a ser menor. Al ocurrir eso ocurría la solución típica consistía en emigra a otro lugar más fértil. Algunas civilizaciones desaparecieron por culpa de un agotamiento de sus tierras de cultivo.
Jared Diamond señala en su libro “Colapso” que si se elabora una lista con los países que tienen problemas de violencia y una lista con los que tienen problemas de desertificación o erosión se ve que coinciden. Así que muchos de los problemas socio-políticos actuales hunden sus raíces en problemas ecológicos.
Curiosamente sí que hay margen para la sostenibilidad. Este mismo autor pone como ejemplo a los habitantes de las tierras altas de Nueva Guinea, pues estos llevan muchos miles de años cultivando sus tierras de manera sostenible gracias a una buena elección de cultivos y sistemas de cultivo.
A mediados del siglo XX se empezó a analizar los suelos y a diagnosticar las deficiencias para que la tecnología agrícola lo solucionase. Se empezó a mirar a la tierra como una matriz inerte empapada con una sopa de nutrientes. Si algún nutriente empezaba a no estar se añadía en forma de abono y ya estaba solucionado.
Esta política permitió un aumento de la producción agrícola sin precedentes. La revolución verde evitó (o pospuso) un colapso de la población mundial, que estaba y está en rápido crecimiento. Pero esta filosofía ha contribuido al calentamiento global (los abonos químicos necesitan energía para su producción, el bombeo de agua también, etc.) y a la contaminación de acuíferos, ríos, lagos y mares. Las actividades asociadas con la agricultura son actualmente responsables de un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero, la mitad de esa cantidad se origina en el mismo suelo.
Al reemplazar una fertilidad autosostenida de manera natural por una fertilidad mantenida desde el exterior a base de aportes artificiales se ha hecho que el ecosistema del suelo y los humanos sean más vulnerables a una interrupción de esos aportes, por ejemplo que se sea más sensible al impacto de los precios.
Sin embargo, ya no es posible mantener la actual y futura población humana con unos dogmáticos cultivos “orgánicos” o “biológicos”. Esto parece que sólo está al alcance de los más pudientes del primer mundo. El área de cultivo extra que esto necesitaría sería excesiva y afectaría a la biodiversidad y a la pureza del agua.
Para alcanzar una seguridad ambiental y alimenticia se necesita que los ecosistemas del suelo actuales se aproximen lo máximo que se pueda a los ecosistemas naturales, aunque se use biotecnología y fertilizantes inorgánicos de una manera sensata.
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Fuentes y referencias:
Nota de prensa.
Artículo original.
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