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Artículos científicos y tráfico de especies

Área: Biología,Medio ambiente,Política científica — sábado, 27 de mayo de 2017

La publicación de artículos científicos sobre especies raras facilita el tráfico ilegal de estas especies y las pone en peligro de extinción.

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Si algún límite o barrera es superada frecuentemente es el de la estupidez humana. En este caso la capacidad de sorpresa nunca es agotada.

El último caso es el del tráfico de especies animales que son reducidas hasta casi su extinción una vez han sido descubiertas. Los traficantes, aprovechando la política del open access, leen en los artículos científicos qué especies se han descubierto y dónde para pasar a continuación a expoliarlas y a comercializarlas a través de Internet.

Basta con empezar a escribir en Google “Chinese cave gecko” para que el sistema de autorrellenado del sistema ponga “Chinese cave gecko for sale”. Este comportamiento de Google es una indicación de que mucha gente teclea precisamente esa cadena de palabras.

Si uno hace clic en la primera de esas entradas de venta online puede comprobar que una tienda te ofrece ejemplares de estos reptiles por 78 dólares si es pequeño. En el momento de escribir estas líneas ofrecieran otros tamaños, pero, al parecer, no es raro que los ofrezcan por 150 dólares, gastos de envío incluidos. Lo malo es que esta rara especie (en la foto de cabecera) es uno de esos raros animales que han sido empujados hasta las puertas de la extinción por culpa de este tipo de tráfico.

La comercialización de estos reptiles en concreto comenzó en China a principios de este siglo justo después de que la especie fuera descubierta por los científicos. Lo malo es que no es un caso aislado y muchas otras especies sufren el mismo destino facilitado por las mismas circunstancias: las publicaciones científicas. Aunque, a veces, los artículos en cuestión estén tras un muro de pago, esto no evita que los traficantes se enteren.

David Lindenmayer y Ben Scheele ponen en cuestión en un artículo en Science el sistema de publicación habitual sobre el descubrimiento o descripción de nuevas especies. Incluso plantean la publicación sin detalles cuando se trate de especies raras o escasas. A la vez publican otro artículo divulgativo sobre el asunto en The conversation.

La política del acceso libre no sólo afecta al acceso a los artículos, sino, sobre todo, afecta a los datos que los investigadores comparten entre sí y que, a veces, pueden ser accedidos por terceros para saber dónde pueden encontrar esas especies para atrapar todos los ejemplares que puedan y luego venderlos.

Cuentan el caso del lagarto-gusano de cola rosa (Aprasia parapulchella) de Nueva Gales de Sur. Es una especie en peligro de extinción de unos 15 cm de longitud que vive en las grietas de las rocas alimentándose de insectos. Los biólogos que trabajan en Nueva Gales de Sur están obligados a proporcionar datos de la localización de las especies que descubran durante sus campañas y a colgar estos datos y otros en un atlas online.

Lindenmayer y Scheele cuentan que cuando publicaron en 2016 los datos sobre este animal en ese atlas, a las escasas semana los propietarios de las tierras empezaron a quejarse de la injerencia de merodeadores que cruzaban sus propiedades, presumiblemente en busca del lagarto. La publicación de estos atlas no sólo pone en peligro la confianza depositada en los investigadores por los dueños de las tierras, sino que además pone en peligro de extinción a las propias especies que son descritas.

Otro caso distinto fue el de un artículo publicado en 2012 en el que se describía por parte de otros biólogos un lagarto monitor (Lanthanotus borneensis, en la imagen de abajo) que habían descubierto en Borneo. Pese a que en dicho artículo se describía vagamente su localización, al cabo de un año ya se comercializaba con esta especie y había ejemplares fuera de la isla.

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El comercio online de este tipo de especies ha explotado recientemente en Internet. La consecuencia es que varias especies descritas recientemente por la ciencia han sido diezmadas por los traficantes ilegales al poco de haber sido publicados los artículos correspondientes. Corren especial peligro aquellas especies que se distribuyen por regiones geográficas pequeñas y en hábitats concretos en donde son fácilmente localizables. Lindenmayer y Scheele sugieren que en muchos de estos casos se mencione en el artículo correspondiente solamente el país en donde se ha encontrado.

El fenómeno no es nuevo. La presión de los coleccionistas sobre anfibios, orquídeas, pájaros y reptiles que sean raros o inusuales es muy intensa desde hace ya mucho tiempo. Mark Burgman (Imperial College London) llegó a publicar un artículo en los años ochenta en el que el mapa de una región australiana en donde se mostraba la localización de algunas especies estaba manipulado a propósito con un error de cientos de kilómetros, con ello pretendía que fuera difícil encontrar estas especies.

Pero, al parecer, los traficantes no son los únicos enemigos. Los entusiastas naturalistas aficionados usan los mismos recursos para localizar estas especies y fotografiarlas o manipularlas. Esto provoca estrés en los animales y una presión excesiva sobre sus hábitats. Algunos microhabitats pueden ser incluso destruidos por este comportamiento o pueden transmitirse enfermedades o infecciones a los animales manipulados. Un caso reciente ha sido el estallido en Europa de una infección fúngica que afecta a los anfibios y que fue introducida desde Asia a través del comercio ilegal de especies. Algunas poblaciones de salamandra de fuego ya se han extinguido por culpa de esta infección en la que, básicamente, el hongo se come la piel del animal.

Lindenmayer y Scheele sugieren que los investigadores se planteen antes de la publicación si la información que hacen pública ayudará o no la conservación de la especie, si esa especie es particularmente vulnerable, si crece y se reproduce rápido, si vive mucho y, sobre todo, si es susceptible de ser víctima del tráfico ilegal. Al parecer, sólo los animales atractivos o carismáticos son objetivos de este tráfico.

Según ellos, la información detallada debería de mantenerse oculta al público y sólo debería ser accesible a investigadores y agencias gubernamentales. Aunque cómo hacerlo no parece sencillo.

El problema es que la restricción de información sobre especies raras o en peligro tiene el problema de dificultar los esfuerzos para su conservación. Así que estos investigadores abogan por publicar datos sobre ellas, pero no datos detallados que permitan a los traficantes localizarlas fácilmente.

Bryan Stuart (North Carolina Museum of Natural Sciences, Raleigh) pone en duda esta vía. Según él, la localización es una información crucial para la conservación de especies. Y, pese al secretismo, la información se puede filtrar igualmente. Este investigador dice que mantener en secreto la localización es sólo una medida temporal. Añade que la mejor manera de luchar contra el tráfico es que los científicos trabajen junto a las autoridades para que haya ya protección una vez se publique el artículo correspondiente. Aunque reconoce que esta vía puede que no funcione siempre.

Según cuentan Lindenmayer y Scheele, ya se están dando los primeros pasos en este sentido y van apareciendo artículos sin información precisa sobre la localización de la especie y sin la descripción detallada de su hábitat.

Una situación similar ya se dio en el pasado en la Paleontología. Ahora, en las publicaciones sobre descubrimiento paleontológicos se mantiene en secreto la localización para evitar el expolio de yacimientos para la venta de fósiles a coleccionistas privados. En Arqueología se siguen pautas similares.

Aunque la publicación de estudios sobre especies raras o en peligro ha sido una práctica inocua durante siglos, ahora el mundo ha cambiado y obliga a los biólogos a repensar sus normas de publicación.

Quizás la sociedad está cambiando demasiado rápido en algunos aspectos, como en los sistemas de comunicación, y no nos ha dado tiempo adaptarnos. Otros aspectos, como la avaricia, siguen ahí desde la noche de los tiempos.

Además, en un mundo en el que hay cada vez más pobres luchando por unos recursos cada vez más escasos en un entorno cada vez más superpoblado, ¿cómo van a evitar estos la tentación del dinero fácil del tráfico de especies?

Copyleft: atribuir con enlace a http://neofronteras.com/?p=5550

Fuentes y referencias:
Artículo original
Fotos: Carola Jucknies, Chien C. Lee/Wild Borneo Photography/Wikimedia.

Salvo que se exprese lo contrario esta obra está bajo una licencia Creative Commons.
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8 Comentarios

  1. Dr. Thriller:

    Pues esto tiene mal arreglo. Además irá a peor en muchas cosas.

    Tenemos una sociedad muy descontrolada, y en gran parte (por no decir todo), es el adoctrinamiento del personal al consumismo y a la tenencia, estoy seguro de que jamás el Síndrome de Diógenes en toda la historia ha tenido los niveles de plaga pandémica que tiene hoy, de hecho, nuestras ciudades modernas son verdaderos acúmulos de basura, el 90% totalmente inútil. Es urgente cambiar este modelo.

    Lo digo porque lo mejor de ser radical es cargarse todos los tentáculos de la Gorgona de una tajada. Porque en caso contrario, estamos todo el día poniéndole puertas al mar.

  2. apalankator:

    Creo que no hay que inventar nada para proteger las nuevas especies, solo utilizar el método que se utilizó para mantener secreta la ubicación de los pinos wollemi.

  3. Tomás:

    Estoy con «apalank.ator».

  4. NeoFronteras:

    La solución que se dio al caso de los pinos Wollemi no fue suficiente. Alguien consiguió saber dónde estaban y llegó allí al poco de ser descubiertos. Pero llevó esporas de hongos (posiblemente en las botas) y los árboles terminaron con una infección fúngica que pone en peligro su existencia:

    http://www.abc.net.au/science/articles/2005/11/04/1497961.htm

    http://www.smh.com.au/technology/sci-tech/fungal-threat-secret-wollemi-pine-population-offers-hope-for-species-survival-20160823-gqyzju.html

    Por cierto, vimos estos pinos por aquí hace tiempo:
    http://neofronteras.com/?p=280

  5. apalankator:

    Estimado Neo, partir del método para el pino wollemi y perfeccionarlo, siempre es más fácil mejorar algo que empezar de cero.

  6. Tomás:

    Por ejemplo al 1 del Dr.: en la farmacia te dan un medicamento protegido en blíster que va en su cajita de cartón. Te lo envuelven en un papel con el nombre de la farmacia y te lo introducen en una bolsita de plástico. ¡Tiene narices!

  7. Dr. Thriller:

    Yo cuando voy al punto SIGRE soy tan gilipollas que echo los blísters solo (o los botes, frascos, inhaladores, jeringas, etc.), las cajas de cartón y prospectos en los contenedores municipales de papel y cartón. No soy el único gilipollas, algunos más hay, pero en mi Comunidad Autónoma el gobierno (?) se dedicó a enterrar en una fosa, tal cual, los medicamentos y echarles tierra encima, como es natural esto poca repercusión tuvo, tuvieron la «precaución» de forrar la fosa no recuerdo si en capas de PVC o algo asín (el personal del sistema de gestión de RSU, que teóricamente debería incinerar estas cosas, está imputado al completo, por múltiples motivos de amplísimo espectro), te diré que aunque son del PP, y son unos pijos corruptos peligrosísimos, mucho peores en moral y hasta en gestión que un tardofranquista, también te diré que podrían encajar en cualquiera de los cuatro partidos estatales y no chirriarían lo más mínimo, y seguramente con leves cambios (cosméticos) en otros como el PDeCAT o como se escriba. Me temo que es un problema generacional, es gente que ha nacido y se ha criado con otra sociedad diferente.

  8. Tomás:

    ¡Caramba! Yo también soy un buen reciclador y llevo a la farmacia los medicamentos sobrantes, a la ferretería las lámparas y a los contenedores todo bien separado. Aunque un día me dijeron que los plásticos los queman, pero no quiero creérmelo. A ver si me molesto en averiguarlo.

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