Evolución de las emociones en letras de canciones
Las expresiones de rabia y tristeza han aumentado gradualmente a lo largo del tiempo en las letras de las canciones pop favoritas del público a costa de una reducción de las expresiones de alegría.
La música popular ha cambiado a lo largo de los años y la música de 2019 es notablemente diferente de la música de los sesenta y setenta. Pero no es solamente la música la que ha cambiado, también lo han hecho las letras de dichas canciones.
Unos investigadores de la Lawrence Technological University (Michigan, EEUU) han realizado un análisis cuantitativo de las letras de las canciones pop de las última siete décadas. Los resultados muestran que las expresiones de rabia y tristeza han aumentado gradualmente a lo largo del tiempo, mientras que se han reducido las expresiones de felicidad.
Kathleen Napier y Lior Shamir analizaron las letras de 6000 canciones de la lista Billboard Hot 100 songs, que es una lista de las 100 canciones más populares del año. Esta lista reflejaría las preferencias de la población. Aunque en el pasado se basaba en otros parámetros, desde hace unos años se basa en indicadores de popularidad, como una mayor o menor escucha en servicios de streaming y su mención en redes sociales.
El tono emocional expresado en cada canción fue analizado de forma automática mediante la asociación de la carga emocional de las palabras y frases de las letras de las canciones. Para cada año se efectuó una medida promedio para las distintas emociones consideradas que eran reflejo de esas expresiones. Comparando entre años se comprobó si la abundancia de cada tipo de emoción aumentaba, se mantenía estable o disminuía en el tiempo.
El estudio muestra que las expresiones de rabia en las letras de la música pop han ido aumentando con el tiempo de forma gradual hasta que alcanzó el máximo en 2015, mientras las letras de las canciones de mediados de los cincuenta eran las que contenían menos de estas expresiones.
El estudio revela ciertas variaciones. Las canciones publicadas entre 1982 y 1984 eran las que contenían menos rabia comparadas con cualquier otro periodo, excepto las de los años cincuenta. A mediados de los años noventa las canciones terminaron conteniendo más rabia y este aumento fue brusco en ese periodo comparado con los periodos previos.
Las expresiones de tristeza, asco o miedo también se han incrementado a lo largo de este tiempo, pero el aumento ha sido más moderado que en el caso de la rabia. El asco aumentó gradualmente, pero fue menor a principio de los ochenta y más alto en la mitad y finales de los noventa. Se expresó más miedo a mediados de los ochenta, decreciendo bruscamente en 1988. Otro aumento en el miedo se observa en 1998 y 1999, con una brusca disminución en 2000.
El estudio también muestra que la alegría o felicidad fue el tono dominante en las letras de la música pop a finales de los cincuenta, pero decreció con el tiempo y se ha hecho más moderado en los últimos años. La excepción observada se dio a mediados de los setenta, cuando se dio un repunte brusco de las expresiones de alegría en las letras.
En resumen, el estudio apunta a que el tono emocional expresado por las letras de las canciones pop cambia a lo largo del tiempo y este cambio es consistente y gradual con pocas excepciones. Como los investigadores analizaron las canciones más populares de cada año, el estudio no demuestra que la música haya cambiando en sí, sino que son las preferencias de los consumidores las que han cambiado a lo largo del tiempo.
Mientras que lo fans preferían letras alegres durante los cincuenta, los consumidores modernos están más interesados en las canciones que expresan tristeza y rabia.
«El cambio en los sentimientos de las letras no refleja necesariamente lo que los músicos y letristas querían expresar, sino que está más relacionado con lo que los consumidores de música querían oír cada año», dice Llor Shamir, uno de los investigadores implicados.
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Fuentes y referencias:
Artículo original.
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12 Comentarios
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lunes 28 enero, 2019 @ 5:50 pm
Muy interesante. Empezamos con una disgresión.
Las cantigas gallego-portuguesas cuyo cénit (algo desacopladas de las occitanas) tuvo lugar en el siglo XIII, en plena competencia (cultural, o sea, proyección de poder blando que dicen ahora) entre las Cortes de Coimbra-Lisboa y Toledo, fueron una soprendente muestra de arte elevado medial dirigido en gran parte a las clases populares. De todas ellas, no podía ser de otra manera, mis favoritas son las de Escarnho y Maldizer, que literalmente (traducciones mojigatas no por favor) significan, en lenguaje moderno, de pu*eo y palabrotas. Es la mayor colección de groserías y ordinarieces que he visto nunca con excepción de autores latinos, en verso, es una pena que la música se haya perdido, que sumadas a los otros dos grandes grupos de cantigas dan una imagen del siglo XIII que suele impactar mucho a gente que desconoce esto. P.ej., el famoso «Luzia Sanchez dona Luzia se eu f*der-vos pudesse f*der-vos-ia» seguido de una (ya le gustaría a Quevedo haberla escrito) descripción, insisto, en verso refrán, de toda una serie de enfermedades venéreas que inutilizaban el miembro viril del objeto (masculino) de la hermosa canción (quizá pagada por algún rival político), contrasta de una manera tan brutal con lo que se permitía cantar y tocar en el a posteriori llamado Siglo de Oro de la Monarquía Catholica (300 años no es nada) y su Gestapo inquisitorial, que no hacen falta más pruebas para concluir un cambio brutal (y yo diría que a peor) entre las sociedades del siglo XIII y las del siglo XVI.
Lo que este estudio sugiere va en la misma línea. Yo diría. Un poco más sutil, si eso.
martes 29 enero, 2019 @ 4:29 am
Lo más aventurado es sacar conclusiones con una consistencia mínimamente aceptable. Yo suelo poner el ejemplo de la Ilustración: la música de la época la calificaría como alegre/optimista/ampulosa/majestatica, y en contrapartida, buena parte de los escritos de filósofos y demás eruditos trasnpiran lo que se ha dado en llamar el «pesimismo ilustrado».
martes 29 enero, 2019 @ 6:22 pm
Hay un par de cosas. La música de la ilustración (pongamos 1750-1790) era música de corte en gran medida (incluida la religiosa en gran medida), aunque ya había teatros y conciertos, la corte y los gustos emanados de ella ejercían una fuerte influencia, digamos que al revés de mis cantigas (o Chaucer, digamos), había un público diana de gran peso que ejercía mucho ídem. Este público (y sus gustos) cambia radicalmente tras el Congreso de Viena, aunque muchas cortes sigan ejerciendo de Hollywood financiero de última instancia. En cambio la literatura se dirigía a un público si bien no necesariamente mucho más amplio, el peso de la corte aquí operaba de otra manera. Son ventajas de la literatura, desde Gutemberg el peso económico de publicitar una obra se limita a la impresión material y la distribución, la música sigue requiriendo de intérpretes, que son bocas a alimentar. Y por supuesto, quien dice corte dice aparato del estado o como se prefiera.
En general, si te refieres en concreto a la literatura filosófica de cuño francófono (la que se llevó el peso del león y sirvió de modelo), yo más que pesimismo hablaría de cinismo, y esto también lo encajaría en las relaciones económicas y de prestigio social. Aquí también literatura y música (aunque hablemos de ópera, Rousseau compuso una opereta resultona, exactamente la ópera en un acto Le Devin du Village, libreto incluido, la música es pegadiza y alegre, efectivamente) divergen, la ideología es siempre más obvia en lenguaje que en música.
La idea del artículo no es nada ambiciosa, y además es algo largo tiempo sospechado y que se apuntala también desde estudios económicos. El arte es una expresión social, y responde a demandas, o al menos se retroalimenta de ellas. Qué demandas y de parte de qué grupos, eso ya es materia de debate.
martes 29 enero, 2019 @ 9:00 pm
Muchas gracias por descubrírmela, magnífico Dr. Thriller. He escuchado un aria y la «ouverture», y no me da la impresión de que sea inferior a más de una pieza de Salieri o Paisiello.
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Un fuerte abrazo por el divertimento.
viernes 1 febrero, 2019 @ 8:03 am
Tengo por costumbre, cuando una música moderna no me gusta -y no me estoy refiriendo a la música seria, sino a las canciones que se oyen- decir como broma: «donde esté una buena jotica…» recibiendo siempre el abucheo de mis hijos. Cuento mi experiencia ya que no puedo añadir sabiduría a mis queridos Miguel y Dr. Aquellas canciones, como casi todas las populares no tienen rabia ni asco; tienen amor, alegría, dolor, añoranzas y sentimientos así. Por eso me gustarán siempre. Las canciones actuales no me agradan.
lunes 11 febrero, 2019 @ 4:52 pm
Tomás, he observado un dato curioso. Entre los secretarios generales de numerosas organizaciones políticas de base marxista-algo (leninista, troskista, maoísta, etc.), sean estas internacionalistas (o sea, nacionalistas españolas), o internacionalistas (o sea, nacionalistas no españolas o no españolistas), o internacionalistas (o sea, incomprensibles), ora de cierta extensión entre su electorado potencial (sea este la totalidad del estado o sólo una parte mayor o menor), ora completamente marginales, pues entre sus secretarios generales (o para incluir, que está muy de moda, mandarines mayores bajo algún cargo de taxonomía creativa) que como fácilmente imaginarás a priori parecen enormemente dispares y diferentes, suelen compartir un gusto elaborado y un profundo conocimiento de la Zarzuela. No deja de ser un tanto chocante (¿no debería?) ver a un tipo del Partido Comunista de Liberación Nacional de la Tierra Comunera hacerte un análisis de dependencia socioeconómica impecable y luego despacharse con un comentario erudito del aria tal de Doña Francisquita o La del Soto del Parral, o ya puestos, La Dolorosa, que queda como bis-chocante. O no. O sí. O no.
Y que conste que yo nunca hubiera escrito «loma del sendero», pero por lo visto es una expresión popular. Alguien tiene que hacer una teoría como Dios manda del Volksgeist.
miércoles 13 febrero, 2019 @ 10:10 am
A mí me gusta oírla por A. K.raus o por P. Domingo. No es lo mismo un poema que una canción -me refiero a -la roca fría del calvario-. Pero también me gusta J. Sabina, tan distinto.
En cuanto al volk.sgeist, en mi época se soportaba la clase de «Formación del espíritu nacional» a la que llamábamos «política» que formaba, con «religión» y «gimnasia», las «tres marías». El profe nos enseñaba que el verdadero fascismo fue el de Mussolini (mira, es una escena de la clase que recuerdo perfectamente; esas cosas que quedan grabadas por cualquier ignota causa).
jueves 14 febrero, 2019 @ 9:47 am
En general, y quitando a algunos nazis sueltos, la mayoría de gerifaltes fascistas eran analfabetos musicales, entre otras cosas. El franquismo supuso un abrasivo detergente para toda la música española, tomando el último adjetivo en todas sus acepciones, sin excepción. Como para todo.
Sabina es que me cae mal. Básicamente porque es un farsante. En eso Hispanistán los hace con muy y mucha denominación de origen. Una vez más, prefiero y con mucho a tu paisano Labordeta.
Craus se come crudo con patatas a Domingo. Se lo comía y se lo sigue comiendo, ahí quedaron las grabaciones.
De lo de la FEN, ya nos iríamos a un debate sin frenos. Evidentemente, el desastroso y ruín sistema educativo español es otra obra gloriosa del Caudillo y toda la tropa que como todos sus cánceres, hace tiempo que se ha vuelto gangrena.
jueves 14 febrero, 2019 @ 10:03 am
Pues a mí, Labordeta, tocando las jotas con bombardino, ni fu ni fa, pero en lo de Alfredo Vs Plácido, te doy la razón. La voz del primero es lo más claro y limpio que pueda escucharse. Sabina dice cosas que se entienden; otros muchos, ni eso.
viernes 15 febrero, 2019 @ 10:01 am
Ya, hombre, pero queda muy feo cantarle a una señora por ejercer su libertad y luego darle él un botellazo a una paisana. O evadir pasta a Panamá. O consumir psicotrópicos. El punto es cuando sales de lo que estrictamente es una relación comercial y quieres colgarte un plus de lavo más blanco, cuando no es verdad, además no viene a cuento y en mi opinión es contraproducente para todo lo que toca. ¿Que se puede pasar por alto? Evidentemente. Hay infinidad ejemplos de gente que hacía cosas muy feas y a mucha gente le da igual. Es un debate quizá sin solución, porque depende subjetivamente de cómo se valoren en un momento dado los «delitos» y las «hazañas» (es un viejo recurrente de la antropología como el mismo acto es considerado de forma diferente según el individuo que lo cometa), y esa subjetividad varía hasta en el tiempo.
Es conocido que nuestro Heriberto de Caraján, el que despeña 800 violinistas por un terraplén, fue nazi con carnet (y no del montón), aparte de hacer cosas tan poco profesionales como parar un ensayo (con 4.900 maestros) y ponerse a jugar con un cochecito teledirigido que le acercó la chacha checa. Un poco como don Santiago Carrillo, el Señor lo tenga en su gloria como a don Heriberto, que levantaba escopetadamente un comité central eyectando a los camaradas a la p.calle porque estrenaban la última de Louis de Funes (de ascendencia hispanistana, dicho sea de paso). Y mientras que don Heriberto es amado/odiado en función de criterios puramente artísticos, y a nadie parece importarle su documento de identidad del NSDAP, a don Santiago los suyos lo consideran de retrasado mental hacia síndromes espongiformes, los no suyos en general lo consideran un gran estadista y patriota y señor responsable y gran caballero y no sé qué más. Y, aquí está mi punto, yo para el tema que estamos hablando, los considero almas gemelas, abstrayéndonos de la valoración que hacemos de sus habilidades sociales per se (las habilidades en genérico, no las suyas de ellos en concreto).
viernes 15 febrero, 2019 @ 12:25 pm
Debes vivir en Úbeda, a pesar de lo cual no vamos a discutir. Yo, con Sabina solo me refería a sus letras. Con Plácido Y Alfredo a sus voces. Ala, un abrazote.
sábado 16 febrero, 2019 @ 8:39 am
Por supuesto que no. Pero para dejar constancia (de lo mal que me explico) también quería referirme a lo mismo. Obviamente como don Alfredo y don Plácido siempre cantan material ajeno, la única forma de buscar tres pies al gato (que los tiene) sería la frecuencia de su repertorio que además respondería a otras consideraciones primordialmente.
Lo cierto es que nunca he estado en Úbeda. Abrazos Ubetenses.