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¿Poseen los abejorros emociones?

Área: Biología,Etología — domingo, 2 de octubre de 2016

Unos experimentos parecen demostrar que los abejorros poseen estados mentales positivos.

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Ningún científico serio cree ya que las emociones, sentimientos, pensamientos o la conciencia son exclusivos de nuestra especie. Aunque los humanos tenemos mucho más acentuadas estas características mentales o neurológicas, estas se dan en mayor o menor grado en otros animales.

Se reproduce, una vez más, la historia evolutiva que nos llevó, poco a poco, a ser lo que somos. Los mismos procesos que fueron transformando el esqueleto de especies desde el primer pez que se aventuró a tierra firme hasta llegar a los primates, también fueron afectando a sus cerebros.

Estos estados mentales “superiores” son más obvios en otros primates como los simios o los monos. El que haya mirado a un gorila o un orangután a los ojos sabe que tienen un hálito “humano”. También los cetáceos muestran fuertes características mentales que creíamos eran exclusivamente humanas.

Parece lógico pensar que los vertebrados tengan más acentuadas estas cualidades, pero la lista se puede ampliar aún más. Desde hace ya un tiempo se sabe que invertebrados como los cefalópodos (calamares, pulpos o sepias) son increíblemente inteligentes.

Al revisar la literatura científica al respecto, uno se da cuenta de que en los pasados 5 años se ha ido aceptando la idea de que los invertebrados muestran formas básicas de emoción. Pero, ¿dónde está límite? ¿Tienen, por ejemplo, los insectos algún tipo de “sentimiento”?

Este mismo año, científicos de Macquarie University (Sydney, Australia)
publicaron un estudio
en el que indicaban que la parte principal del sistema nervioso de los insectos, el ganglio central (su “cerebro”), opera de manera similar a la parte media del cerebro de los mamíferos, por lo que, en principio, podría proporcionar cierta capacidad de alguna forma básica de consciencia. Pasar de los cefalópodos a los insectos en este asunto es, sin duda, un salto cualitativo.

Pero que un análisis neurológico nos sugiera que los insectos tienen algo así como “sentimientos” no significa que en la realidad sea de ese modo, así que habría que intentar probarlo con insectos vivos con algún tipo de test. Pues bien, esto es precisamente lo que han hecho hace poco unos investigadores de Queen Mary University (Londres) y que publican ahora.

Según estos investigadores, los abejorros parecen exhibir algo así como estados mentales positivos. “Muchos científicos, incluso entomólogos, todavía creen que los insectos son máquinas de comportamiento rígido genéticamente preprogramados. Porque tienen una construcción tan diferente, tendemos a ignorar sus posibles estados emocionales, probablemente porque no los vemos de la misma manera en la que vemos a un perro, a un gato o a una vaca. No hay una razón intrínseca para que los insectos no deban experimentar emociones”, dice Clint J. Perry.

En los experimentos realizados por estos investigadores los abejorros experimentaban algo así como una “alegría” similar al optimismo justo después de haberles proporcionado una comida que para ellos está muy bien: una disolución azucarada. Sería similar a cómo nos sentimos los humanos después de comer nuestro plato favorito.

Cuando los humanos estamos contentos somos más propensos de lo habitual a responder a una situación ambigua con optimismo. Así que, si, por ejemplo, uno es feliz al comer chocolate, entonces, justo después de comerlo, tenderá a tratar a alguien que conozca en ese momento de una forma más amistosa que en circunstancias normales, pues tendrá una predisposición positiva.

“Muchas de estas cosas realmente producen los sentimientos subjetivos que tenemos. Son todos necesariamente parte de nuestras emociones”, dice Perry.

No podemos experimentar directamente los sentimientos de otro ser humano, menos los de otro animal. El otro ser humano nos puede contar cómo se encuentra y así enterarnos de su estado (si no nos miente), pero en el caso del animal es más complicado. Sin embargo, para saberlo nos podemos basar en los cambios físicos de su cuerpo y en los cambios del comportamiento que vienen acompañados con las sensaciones de tristeza o alegría. Esto es precisamente lo que ha hecho este grupo de científicos de Queen Mary University.

Perry y sus colaboradores entrenaron a 24 abejorros con particulares localizaciones y colores en el laboratorio con cilindros que contenía agua sin más o agua azucarada. Estos cilindros digamos que simulaban ser flores y eran azules si contenía comida (agua azucara al 30%) o verdes si no la contenían (agua sin más). Los abejorros pronto aprendieron que las azules les proporcionaban una recompensa segura.

En un momento dado, cerraron las “flores” azules y verdes y proporcionaron a la mitad de los abejorros una gotita de agua azucarada al 60% que hacía las veces del chocolate en el ejemplo anterior en humanos. Entonces observaron a los abejorros y midieron el tiempo que les costaba entrar en un contenedor de color azul verdoso que estaba situado entre los otros ya cerrados. La idea era medir el grado optimismo de estos insectos frente a una situación ambigua sobre la que no sabían si les iba a proporcionar o no comida.

Los investigadores pudieron medir que los abejorros que habían recibido al gotita azucarada se apresuraban más para ir a la “flor” ambigua que los abejorros que no habían recibido la golosina. Los investigadores interpretan que estos abejorros se mostraban más “optimistas” a la hora de encontrar una posible recompensa en esa “flor” azul verdosa. Así que la golosina podría haber provocado un estado de emoción positivo de una manera similar a lo que sucede en humanos.

Se podría pensar que esta actividad extra se podría deber a la energía extra proporcionada por la golosina, pero esto quedó descartado cuando se repetía el experimento con una flor azul que seguro tenía recompensa, pues ambos tipos de abejorros, los que habían tomado la golosina y los que no, tardaban entonces el mismo tiempo en llegar y, además, eran igualmente lentos cuando se trataba de la flor verde sin recompensa.

Para comprobar si la golosina hacía que las abejas se recuperaran de una experiencia negativa, los investigadores diseñaron otro experimento igual o más imaginativo que el anterior. La idea era imitar la experiencia estresante que experimentan estos insectos cuando son atacados por depredador, por ejemplo cuando son atrapados por una telaraña, una situación de la cual los abejorros suelen salir indemnes en la Naturaleza después de una breve lucha. Así que apretaron cuidadosamente a 35 de estos insectos en un contenedor y luego los liberaron. Este tipo de experiencia, tanto en la Naturaleza como en este experimento de laboratorio, tendría que poner a los abejorros de mal humor.

Pues bien, tras esa experiencia estresante, aquellos abejorros que recibieron su golosina volaron hasta sus sistemas de alimentación cuatro veces más rápido que los que no las recibieron. El resultado sugiere, según los investigadores, que la golosina aumentaba las emociones positivas y ello compensaba la mala experiencia recibida. Esto es similar a lo que sucede en humanos. No es lo mismo enfrentarse a un atasco de tráfico o a una nueva asquerosa jornada laboral con el estómago vacío que después de haber tenido el desayuno favorito.

Los investigadores fueron más allá en su estudio y administraron a los abejorros un fármaco que bloquea la dopamina, que es un neurotransmisor que está asociado con el sistema de recompensa cerebral en el ser humano. Así que este inhibidor también bloquearía el centro de recompensa del cerebro de los abejorros.

Comprobaron que este tratamiento eliminaba los efectos positivos que sobre los abejorros tenía la golosina y que habían sido vistos en las pruebas anteriores. Esto sugiere, según los investigadores, que los abejorros experimentan estos comportamientos debido a que van asociados con el sentirse bien.

Los abejorros tienen cerebros que funcionan de una forma bastante similar al nuestro, pero lo difícil es demostrarlo. Aunque esté implicada la misma neuroquímica, es ir muy lejos mantener que los abejorros experimentan alegría de la misma manera que lo hacemos los humanos. Es además muy complicado saber si los abejorros (u otros animales) pueden pensar o, si lo hacen, saber qué piensan.

“¿Significa esto que los abejorros tiene emociones positivas? No los sabemos, pero tenemos la mente abierta hacia la exploración de esa posibilidad”, dice Perry.

“Investigar y comprender los rasgos básicos de los estados emocionales ayudará a determinar los mecanismos cerebrales que subyacen detrás de las emociones a lo largo de todos los animales”, añade Perry.

“El hallazgo de que los abejorros exhiben no solamente un sorprendente nivel de inteligencia, sino además estados emocionales, indica que deberíamos respectar sus necesidades cuando los sometemos a experimentos y que debemos hacer más por su conservación”, afirma Lars Chittka, investigador principal.

Obviamente, estos “estados mentales positivos” no son necesariamente los estados de tristeza o alegría que tenemos los humanos y, según los mismos autores del estudio, los insectos tampoco tienen que ser necesariamente conscientes de ellos.

Las emociones no son más que respuestas adaptativas del cuerpo a eventos o estímulos externos y los sentimientos son las experiencias subjetivas que tenemos sobre ellos. La existencia de sentimientos implican la presencia de una mente y de la experiencia mental, o de una consciencia.

El filósofo Antonio Damasio (University of Southern California) dice que tiene todas las razones para creer que los invertebrados no sólo tienen emociones, sino además la posibilidad de que sientan esas emociones.

Pero si los insectos tienen emociones entonces ello tendría implicaciones tremendas en la manera que tenemos de pensar sobre estas criaturas, pues este tipo de hallazgos establecen un paralelismo entre mamíferos e insectos en áreas en las que pueden aparecer cuestiones éticas.

Desde el punto de vista ético, la presencia o ausencia de consciencia es crucial, pues se asume que esto proporciona la capacidad de sufrir. Si al final descubrimos que algunos insectos tienen emociones, ¿podremos usar insecticidas sobre ellos? Y si los insectos tienen emociones, entonces seguro que también las tienen otros mamíferos, como algunos de los que nos alimentamos. Un león quizás no se plantee si la gacela que mata para alimentarse sufre y tiene sentimientos, pero los humanos podríamos llegar a estar seguros de que la ternera de nuestro plato sí tenía sentimientos.

“Detrás de cada plato de comida hay muerte y la gente sólo cierra los ojos a ello… En los viejos tiempos, cuando era un niño, solíamos viajar a zonas remotas del Amazonas, del Pantanal o del bosque atlántico a pescar y cazar. Era obligatorio que si tú matabas un pescado, si matabas algo, lo tenías que limpiar y comerte el animal completamente sin importar qué animal habíamos matado… Era una manera de respetar esa vida y de enseñar cómo debemos respetar el ambiente natural tomando sólo lo que necesitamos para comer. No somos Dios, sólo somos una pequeña parte de la Naturaleza.”

Alex Atala, chef brasileño.

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Fuentes y referencias:
Artículo original
Foto: Clint J Perry.

Salvo que se exprese lo contrario esta obra está bajo una licencia Creative Commons.
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4 Comentarios

  1. Miguel Ángel:

    El debate moral está servido ¿dónde ponemos el listón?
    El cerebro de un insecto no tiene tálamo, que es la región de la sensación del dolor: si extirpamos el centro del dolor del tálamo a una lagartija o a un ser humano, se les podrá quemar una extremidad y no sentirán dolor. Tampoco sentirán dolor si tienen dañadas las vías aferentes: por ejemplo si hay una lesión en la médula espinal que provoque anestesia.
    Sin embargo, esto no quiere decir que el cerebro no se esté enterando de la quemadura: el sujeto no tendrá sensación de dolor, pero sí que se elevará la presión arterial y la frecuencia cardiaca, se liberará cortisol (la hormona del estrés) y podemos ver cambios en la actividad cerebral si hacemos una RMN funcional.
    Por cierto, que es una forma de dopping que práctican los deportistas paralímpicos, por ejemplo, ponerse un torniquete muy apretado en una extremidad donde no sienten dolor o pinzarse la sonda urinaria para que se eleve la presión arterial y les de ventaja en la prueba.
    Análogamente, el cerebro del abejorro no tiene tálamo pero reacciona ante un estímulo aversivo. Sufre una respuesta de estrés que le llevará a tratar de evitar ese estímulo agresor. Pero no siente dolor como los animales que tienen tálamo.
    Para hablar de maltrato en el sentido psicológico, yo dejaría el listón en los animales que tienen tálamo (del pez en adelante). Otra cosa es que no haya necesidad de estresar al abejorro como no la hay para hacerlo con una planta (que también reacciona ante factores estresantes aunque no tenga cerebro. Y lo unicelulares también).
    Sin embargo, estoy con Stuart Hameroff en considerar que la abeja tiene consciencia, así como todos los animales con un cerebro. Hameroff incluiría incluso a seres tan simples como el C. Elegans que tiene un cerebro con solo 300 neuronas, pero su cerebro ya es capaz de captar un estímulo (una sustancia química que le dice que hay comida) y a partir de dar una respuesta acorde (moverse hacia la comida). Esto ya entraría en la definición de consciencia, por lo menos en el sentido más amplio.

  2. Miguel Ángel:

    *Perdón,en la antepenúltima línea quería decir: «a partir de ahí, emitir una respuesta acorde».

  3. Miguel Ángel:

    Y también quiero rectificar lo que acabo de decir del maltrato: me refiero solo al dolor físico, y lo que quiero decir es que un abejorro y una lagartija generan experiencias cerebrales diferentes ante ese dolor, pero son respuestas de estrés en ambos casos. Serán dos cerebros conscientes que no estarán «contentos», lo percibirán como castigo.
    La diferencia es que la lagartija tiene un tálamo especializado en el dolor conectado con el sistema límbico (encargado de las emociones), y el abejorro no. La experiencia cerebral del abejorro no la imagino como de dolor, sino un estrés más inconcreto (que quizás sea comparable al que experimenta ante otros estímulos aversivos no dolorosos, como por ejemplo, el frío)

  4. Tomás:

    ¡Qué habría sido de este artículo sin tu aporte magistral, querido Miguel! Hasta ahora estaría sin comentario alguno, lo que, aunque a Neo, eso no le da ni quita valor, particularmente a mí, me gusta que los haya, porque se originan opiniones y puntos de vista novedosos o/y valiosos. Me ha agradado mucho tu lección.
    Por mi parte, estoy totalmente de acuerdo con ella. Apenas sé de insectos y artrópodos en general, aunque suponía que su estructura sensorial -ganglios y engrosamientos así que les proporcionan complejidad- habría de ser muy distinta a la de los vertebrados. Pero mi cultura en el cerebro humano es, aunque muy modesta, algo mejor, por razones que tú conoces. El caso es que, aunque creo -los Cebolleta solemos repetirnos- que alguna vez he contado, antes de haber dedicado una buena temporada a nuestra mente, que me metí en una discusión en contra de la opinión de mis tres sobrinas y mi malrodada -aunque maestra especializada- hermana. Todas tienen una buena cultura, al menos aparente, aunque solo una de ellas está en el capítulo científico y necesariamente hubo de estudiar biología, pues es farmacéutica -si bien de la administración del estado-; las otras dos, una abogada y política modesta retirada y harta de banquetes, según me confesó, y la otra periodista sin ejercicio en esa profesión. Todas ellas defendían que los animales no tenían sentimientos ni razonamiento alguno posible -poco más que un vegetal con movimiento-, mientras que mi tesis era que en todos los casos había una gradación en la consciencia, que con evidente seguridad, había animales a los que no se les podía negar las emociones -les puse el ejemplo de la alegría del perro al ver a su amo y cómo muestran su tristeza, o lo que sea, cuando este los abronca o castiga- e incluso de su razonamiento -mi ejemplo, creo recordar, fue la estrategia de una manada de lobos en la caza-. Hace ya muchos años de eso, quizá más o menos más de veinte o veinticinco y supongo que, ante los cambios sociales de opinión -toro de la Vega, movimientos contra el maltrato animal, etc.- ellas habrán ido modificando su punto de vista. El mío lo ha mejorado este artículo, tus comentarios y la evolución de la percepción social del tema.
    Perdón por mis recuerdos personales y un fuerte abrazo de los tuyos.

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